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lunes 25 de noviembre de 2024

Los Benei Anusim: entre la historia y el sensacionalismo. Parte III (a la bendita memoria de José Kaminer, erudito y apasionado de este tema)

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

La mayoría de los historiadores que han abordado el tema, consideran que el fenómeno del Cripto-Judaísmo desapareció entre finales del siglo XVIII y, a más tardar, durante el siglo XIX. Se trata de una idea muy cuestionable, que surge de dos situaciones generales: la primera es que muchos de ellos -como Seymour Liebmann, por ejemplo- provienen del contexto judío Ashkenazí europeo, y por ello estudian el fenómeno desde la experiencia judía europea, muy distinta a la que se desarrolló en la Nueva España. En consecuencia, muchos de ellos han sido literalmente incapaces de penetrar en la hermética psicología de las familias latinoamericanas de origen judío. El segundo es que la mayoría de los estudios se han enfocado desde la óptica de judíos estadounidenses o argentinos (es lógico: son las mayores comunidades judías del continente y, por lo tanto, las que generan más investigaciones en cualquier tema). Aquí el problema es que la experiencia de los Cripto-Judíos no fue la misma en todos los países americanos. En términos generales, en todo el cono sur el proceso fue bastante parecido, y -efectivamente- la práctica del Cripto-Judaísmo fue desapareciendo hacia finales del siglo XVIII. Sin embargo, en México la situación fue muy diferente a causa de un fenómeno social perfectamente demostrado: el mestizaje.

En general, la política de españoles y portugueses en sus colonias americanas no fue nada amable, y los grupos nativos fueron casi exterminados. Ello generó que, hasta la fecha, en países como Argentina, Chile o Uruguay, las poblaciones sean mayoritariamente de origen europeo, los indígenas una minoría, y los mestizos un porcentaje reducido. En otros países donde sobrevivieron grupos nativos más amplios, como Bolivia, sigue habiendo una clara separación entre la población de origen europeo y los indígenas. Esta situación también se da en Brasil, donde además existe el bien definido grupo de origen africano, descendiente del tráfico de esclavos desarrollado por los portugueses.

Ciertamente, en todos los países americanos se ha dado un mestizaje, pero no en el nivel que se dio en México (acaso, sólo Perú y Ecuador presentan casos similares), que ha venido a convertirse en un país eminentemente mestizo. Este proceso de mezcla entre la población europea y la población nativa no se desarrolló de manera masiva desde la Conquista (1521), sino apenas hasta finales del siglo XVIII y, principalmente, durante el siglo XIX.

Esto representó una extraña ventaja para los mexicanos descendientes de Judeo-conversos (fueran Cripto-Judíos o no).

¿Qué fue lo que sucedió? Muchas veces se ha señalado que la fortaleza de un grupo perseguido surge, principalmente, del hecho de ser perseguido. La constante represión refuerza el sentido de identidad. Por lo tanto, en general, cuando el grupo deja de ser perseguido, es entonces cuando procede a asimilarse a su entorno y, eventualmente, desaparece al diluirse en su contexto inmediato.

Por ello, el trabajo inquisitorial fue -paradójicamente- la receta casi mágica para que el fenómeno del Cripto-Judaísmo se perpetuara durante toda la época colonial: a mayor presión, mayor insistencia del grupo perseguido por preservar su identidad. Sutiles cambios empezaron a partir de 1650, cuando la Inquisición Española colapsó junto con el poder imperial ibérico: tras la derrota en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), España empezó un lento pero inevitable declive, y sus instituciones no pudieron sustraerse a ello. La represión inquisitorial disminuyó notablemente, aunque no su influencia en la población de origen español, que siguió siendo francamente antisemita. Esto permitió que, durante un siglo, las familias de origen judío continuaran con su práctica preferentemente endogámica para mantenerse lo más seguras posibles, y por ello su identidad no se diluyó.

Los cambios relevantes empezaron a finales del siglo XVIII y, sobre todo, durante el siglo XIX debido a dos razones: la llegada de la Masonería a México y el levantamiento armado contra el poder español.

En México, la Masonería le resultó atractiva a los descendientes de judíos (independientemente de que fueran católicos sinceros o Cripto-Judíos fervientes) por la misma razón que también cautivó a los judíos en Europa: representaba la primera institución sólida y solvente en donde podían integrarse en términos de completa igualdad. Más aún, las fricciones con la Iglesia Católica eran evidentes, así que muchos descendientes de judíos pudieron encausar su arraigado anti-catolicismo por medio de su militancia en la Masonería.

