OSCAR CID DE LEÓN/REFORMA
Tras el juez Raúl Carrancá y Trujillo, quien llevó el caso de Ramón Mercader, el asesino de León Trotsky, asomaba la figura de Sigmund Freud.
Carrancá y Trujillo fue reconocido como uno de los penalistas más destacados de la primera mitad del Siglo 20 mexicano. Fue un lector ávido del austriaco, un practicante del psicoanálisis; tenía en su despacho un diván en el que acostaba a los acusados.
Un día de 1940 le llevaron a Mercader, quien había ultimado con un zapapico al revolucionario ruso en su casa de Coyoacán.
No había duda de que era el autor material del crimen, y que Stalin podría estar detrás de la acción, pero los motivos que daba el asesino eran vagos. En principio, se desconocía su identidad real; decía ser belga, no hablar español y que se llamaba Jacques Mornard; que había matado a Trotsky porque había traicionado al propio trotskismo, según aseguraba, pero, sobre todo, porque tenía planes de asesinar a Stalin.
Carrancá y Trujillo indagaría en el inconsciente del asesino. Un complejo de Edipo se afirmaba entre las razones.
Este caso es estudiado por Ramón Gallo, académico de Princeton, quien esta noche ofrecerá en el Centro Cultural Bella Época una conferencia titulada “Freud y Stalin en México”.
Su interés se desprende tras publicar el libro Freud´s Mexico: Into the Wilds of Psychoanalysis (2010), donde recapitula en las influencias del psicoanálisis en personajes de la cultura nacional, como Frida Kahlo, quien pintó un cuadro inspirado en Moisés y la religión monoteísta; Octavio Paz, quien filtró ideas freudianas en El laberinto de la soledad, o el monje benedictino Gregorio Lemercier, quien fundó en los años 60 un monasterio en Cuernavaca cuyos miembros se sometían a sesiones grupales de psicoanálisis hasta que el Vaticano le puso fin.
Entre esos personajes habría de figurar Carrancá y Trujillo y su caso más célebre, el de Mercader.
“Este juez había sido un lector muy temprano de Freud, en los 30”, recuerda en entrevista Gallo. “Hizo una serie de experimentos en los que trató de aplicar el psicoanálisis a la ley, al derecho penal; era un penalista muy reconocido, autor de una obra que por muchos años fue el libro de texto de los penalistas nacionales: El derecho penal”.
Él hablaba de una “técnica psicojurídica”; psicoanalizaba a los acusados para incorporar a sus dictámenes interpretaciones de las causas del inconsciente.
Para el caso, Carrancá estudió a Mercader 6 horas al día, 6 días de la semana durante 6 meses. Un total de 932 horas.
Mercader lo vivió mal. Llegó un momento en el que declara: “Me quieren sacar las cosas como con cuchara”.
En la historia del derecho, Carrancá y Trujillo, padre del jurista Raúl Carrancá y Rivas, es considerado un revolucionario, pero en el mundo amplio es una figura olvidada, lamenta Gallo.
Por otra parte, muchas de sus ideas permanecen, precisa el académico. Por ejemplo, fue uno de los pioneros en abogar para que las visitas conyugales en las cárceles no estuvieran supeditadas a la buena conducta de los presos. Inspirado por Freud, creía que dichas permisiones debían obedecer a una necesidad fisiológica.
El caso Trotsky no sólo es emblemático por el peso de sus protagonistas, señala Gallo. En él se conjugan dos de las ideologías más importantes del Siglo 20: el psicoanálisis y el estalinismo, y eso es difícil pasar por alto.
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