SAL EMERGUI/EL MUNDO.ES
¿Qué relación tiene un servidor con los Premios Goya? Nada excepto una conversación sobre una impresionante historia convertida con el tiempo en un documental nominado en la categoría de “Mejor cortometraje documental español” del prestigioso certamen. “El violinista de Auschwitz”, escrito y dirigido por el español Carlos Hernando, es un corto pero gran homenaje a Jacques Stroumsa (Salónica 4-1-1913, Jerusalén 14-11-2010), judío sefardí que se salvó del infierno nazi gracias a la música.
Con su nominación, volví al convulso verano del 2006. Haifa, en el norte de Israel, era una ciudad fantasma y castigada por los Katiushas del grupo libanés Hizbulá. Tras contar en directo el impacto de un proyectil a pocos metros, fui “abordado” por Hernando que había llegado con motivo de la guerra.
Entre sirenas, crónicas y pitas en uno de los pocos establecimientos abiertos esa noche, conversamos sobre la historia de Stroumsa. La victoria de su violín en el Holocausto y su orgulloso origen sefardí. La España que en 1492 había expulsado a sus antepasados pero que nunca dejó de amar. Con mucho dolor, como los amores más intensos. Su fidelidad al ladino era algo más que una cuestión lingüística.Era su propia identidad.
“El cortometraje se filmó en el verano de 2008. Fueron cuatro días de rodaje en el Museo del Holocausto Yad Vashem de Jerusalén. Más tarde, Jacques me hizo entrega de unas imágenes suyas tocando el violín en el campo de concentración de Auschwitz”, nos cuenta Hernando que llega a los Goya con una cinta “totalmente independiente y sin ninguna ayuda”.
Hernando recuerda la primera reacción de Stroumsa: “A Jacques, en el ocaso de su vida, le gustó contar su historia a un cineasta español. Pude apreciar que como sefardí seguía teniendo un gran cariño hacia España. Me contó su encuentro con el Rey y sus viajes por España. Le gustó la experiencia a pesar de no soportar bien las horas de rodaje. Se cansaba mucho y necesitaba descansar entre toma y toma”.
Un “orgulloso sefardí” que nació en Salónica en 1913. En abril del 41, las tropas nazis ocuparon su ciudad. Como miembro de la histórica comunidad judía de esa ciudad griega, fue deportado al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau II (Polonia). Su joven esposa, embarazada de ocho meses, fue asesinada en la cámara de gas.
“A mi me aceptaron en la orquesta y así sobreviví. Nunca podré olvidar las caras de los míos antes de ser fusilados o gaseados”, me dijo en una ocasión Stroumsa que sobrevivió dos años en el campo de concentración gracias a su talento como violinista: “No sabía que en ese lugar tan terrible había una orquesta. Los nazis necesitaban músicos, especialmente violinistas”.
“Era una locura tener una orquesta y que nos obligaran a cantar y tocar mientras exterminaban a tantas personas pero sin locura no se puede entender Auschwitz”, añadió Stroumsa en su casa de la calle Uruguay de Jerusalén.
Pese a su debilitada salud, se entregó al documental español de la misma manera que lo hacía en cada escuela o universidad. Su misión, existencial, era una carrera contra la ignorancia y el tiempo. Contar su vida. Enseñar su número tatuado con odio y sangre en el brazo para demostrar que no es mentira como alegan negacionistas disfrazados de historiadores.
Según Hernando, “el documental se centra en la concepción de Dios por parte de un superviviente del Holocausto. Me interesó este aspecto después de leer una célebre frase del escritor judío italiano Primo Levi ´Existe Auschwitz, por lo tanto, no existe Dios´. Quería ahondar en el vacío existencial que sufrieron muchos supervivientes. Y Jacques me abrió su alma en este aspecto”.
“Lo más difícil fue condensar las más de seis horas de rodaje en 13 minutos. Se dejaron muchas cosas por el camino. Anécdotas, situaciones, su experiencia en la marcha de la muerte, etc. Había que condensar casi toda una vida en 13 minutos”, explica el madrileño.
13 minutos para explicar su cruel viaje en los trenes de la muerte, los 30 vagones de mercancías de su “transporte”. Hacinados, humillados y guiados a la incertidumbre en lo que para la mayoría fue su último viaje.
13 minutos para llorar el asesinato de sus padres, su esposa embarazada y los padres de ésta en las cámaras de gas.
13 minutos para explicar la sensación de ser seleccionado por los verdugos para deleitar con el violín en plena matanza industrial.
13 minutos para recordar el 20 de enero de 1945 cuando salió en el último grupo de la llamada “marcha de la muerte” que duró cuatro días y cuatro noches.
Hasta su fallecimiento en Jerusalén, el sefardí Jacques cumplió su misión descrita así en una ocasión: “Tuve suerte de salir vivo pero mi obligación moral es hablar siempre de Auschwitz. Los que sobrevivimos a ese infierno moriremos pronto y debemos hablar para que los otros sepan y no olviden”.
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