El levantamiento armado contra España, a partir de 1810, no fue sólo una rebelión contra un poder político, sino contra todas sus instituciones. Por ello, está sobradamente documentado que muchas personalidades de origen judío se integraron a la lucha (destaca por encima de todos, Fray Servando Teresa de Mier). Entonces, por primera vez en casi 300 años, las familias de origen judío pudieron sentirse parte integral de un proyecto nacional.

En ese sentido, la lucha no fue en vano: la desaparición del Tribunal de Santo Oficio (la Inquisición) en México fue decretada desde 1813, y abolida por completo en 1820, incluso antes del triunfo independentista (1821). Hasta este punto, la experiencia mexicana no fue distinta a la del resto de las antiguas colonias españolas y portuguesas en el continente.

La diferencia se dio en que, para estos momentos, ya se había echado a andar un intenso proceso de mestizaje en el país. Ciertamente, con la perspectiva de una nueva condición en la que podrían integrarse sin problemas a la vida nacional, muchas familias de origen judío terminaron por asimilarse al Cristianismo circundante. Sin embargo, los núcleos duros (véase la nota anterior) pudieron garantizar su continuidad debido a que, poco a poco, las familias netamente europeas empezaron a desaparecer debido a la mezcla con los grupos nativos. De ese modo, hacia mediados del siglo XIX había muchas zonas de la provincia mexicana donde las únicas familias “blancas” eran las de origen judío. Si a esto agregamos que conservaban casi intactas sus tradiciones derivadas del Judaísmo clandestino que muchos de sus miembros practicaban, esto facilitó aún más el reconocimiento de unos con otros, algo básico cuando tenían que decidir con quién emparentar.

Las pruebas siguen -en pleno siglo XXI- a la vista de todos: hay lugares en provincia donde podemos encontrar familias “blancas” de absoluta apariencia europea, y que en realidad tienen cinco siglos viviendo en el país. Simplemente, sucede que nunca se han mezclado. Un ejemplo muy claro son los pobladores “blancos” de Cotija, Michoacán, definidos desde hace siglos por los pobladores de los lugares vecinos como “judíos”. O la élite empresarial de Monterrey, Nuevo León, descendiente directa de las familias sefarditas que llegaron con Luis de Carvajal hace ya más de cuatro siglos.

Este panorama ciertamente provocó que el fenómeno del Cripto-Judaísmo se redujera en número, pero también garantizó que los núcleos duros lograran sobrevivir. A todo lo anterior hay que agregar que las Logias Masónicas se volvieron un punto de encuentro abierto para muchos mexicanos de origen judío, y esta situación se intensificó -curiosamente- con la llegada de las primeras misiones protestantes al país.

En 1872, se estableció la primera misión de la Iglesia Presbiteriana; en 1873, las de las Iglesias Metodista y Bautista. En los tres casos, muchos de los líderes que llegaron a promover sus respectivos credos fueron masones de alto nivel, y es un hecho que el Protestantismo tuvo un fuerte apoyo en muchas Logias Masónicas. Incluso, mientras no dispusieron de templos propios, muchas nuevas congregaciones protestantes se reunieron provisionalmente en Templos Masónicos.

La llegada del Protestantismo abrió una nueva opción para la militancia “anti-católica”, y el hecho de que en estas iglesias nuevas en el territorio nacional no hubiera clasificaciones de “cristianos nuevos” o “limpieza de sangre”, facilitó que muchas familias de origen judío se sintieran atraídas por esta alternativa, y muy pronto los antiguos moldes de Cripto-Judaísmo que se habían desarrollado en los templos católicos se empezaron a trasladar a las comunidades protestantes: aunque todos los “hermanos en Cristo” se amaban unos a otros, no faltaba ese grupo de familias “blancas” que no se mezclaba con nadie. Amables, pero ajenos. Naturalmente, muchos de ellos eran destacados masones, y nunca faltó gente involucrada en el liderazgo de sus iglesias (pastores, ancianos gobernantes, obispos). Todavía hoy, muchas de las familias protestantes de “abolengo” (es decir, que se jactan de que son protestantes desde hace cinco o seis generaciones) tienen sólidos vínculos con la Masonería, y no hay que escarbar demasiado para que en muchas de ellas empiecen a aflorar los rastros de Judaísmo clandestino (me consta por el trato directo que he tenido con varios). Sorprendentemente, en muchas ocasiones son familias que no saben -o dicen no saber- que toda esa distinción pseudo-aristocrática proviene de un pasado judío. Pero, tarde o temprano, aparece el tío o el abuelo que pertenece al núcleo duro y confirma: “oh, claro que somos judíos. Pero si es obvio…”.

