Texto completo del discurso inaugural del presidente Barack Obama (español e inglés)

TRADUCCIÓN DE GUILLERMO PACHECO GAITÁN

Cada vez que nos reunimos para tomar posesión de la presidencia, somos testigos de la fuerza perseverante de nuestra Constitución. Afirmamos la promesa de nuestra democracia. Recordamos que lo que une a esta nación no son los colores de nuestra piel o los principios de nuestra fe o el origen de nuestros nombres. Lo que nos hace excepcionales –lo que nos hace estadounidenses—es nuestro compromiso con una idea, articulada en la declaración hecha hace dos siglos:

“Sostenemos estas verdades para que sean evidentes por sí solas, que todos los hombres son creados iguales, que son bendecidos por el Creador con ciertos derechos inalienables, que entre esos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”.

Hoy continuamos un viaje sin fin, para alcanzar el significado de aquellas palabras con las realidades de nuestro tiempo. Porque la historia nos dice que si bien estas verdades son evidentes por sí solas, no se cumplen solas; que si bien nuestra libertad es un regalo de Dios, debe ser cuidado por su Pueblo aquí en la Tierra. Los patriotas de 1776 no lucharon para reemplazar la tiranía de un rey con los privilegios de unos pocos o por el poder de la turba. Nos dieron una República, un gobierno de, y por, y para el pueblo, confiándole a cada generación la obligación de mantener a salvo nuestro credo.

Por más de doscientos años, lo hemos hecho.

Por la sangre sacada con el látigo y la sangre sacada por la espada, hemos aprendido que ninguna unión basada en los principios de la libertad y la igualdad podría sobrevivir medio esclava y medio libre. Nos reconstruimos solos y prometimos avanzar juntos.
Juntos, determinamos que una economía moderna requiere líneas de ferrocarril y autopistas para acelerar el transporte y el comercio; las escuelas y las universidades para entrenar a nuestros trabajadores.

Juntos, hemos descubierto que un mercado libre solo prospera cuando hay reglas que aseguren la competencia y el juego limpio.

Juntos, decidimos que una gran nación debe cuidar a sus vulnerables, y que protege a su gente de los peores peligros e infortunios de la vida.

En todo este camino, nunca hemos cedido en nuestro escepticismo por la autoridad central, ni hemos sucumbido a la ficción que todos los males de la sociedad pueden ser curados solo por el gobierno. Que celebremos las iniciativas y las empresas; que insistamos en el trabajo duro y en la responsabilidad personal, son constantes en nuestro carácter.

Pero siempre hemos comprendido que cuando los tiempos cambian, también debemos cambiar nosotros; que la fidelidad a nuestros principios fundacionales requiere nuevas respuestas a nuevos retos; que preservar nuestras libertades individuales al final requiere de acciones colectivas. Porque el pueblo estadounidense no puede cumplir con las demandas del mundo de hoy actuando solo, como los soldados estadounidenses no podrían haber encardo las fuerzas del fascismo o del comunismo con mosquetes y milicias. Ninguna persona por sí sola puede entrenar a todos los maestros de matemáticas y ciencias para preparar a nuestros hijos para el futuro, o construir las carreteras y las redes y los laboratorios de investigación que traerán nuevos trabajos y negocios a nuestras costas. Ahora, más que nunca, debemos hacer estas cosas juntos, como una nación, y como un solo pueblo.

Esta generación de estadounidenses ha sido puesta a prueba por crisis que fortalecieron nuestra decisión y probaron nuestra capacidad. Una década de guerra está terminando. Nuestra recuperación económica ha comenzado. Las posibilidades de Estados Unidos son infinitas, porque poseemos todas las cualidades que este mundo sin fronteras demanda: juventud e ímpetu; diversidad y apertura; una capacidad sin fin para los riesgos y un don para la reinvención. Mis queridos compatriotas, estamos hechos para este momento, y lo aprovecharemos –siempre y cuando lo hagamos juntos.

Porque nosotros el pueblo, entendemos que nuestro país no puede tener éxito cuando unos pocos que cada vez son menos viven bien y que las mayorías en aumento apenas si salen a flote. Creemos que la prosperidad de Estados Unidos debe descansar sobre los hombros de una pujante clase media. Sabemos que Estados Unidos florece cuando cada persona puede encontrar independencia y orgullo en su trabajo; cuando los sueldos del trabajo honesto liberan familias del borde de la pobreza. Cumplimos con nuestro credo cuando una niña nacida en la mayor pobreza sabe que tiene la misma oportunidad de tener éxito que cualquier otro, porque es estadounidense, es libre y es igual, no solo a los ojos de Dios sino también a los nuestros.

