Artículo de marzo de 2011
LUIS GELLER EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
Hace apenas unos días, el mundo se convulsionó con una noticia espectacular: La fórmula secreta de la Coca Cola había sido descubierta —por fin— gracias a que un experto en computación logró ampliar una fotografía en la que aparecía, de puño y letra del propio John Pemberton, el boticario que creó la fórmula original de la Coca Cola a finales del Siglo XIX. Allí podían leerse a detalle los ingredientes y las proporciones del concentrado secreto más publicitado en el mundo, el alma y corazón del american-way-of-life, la esencia misma del refresco que hizo famosas a “la pausa que refresca” y a “la chispa de la vida”.
La fórmula secreta de la Coca Cola, conocida mundialmente como el “ingrediente secreto Mercancía 7X” no resultó ser tan secreta. De hecho, si alguien hace una búsqueda en Internet, obtendrá más de un centenar de sitios que desde hace varios años muestran esos ingredientes con más o menos una similitud a la formulación de Pemberton. Si cuenta con los medios, tardará menos de 20 segundos en obtener los ingredientes y sus proporciones a partir de un simple análisis espectrográfico óptico de cualquier laboratorio especializado.
Pero lo curioso no es que se conozca la fórmula secreta —que a no dudarlo muchos tratarán de copiar para hacerle la competencia al gigante de Atlanta— sino todo lo que gira a su alrededor. Secretos y más secretos que, para desgracia de los fabricantes cómodamente sentados en nubes de apariencia democrática, muy al estilo americano, ahora salen a la luz con más fuerza que nunca.
La empresa Coca Cola ha estado presente en América, desde luego en México y en muchos países del mundo, entre ellos Alemania, desde el año de 1929. En los doce años que van desde 1933 hasta el final de la II Guerra Mundial, la empresa embotelladora alemana Coca-Cola GmbH produjo unas 200,000 cajas anuales bajo la dirección de un hombre llamado Max Keith (se pronuncia “kait”) quien propugnaba por la modernización del III Reich montado en la grupa de la esplendente prosperidad económica que el régimen de Hitler había alcanzado en poco tiempo. Para bien o para mal.
El éxito de la Coca-Cola en Alemania se debió a que los trabajadores debían hacer una pausa para saciar su sed. El slogan publicitario fue “Mach doch mal pause” —bueno, haz una pausa— en la que participó el gobierno de Hitler favoreciendo el consumo de una bebida gaseosa en lugar del legendario trago de cerveza que no ayudaba mucho a elevar el trabajo personal y el nivel de sobriedad.
Por un lado la destrucción de los sindicatos colaboró a crear horarios de trabajo más arduos y largos, y con mayores requerimientos de moderación alcohólica para que los trabajadores de las fábricas pudiesen realizar funciones más precisas y delicadas, entre ellas, la fabricación de armamento militar. Max Keith, Director de Coca-Cola GmbH y los ejecutivos de Atlanta vieron una oportunidad que no perderían de vista hasta casi el final de la Guerra, cuando el propio Himmler ordenó la nacionalización de Coca-Cola GmbH, algo que no había hecho antes por temor a quedarse sin la fórmula secreta y porque, como lo menciona Eleanor Jones en su famoso artículo “Coca Cola va a la guerra”, “lo que hasta entonces había salvado a la empresa alemana de ser abolida por los jerarcas nazis —muchos de los cuales eran embotelladores de Coca Cola— fue la estructura corporativa y la filosofía publicitaria de esta empresa, tan cercanas a la idea nazi de creación de un nuevo y poderoso orden mundial.”
En una de las tantas convenciones de Coca-Cola celebradas en Alemania, las 50 fábricas de Coca-Cola GmbH que amenazaban con cerrar si la matriz americana suspendía el envío de la Mercancía No 5 y del Ingrediente 7X —entre ellas una filial de Coca-Cola dirigida por Max Schmeling, famoso ex-campeón mundial de boxeo nacido en Alemania el 28 de septiembre de 1905 — tomaron una serie de decisiones que mantendrían a flote la industria de Coca-Cola en Alemania. Por una parte ya no dependerían del envío de estos ingredientes secretos; mantendrían las ventas de Coca-Cola mientras pudiesen, e inventarían una nueva bebida que fuese totalmente alemana en su concepción, con un sabor que fuera del agrado del consumidor alemán y con una formulación —también secreta— propiedad de la propia empresa alemana.
Esta bebida fue nada menos que “Fanta”, nombre derivado de “Fantasie”, una palabra alemana con obvio significado, una gaseosa con sabor a manzana que más tarde sería cambiado a naranja y que daría, primero a la empresa alemana Coca-Cola GmbH y más tarde a la Coca Cola mundial, una preeminencia absoluta en ventas de refrescos de sabor. Con Fanta, Coca-Cola GmbH se mantuvo en el mercado y equilibró las ventas de la Coca Cola que ante la presión mundial iban en franco retroceso, entre otras razones, porque las botellas de Coca-Cola tenían una leyenda escrita en caracteres hebreos que uno de los por entonces competidores de esta empresa, Karl Flach, director y dueño de Afri-Cola, se encargó de publicitar, aduciendo que la Coca-Cola era una empresa “de judíos” aunque tales siglas no eran otra cosa que una alusión a que la Coca-Cola era un refresco “kosher”.