¿Qué fue lo que hizo que este tipo de familias desaparecieran en el resto del continente? En primer lugar, que después de la Independencia la persecución anti-judía desapareció casi por completo. Pero, en segundo lugar, que siguieron llegando oleadas de inmigrantes europeos, y eso generó un clima parecido al de los Estados Unidos: muchos grupos deseosos de llevar la fiesta en paz, y que poco a poco se empezaron a mezclar para darle forma a la identidad de cada país latinoamericano. En esa situación relativamente cómoda, las familias de origen judío fueron parte de ese proceso, y eso provocó que en el siglo XIX el Cripto-Judaísmo estuviera prácticamente extinto.

Pero en México la situación fue cualquier cosa, menos cómoda. Todo el siglo XIX fue una constante guerra que tuvo tres momentos especialmente catastróficos (la Guerra de Independencia, la Guerra de Reforma y la Guerra de Intervención Francesa). Y, todavía a principios del siglo XX, hubo uno más (la Revolución). Es un hecho que en un ambiente de guerra, cada grupo o cada individuo desarrolla o depura sus estrategias de sobrevivencia. Y si había un grupo que había desarrollado estrategias sumamente efectivas, era el de origen judío. Por esa razón, aunque los clanes claramente identificables se redujeron en número, no desaparecieron: todas las experiencias positivas y negativas del siglo XIX les habían ayudado a definir una nueva y extraña identidad, casi indestructible, y que resulta muy difícil de definir.

¿Se trata de una genuina identidad judía? En cierto sentido lo es, aunque no hay que perder de vista lo que hemos explicado en las dos notas anteriores: muchos de los integrantes de estos clanes no calificaban para ser definidos, estrictamente, como judíos. Sin embargo, crecieron y perpetuaron un sentido de identidad surgido del Judaísmo, y aunque no fueran descendientes de judíos por la línea materna, o incluso fueran descendientes de indígenas o mestizos convertidos al Judaísmo, en su conciencia personal eran judíos, aunque bajo parámetros muy distintos a los que se desarrollaron en Europa y los países musulmanes durante esos mismos cinco siglos.

Por ello, y por extraño que parezca, acaso la situación más complicada y traumática para los descendientes de Judeo-conversos en México fue la llegada de judíos europeos y la organización de los primeros centros comunitarios en forma que le dieron origen a nuestro yishuv.

Los “judíos mexicanos” no se sintieron nada cómodos con ese tipo de Judaísmo, consolidado en una experiencia muy diferente. Por su parte, los “judíos europeos” fueron totalmente incapaces de reconocer como verdaderos judíos a los mexicanos que afirmaban serlo. Y es que también se dio un fenómeno muy extraño en ese contacto inicial: quienes más pronto hicieron pública su condición de Cripto-Judíos, fueron -en general- los núcleos medios y externos de las familias de origen judío. Es decir, los que presentaban claros vestigios de su origen judío, pero altamente mezclados con familias y costumbres no judías. Es decir, verdaderos mestizos que, sin duda, podían demostrar que algunos elementos de su mestizaje provenían del Judaísmo, pero que -por lo mismo- no podían demostrar que fueran técnicamente judíos.

En contraparte, los núcleos duros (los que con mayor facilidad podrían demostrar un absoluto origen judío, incluso válido para la Halajá tradicional) optaron por lo que mejor sabían hacer: no dejarse ver. En mi trato con este tipo de familias, he conocido personas que me han dicho, desenfadadamente, que no tienen ninguna intención de acercarse al Judaísmo llegado de Europa o de los países árabes (es decir, a la Comunidad Judía institucionalizada), porque prefieren conservar su Judaísmo de un modo que les resulta cómodo y seguro. Al respecto, hay mucho que reflexionar, y en alguna nota futura expondré mis reflexiones sobre el asunto.

De todo lo tratado en este tema, surgen otros asuntos que hay que ir explicando. En la próxima nota, ampliaremos la explicación sobre la sobrevivencia en México de estos núcleos duros, especialmente porque están muy relacionados con los Cripto-Judíos de origen portugués, que tuvieron varias ventajas adicionales sobre los de origen español.

Hasta la próxima semana.

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