PEDRO JAVIER COBO PULIDO PARA ENLACE JUDÍO
El Holocausto es un acontecimiento único. No por la cantidad de muertes provocadas bajo el mando de un sólo hombre: Stalin y Mao asesinaron a muchísimos más. No por ser un genocidio: por desgracias ha habido muchos. No por el porcentaje de asesinados de un pueblo: si no lo supera, Pol Pot se acercó mucho en ese macabro conteo. No por la brutalidad, suponiendo que sea posible medir y comparar el grado de inhumanidad que hubo en Auswitch, Ruanda o Armenia.
Quizá si contamos la cantidad, el que sea genocidio –y no únicamente asesinato- y el porcentaje de personas asesinadas bajo el mando de una sola persona, sí que podría ser único. Pero no creo que la triste singularidad del Holocausto tenga que ver tanto con las cifras que con la realidad de la singularidad del pueblo judío.
Según Erns Nolte, en su controvertido libro La Guerra Civil Europea, lo que Hitler más odiaba no era al pueblo judío si no al comunismo; pero identificaba a este como un producto del pensamiento judío. Sin lugar a dudas, el comunismo había tenido muchos teóricos judíos y muchos más miembros activos. Además de Marx, Trotsky, Rosa Luxemburgo o Eduard Bernstein entre los grandes pensadores, lo cierto es que en la Rusia precomunista, casi el cincuenta por ciento de los miembros de los partidos revolucionarios eran judíos, aunque esta población no llegaba al 5% de la población total rusa; o por ejemplo, en el partido socialista austriaco, prácticamente el cien por cien de los líderes eran judíos –aunque muchos se habían convertido de niños al cristianismo-. Así, según la tesis de Nolte, Hitler, al acabar con los judíos, acababa con dos pájaros de un tiro, por no hablar de los grandes capitalistas que, según el genocida, estaban ahogando a Alemania.
No quiero entrar ahora en polémica. Es posible que ese fuera uno de los motivos de Hitler para acabar con la raza judía. Pero creo que había otra razón más profunda en la mente y el “corazón” de Hitler al querer desterrar al pueblo abrahámico. El pueblo judío era –y es, gracias a Dios- la presencia viva de una moral universal, de un Dios que está por encima de todos los gobernantes; de una divinidad que limita el poder omnímodo; de un Espíritu que está por encima de todos los dioses locales o nacionales; sí, es cierto, es un Dios que elige un pueblo, pero es el único Dios que gobernará a todas las naciones con justicia y por eso es translocal; un Dios que supera el tiempo y por eso es transtemporal; una divinidad que tiene como sacerdote a Melquisedech –sacerdote de justicia y de paz-; que es un Dios de una persona, de Abraham –no de las cosas: aire, fuego, tierra-, y que da un lugar a los hombres en “Mi casa y dentro de Mis muros […]. Les daré un nombre permanente [un “yad vashem”], que nunca será olvidado”. Y finalmente, es un Dios benévolo y comprensivo con las debilidades humanas.
Un pueblo que se jactaba, y se jacta, de tener a un Dios así, no podía no ser uno de los elementos más molestos para alguien que pensaba que tenía derecho a traspasar todos los límites. Un Dios así, que nombraba a todos y cada una de las personas como criaturas suyas apreciadas, debía ser odiado por alguien para quien las personas no eran más que elementos útiles o inútiles para su grandeza personal y nacional. Un Dios que limitaba el poder, no cabía en el esquema nazi quien había divinizado al estado de la raza aria.
Por eso el Holocausto es único. Nunca antes se había intentado arrancar de la faz de la tierra la presencia física de una moral de justicia y de paz. No solo se trataba de acabar con un pueblo, sino de acabar con el mismo fundamento ético de todo Occidente para iniciar una nueva época de terror y espanto.
Una vez más, desde la época de los faraones, pasando por Nabucodonosor, Haman y las conversiones forzadas de la Edad Media, el pueblo judío ha pervivido, y con él todo un concepto ético universal. Sobre él hoy están apoyados los derechos humanos. Una vez más se ha demostrado que el poder de Antígona es superior al de Creonte, que el Dios de misericordia es infinitamente más poderoso que el Leviatán.
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