Comprendemos que nuestros gastados programas son inadecuados para las necesidades de nuestro tiempo. Debemos forjar nuevas ideas y tecnología para rehacer nuestro gobierno, relanzar nuestro código de impuestos, reformar nuestras escuelas y empoderar a nuestros ciudadanos con las habilidades que necesitan para trabajar más duro, aprender más y subir más. Pero mientras los medios cambiarán, nuestros propósitos persisten: a una nación que premia el esfuerzo y la determinación de cada estadounidense. Esto es lo que requiere el momento. Eso es lo que dará verdadero significado a nuestro credo.

Nosotros, el pueblo, aún creemos que cada ciudadano merece una medida básica de seguridad y dignidad. Debemos tomar las decisiones difíciles para reducir los costos del cuidado de la salud y de tomar control de nuestro déficit. Pero rechazamos la creencia que Estados Unidos debe escoger entre cuidar a la generación que construyó este país e invertir en la generación que construirá su futuro. Porque recordamos las lecciones de nuestro pasado, cuando años oscuros fueron caracterizados por la pobreza, y los padres de un niño con impedimentos no tenía a quién acudir. No creemos que en este país, la libertad está reservada para los que tienen suerte, o la felicidad para los pocos. Reconocemos que sin importar qué tan responsablemente vivimos, cualquiera de nosotros, en cualquier momento, puede sufrir un despido, o una enfermedad repentina, o que nuestra casa se la lleve una tormenta terrible. Los compromisos que tenemos unos con otros –a través de Medicare y Medicaid y la Seguridad Social—estas cosas no socavan nuestras iniciativas; nos fortalecen. No nos hace una nación de aprovechados; nos libera para tomar los riesgos que hace a este país grande.

Nosotros, el pueblo, todavía creemos que nuestras obligaciones como estadounidenses no son solo para nosotros, sino para toda la posteridad. Responderemos a la amenaza del cambio climático, sabiendo que dejar de hacerlo traicionaría a nuestros hijos y a las futuras generaciones. Algunos todavía pueden negar la abrumadora evidencia de la ciencia, pero nadie puede evitar el impacto devastador de los incendios forestales, y de la paralizante sequía y de más potentes tormentas. El camino hacia las fuentes de energía sostenible será largo y algunas veces difícil. Pero Estados Unidos no puede resistirse a esta transición, debe liderarla. No podemos ceder a otras naciones la tecnología que impulsará nuevos trabajos y nuevas industrias –debemos reclamar este derecho. Así es como mantendremos la vitalidad de nuestra economía y nuestros tesoros nacionales –nuestros bosques y nuestros ríos; nuestras tierras fértiles y nuestros picos nevados. Así es cómo preservaremos nuestro planeta, que Dios nos ha ordenado cuidar. Eso es lo que le dará significado al credo que una vez declararon nuestros padres.

Nosotros el pueblo, todavía creemos que la seguridad permanente y la paz duradera no requieren de una guerra perpetua. Nuestros valientes hombres y mujeres uniformados, templados por las llamas de la batalla, son inigualables en habilidades y coraje. Nuestros ciudadanos, forjados por la memoria de los que hemos perdido, conocen demasiado bien el precio que se paga por la libertad. El conocimiento del sacrificio nos mantendrá vigilante contra aquellos que querrían hacernos daño. Pero también somos herederos de aquellos que ganaron la paz y no solo la guerra, que convirtieron a nuestros peores enemigos en los amigos más confiables, y debemos traer esas lecciones a este tiempo también.

Defenderemos a nuestro pueblo y sostendremos nuestros valores a través de la fuerza de las armas y del cumplimiento de la ley. Mostraremos nuestro coraje para tratar y resolver nuestras diferencias con otras naciones de manera pacífica –no por ser ingenuos sobre los peligros que encaramos, sino porque el involucramiento puede funcionar mejor para borrar las sospechas y el miedo. Estados Unidos seguirá siendo el ancla de las fuertes alianzas en todos los rincones del mundo; y renovaremos estas instituciones que extienden nuestra capacidad para manejar crisis en el extranjero, porque nadie tiene más en juego en un mundo pacífico que su nación más poderosa. Apoyaremos la democracia desde Asia hasta África; desde las Américas hasta el Medio Oriente, porque nuestros intereses y nuestras conciencias nos obligan a actuar en nombre de aquellos que buscan la libertad. Y debemos ser la fuente de esperanza para los pobres, los enfermos y los marginados, las víctimas de prejuicio –no por mera caridad, sino porque la paz en nuestros tiempos requiere el constante avance de estos principios que nuestro credo en común describe: tolerancia y oportunidad; dignidad humana y justicia.