Quizás esa haya sido la razón por la que, desde entonces, nunca más se ha vuelto a ver una inscripción en hebreo en las botellas o en las etiquetas de Coca-Cola, si acaso, con la sola excepción de las tapas que en Estados Unidos se imprimen con la leyenda “Kosher L`Pesach” para las ediciones especiales de Coca-Cola con motivo de esta festividad. Por cierto, aquella convención de la que hablamos, terminó como todas las convenciones anuales celebradas en Alemania desde 1933, con un ceremonioso o discurso proclamando que “el futuro de Coca-Cola no estaría completo hasta que cada ciudadano alemán fuese un ferviente consumidor” y terminando, desde luego, con el golpeteo de botas que se hacían eco de los Sig Heil pronunciados tres veces en honor de Hitler.
La famosa fórmula de la Coca Cola incluye extracto de hojas de la planta de Coca, importadas de África e India, aparentemente —por lo menos así lo espero como consumidor asiduo— despojadas de los alcaloides inherentes a esa planta, y un poco de guaraná, cuyo gusto y olor son verdaderamente amargos. También incluye ácido fosfórico para dar el característico sabor ácido del refresco y literalmente la sensación de dientes y boca limpia al momento de beber. Obvio decir que Coca Cola es la única bebida gaseosa con permiso para utilizar ácido fosfórico —ingrediente capaz de freír el esmalte de los dientes— pero necesario para integrar una fórmula en la que, sin ácido fosfórico, el refresco sabría a jabón.
La Coca Cola incorpora en su formulación dos elementos aún más destructivos. Sal común en grandes cantidades, suficiente para refrescarnos y al mismo tiempo producir una sensación de sed, como para pedir otra lata, eso sí, bien fría. También contiene por cada 355 ml de producto líquido, unos 38 gramos —más del 10%— de azúcar, equivalente a unas tres cucharadas soperas llenas por cada lata de refresco de cola. Dulce y peligroso para cualquier organismo.
Cuando me enteré de los nexos de la Coca Cola con el régimen nazi, lo primero que se me ocurrió fue boicotear el refresco y dejar de tomarlo por completo. Busqué un sustituto adecuado pero aún no puedo hallarlo. Mi adicción se ve frenada por cuestiones morales que no estoy muy seguro de en qué van a terminar. Por lo pronto tengo frente a mí una lata medio vacía, o tal vez medio llena de burbujeante Coca Cola.
De lo que estoy seguro, es que jamás la sustituiré por una Fanta. Por otro refresco tal vez, pero nunca por una Fanta. Sé que la Coca Cola fue un socio comercial de la Alemania Nazi, pero Fanta es 100% creación de esas mentes. Entiendo que hubo otras empresas “muy americanas” que colaboraron o hicieron negocios con los nazis, sacando buen provecho de ello, pero enturbiando su imagen a nivel mundial. IBM Alemania, o por aquel entonces Hollerith —Deutsche Hollerith Maschinen GmbH (Dehomag)— es una de ellas, absolutamente responsable por los movimientos de los trenes y el destino de los judíos de Alemania y de los países ocupados. Coca-Cola es otra.
Muchos dirán que con Coca Cola no se pueden fabricar bombas y que como hace mucho tiempo de eso, es mejor mirar para otro lado. Borrón y cuenta nueva, dicen. Otros tendrán mejores consideraciones. Yo lo único que sé es que “Coca-Cola ist Coca-Cola” y que bussiness fue y es bussiness para los empresarios de Atlanta …y del mundo. Que ellos hayan hecho negocio con los nazis me afecta, pero lo entiendo.
Como Hamlet, ya no tendré más alternativa que sostener un cráneo que pediré prestado a las SS, miraré al infinito y buscaré un sustituto para mi lamentable adicción a la Coca Cola mientras exclamo: “Algo debe estar podrido en Dinamarca, …y en Alemania, …y en Estados Unidos …y en muchos países del mundo.” Eso mientras sigo mirando la lata de espumante Coca Cola que burbujea frente a mí. ¿Qué haré? ¿Tomar o no tomar…?
Me parece que lo pensaré dos veces antes de decidir por sí o por no.
No le voy a preguntar a usted qué haría en mi lugar, porque sé que es una decisión en extremo personal. Pero lo que sí le pido es que por favor abra su browser favorito —el mío es Google— y escriba estas tres palabras: “Coca Cola nazi”. No lo va a creer.
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