EL PAÍS
18 de enero 2013.-A cuatro días de las elecciones israelíes, las últimas encuestas sólo traen malas noticias para el primer ministro, Benjamín Netanyahu. Su victoria no está en cuestión. Si un cataclismo político no lo impide, Netanyahu, alias Bibi, volverá a ser el más votado el próximo martes. Pero lo que sí anuncian las encuestas de este viernes es que tal vez no lo vaya a tener tan fácil para poner en pie una coalición de Gobierno estable y en la que su dominio le permita hacer y deshacer a su antojo.
Dependerá más de sus socios en el Ejecutivo, que, según las quinielas de los expertos, podría estar formado por la extrema derecha y los partidos religiosos. La inclusión de partidos de centroizquierda convertiría la coalición en algo más digerible ante el mundo, algo que Netanyahu no descarta.
Los sondeos publicados este viernes coinciden en que el llamado bloque de centroizquierda —que no es tal porque en realidad concurre dividido— ha acortado una sorprendente distancia respecto al de la derecha, algo más cohesionado. Eso es posible, en parte, porque la alianza que lidera Netanyahu se ha desplomado, hasta al punto de perder hasta 10 escaños respecto a su actual poderío en la Knesset, el Parlamento.
Con cerca de un 15% de indecisos, la suma de los apoyos que recibirían todos los partidos de la derecha y extrema derecha es equiparable a la que conseguirían los de la izquierda. La diferencia radica en que la derecha contaría además en principio con los votos de las formaciones ultraortodoxas, mientras que resulta bastante improbable que la izquierda opte por cooperar con los partidos árabes, sometidos tradicionalmente al ostracismo en la Knesset. Así pues, la victoria de Netanyahu no está en tela de juicio. Su fortaleza y la de su coalición de Gobierno sí. “La cuestión no es si ganaré las elecciones, si no si habrá una dirección estable frente al volante. Hay gente de aquí y de allá que dice: ‘Nosotros también queremos conducir el volante’, pero cuando hay demasiadas manos, el coche vuelca”, dijo Netanyahu en una entrevista que el diario Maariv publicó este viernes.
Destacan los analistas el batacazo político que supone para el primer ministro este desgaste, sobre todo si se tiene en cuenta que fue el propio Netanyahu el que decidió adelantar las elecciones a enero —el calendario fijaba la convocatoria para el próximo octubre— con el objetivo de reforzar su holgada mayoría y, una vez consolidado su poderío, embarcarse en complicadas misiones como una posible ofensiva en contra de Irán o la extensión del desafío a la comunidad internacional mediante la construcción en los asentamientos.
Prueba del nerviosismo del primer ministro es su inusual apertura con la prensa. Estos días Netanyahu concede entrevistas sin tregua a los medios locales. La idea es frenar a la desesperada la sangría de votos y tratar de recuperar a los migrados a la extrema derecha. Presume de que “hay una fuerte representación de los colonos en el Likud”, su partido, y adelanta que “los días en que los bulldozers arrasaban asentamientos han quedado atrás”. Advierte por último a los electores de que una división del voto de la derecha podría propiciar el desembarco de la izquierda en el Gobierno.
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