Nosotros, el pueblo, declaramos hoy la más evidente de las verdades –que todos nosotros somos creados iguales—es la estrella que todavía nos guía; tal como guió a nuestros antepasados a través de las cataratas del Seneca, y en Selma, y en Stonewall; tal como guió a todos aquellos hombres y mujeres, celebrados y no celebrados, que dejaron huellas a los largo de esta gran alameda, para escuchar a un tal King proclamar que nuestra libertad individual está indivisiblemente atada a la libertad de cada alma en esta Tierra.

Es tarea de nuestra generación seguir el camino que comenzaron estos pioneros. Porque nuestro viaje no está completo hasta que nuestras esposas, nuestras madres, y nuestras hijas puedan ganarse la vida de acuerdo a sus esfuerzos. Nuestro viaje no está completo hasta que nuestros hermanos y hermanas homosexuales sean tratados como cualquier otro bajo la ley –porque si somos realmente creados iguales, entonces seguramente el amor con que nos comprometernos unos con otros debe ser igual también. Nuestro viaje no está completo hasta que ningún ciudadano sea obligado a esperar durante horas para ejercer el derecho al voto. Nuestro viaje no está completo hasta que encontremos una mejor manera de dar la bienvenida a los esperanzados y luchadores inmigrantes que todavía ven en Estados Unidos la tierra de oportunidad, hasta que los brillantes estudiantes y los ingenieros sean enlistados en nuestras fuerzas de trabajo en lugar de ser expulsados de nuestro país. Nuestro viaje no está completo hasta que todos nuestros hijos, desde las calles de Detroit hasta las colinas de Appalachia hasta las calles de Newtown, sepan que les cuidamos y que les queremos, y que siempre les cuidaremos de los peligros.

Esa es la tarea de nuestra generación –hacer que estas palabras, estos derechos, estos valores—de Vida, de Libertad y de Búsqueda de la felicidad –sean reales para cada estadounidense. Cumplir con los documentos fundacionales no requiere que estemos de acuerdo en cada vuelta de la vida; no significa que todos tendremos el mismo concepto de libertad, o que todos seguiremos el mismo preciso camino hacia la felicidad. El progreso no nos obliga a que resolvamos los debates sobre el papel del gobierno que llevan siglos para toda época –pero requiere que actuemos en nuestra época.

Porque ahora es tiempo de decisiones, y no podemos quedarnos parados. No podemos confundir absolutismo con principios, o sustituir espectáculo por política, o tratar los insultos como un debate razonable. Debemos actuar, sabiendo que nuestro trabajo será imperfecto. Demos actuar, sabiendo que las victorias de hoy serán solo victorias parciales, y que dependerá de los que estén aquí dentro de cuatro años, y dentro de 400 años para avanzar en el espíritu una vez conferido a nosotros en un salón de Filadelfia.

Mis queridos compatriotas, el juramento que he hecho hoy ante ustedes, como el recitado por otros que sirvieron en este Capitolio, fue un juramento a Dios y al país, no a un partido o facción –y debemos cumplirlo fielmente durante lo que dure nuestra función. Pero las palabras que pronuncié hoy no son tan diferentes de los juramentos que toman los soldados al enlistarse, o al de un inmigrante que cumple su sueño. Mi juramento no es tan diferente de la promesa que hacemos a la bandera que ondea sobre nosotros y que llena nuestros corazones de orgullo.

Son las palabras de los ciudadanos, y representan nuestra máxima esperanza.
Ustedes y yo, como ciudadanos, para establecer el camino de este país.

Ustedes y yo, como ciudadanos, tenemos la obligación de darle forma a los debates de nuestro tiempo –no solo con los votos que emitimos, sino con las voces que levantamos en defensa de nuestros valores más antiguos y nuestros ideales más perdurables.

Permitamos que cada uno de nosotros abrace, con solemnidad y alegría, lo que constituye nuestro derecho de nacimiento. Con esfuerzo común y propósito común, con pasión y dedicación, respondamos al llamado de la historia y llevemos al futuro incierto nuestra preciosa luz de la libertad.

Gracias, que Dios los bendiga y que bendiga por siempre a los Estados Unidos de América.

Inaugural Address by President Barack Obama

Vice President Biden, Mr. Chief Justice, members of the United States Congress, distinguished guests, and fellow citizens:

Each time we gather to inaugurate a President we bear witness to the enduring strength of our Constitution. We affirm the promise of our democracy. We recall that what binds this nation together is not the colors of our skin or the tenets of our faith or the origins of our names. What makes us exceptional — what makes us American — is our allegiance to an idea articulated in a declaration made more than two centuries ago:
“We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal; that they are endowed by their Creator with certain unalienable rights; that among these are life, liberty, and the pursuit of happiness.”

Today we continue a never-ending journey to bridge the meaning of those words with the realities of our time. For history tells us that while these truths may be self-evident, they’ve never been self-executing; that while freedom is a gift from God, it must be secured by His people here on EarthThe patriots of 1776 did not fight to replace the tyranny of a king with the privileges of a few or the rule of a mob. They gave to us a republic, a government of, and by, and for the people, entrusting each generation to keep safe our founding creed.

And for more than two hundred years, we have.

Through blood drawn by lash and blood drawn by sword, we learned that no union founded on the principles of liberty and equality could survive half-slave and half-free. We made ourselves anew, and vowed to move forward together.

Together, we determined that a modern economy requires railroads and highways to speed travel and commerce, schools and colleges to train our workers.

Together, we discovered that a free market only thrives when there are rules to ensure competition and fair play.

Together, we resolved that a great nation must care for the vulnerable, and protect its people from life’s worst hazards and misfortune.

Through it all, we have never relinquished our skepticism of central authority, nor have we succumbed to the fiction that all society’s ills can be cured through government alone. Our celebration of initiative and enterprise, our insistence on hard work and personal responsibility, these are constants in our character.

But we have always understood that when times change, so must we; that fidelity to our founding principles requires new responses to new challenges; that preserving our individual freedoms ultimately requires collective action. For the American people can no more meet the demands of today’s world by acting alone than American soldiers could have met the forces of fascism or communism with muskets and militias? No single person can train all the math and science teachers we’ll need to equip our children for the future, or build the roads and networks and research labs that will bring new jobs and businesses to our shores. Now, more than ever, we must do these things together, as one nation and one people.

This generation of Americans has been tested by crises that steeled our resolve and proved our resilience. A decade of war is now ending. An economic recovery has begun. America’s possibilities are limitless, for we possess all the qualities that this world without boundaries demands: youth and drive; diversity and openness; an endless capacity for risk and a gift for reinvention. My fellow Americans, we are made for this moment, and we will seize it — so long as we seize it together.

For we, the people, understand that our country cannot succeed when a shrinking few do very well and a growing many barely make it. We believe that America’s prosperity must rest upon the broad shoulders of a rising middle class. We know that America thrives when every person can find independence and pride in their work; when the wages of honest labor liberate families from the brink of hardship. We are true to our creed when a little girl born into the bleakest poverty knows that she has the same chance to succeed as anybody else, because she is an American; she is free, and she is equal, not just in the eyes of God but also in our own.

We understand that outworn programs are inadequate to the needs of our time. So we must harness new ideas and technology to remake our government, revamp our tax code, reform our schools, and empower our citizens with the skills they need to work harder, learn more, and reach higher. But while the means will change, our purpose endures: a nation that rewards the effort and determination of every single American. That is what this moment requires. That is what will give real meaning to our creed.

We, the people, still believe that every citizen deserves a basic measure of security and dignity. We must make the hard choices to reduce the cost of health care and the size of our deficit. But we reject the belief that America must choose between caring for the generation that built this country and investing in the generation that will build its future. For we remember the lessons of our past, when twilight years were spent in poverty and parents of a child with a disability had nowhere to turn.

We do not believe that in this country freedom is reserved for the lucky, or happiness for the few. We recognize that no matter how responsibly we live our lives, any one of us at any time may face a job loss, or a sudden illness, or a home swept away in a terrible storm. The commitments we make to each other through Medicare and Medicaid and Social Security, these things do not sap our initiative, they strengthen us. They do not make us a nation of takers; they free us to take the risks that make this country great.

We, the people, still believe that our obligations as Americans are not just to ourselves, but to all posterity. We will respond to the threat of climate change, knowing that the failure to do so would betray our children and future generations. Some may still deny the overwhelming judgment of science, but none can avoid the devastating impact of raging fires and crippling drought and more powerful storms.

The path towards sustainable energy sources will be long and sometimes difficult. But America cannot resist this transition, we must lead it. We cannot cede to other nations the technology that will power new jobs and new industries; we must claim its promise. That’s how we will maintain our economic vitality and our national treasure — our forests and waterways, our crop lands and snow-capped peaks. That is how we will preserve our planet, commanded to our care by God. That’s what will lend meaning to the creed our fathers once declared.

We, the people, still believe that enduring security and lasting peace do not require perpetual war. Our brave men and women in uniform, tempered by the flames of battle, are unmatched in skill and courage. Our citizens, seared by the memory of those we have lost, know too well the price that is paid for liberty. The knowledge of their sacrifice will keep us forever vigilant against those who would do us harm. But we are also heirs to those who won the peace and not just the war; who turned sworn enemies into the surest of friends — and we must carry those lessons into this time as well.

We will defend our people and uphold our values through strength of arms and rule of law. We will show the courage to try and resolve our differences with other nations peacefully –- not because we are naïve about the dangers we face, but because engagement can more durably lift suspicion and fear

America will remain the anchor of strong alliances in every corner of the globe. And we will renew those institutions that extend our capacity to manage crisis abroad, for no one has a greater stake in a peaceful world than its most powerful nation. We will support democracy from Asia to Africa, from the Americas to the Middle East, because our interests and our conscience compel us to act on behalf of those who long for freedom. And we must be a source of hope to the poor, the sick, the marginalized, the victims of prejudice –- not out of mere charity, but because peace in our time requires the constant advance of those principles that our common creed describes: tolerance and opportunity, human dignity and justice.

We, the people, declare today that the most evident of truths –- that all of us are created equal –- is the star that guides us still; just as it guided our forebears through Seneca Falls, and Selma, and Stonewall; just as it guided all those men and women, sung and unsung, who left footprints along this great Mall, to hear a preacher say that we cannot walk alone; to hear a King proclaim that our individual freedom is inextricably bound to the freedom of every soul on Earth.

It is now our generation’s task to carry on what those pioneers began. For our journey is not complete until our wives, our mothers and daughters can earn a living equal to their efforts. Our journey is not complete until our gay brothers and sisters are treated like anyone else under the law for if we are truly created equal, then surely the love we commit to one another must be equal as well. Our journey is not complete until no citizen is forced to wait for hours to exercise the right to vote. Our journey is not complete until we find a better way to welcome the striving, hopeful immigrants who still see America as a land of opportunity until bright young students and engineers are enlisted in our workforce rather than expelled from our country. Our journey is not complete until all our children, from the streets of Detroit to the hills of Appalachia, to the quiet lanes of Newtown, know that they are cared for and cherished and always safe from harm.

That is our generation’s task — to make these words, these rights, these values of life and liberty and the pursuit of happiness real for every American. Being true to our founding documents does not require us to agree on every contour of life. It does not mean we all define liberty in exactly the same way or follow the same precise path to happiness. Progress does not compel us to settle centuries-long debates about the role of government for all time, but it does require us to act in our time.

For now decisions are upon us and we cannot afford delay. We cannot mistake absolutism for principle, or substitute spectacle for politics, or treat name-calling as reasoned debate. We must act, knowing that our work will be imperfect. We must act, knowing that today’s victories will be only partial and that it will be up to those who stand here in four years and 40 years and 400 years hence to advance the timeless spirit once conferred to us in a spare Philadelphia hall.

My fellow Americans, the oath I have sworn before you today, like the one recited by others who serve in this Capitol, was an oath to God and country, not party or faction. And we must faithfully execute that pledge during the duration of our service. But the words I spoke today are not so different from the oath that is taken each time a soldier signs up for duty or an immigrant realizes her dream. My oath is not so different from the pledge we all make to the flag that waves above and that fills our hearts with pride.

They are the words of citizens and they represent our greatest hope. You and I, as citizens, have the power to set this country’s course. You and I, as citizens, have the obligation to shape the debates of our time — not only with the votes we cast, but with the voices we lift in defense of our most ancient values and enduring ideals.

Let us, each of us, now embrace with solemn duty and awesome joy what is our lasting birthright. With common effort and common purpose, with passion and dedication, let us answer the call of history and carry into an uncertain future that precious light of freedom.

Thank you. God bless you, and may He forever bless these United States of America.

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