RODICA RADIAN GORDON*/ EXCELSIOR
El exterminio industrializado y en gran escala de los judíos como individuos y como comunidades ocupó un lugar central y esencial en la concepción nazi del mundo, a diferencia de otros grupos perseguidos, como los gitanos, los comunistas y los homosexuales. Basándose en una milenaria tradición antisemita, el régimen nazi destinó su capacidad de organización y su poder burocrático, así como su avance tecnológico, su economía y su propaganda para convertir a uno de los grupos de ciudadanos más prominentes de la sociedad y la cultura europea en un grupo ilegitimo, que se podía y debía exterminar. Ésta es la esencia de la singularidad del Holocausto.
De igual modo, no es posible comprender la participación activa de los colaboracionistas o el silencio inexplicable de los observadores, quienes formaron la gran mayoría de las poblaciones en los países donde ocurrió el holocausto, sino al margen de los prejuicios y sentimientos antisemitas que han existido a lo largo de los siglos en Europa. El rescate durante el Holocausto fue la historia de una pequeña minoría de personas.
Cuando los judíos tocaban puertas para pedir ayuda, los observadores tuvieron que decidir de modo inmediato si apoyar o no. El riesgo fue enorme y variaba según el país: en Europa del Este los rescatadores arriesgaron no solamente sus propias vidas, sino las de sus familiares. En Europa Occidental el castigo nazi fue un poco menos severo, aunque algunos de los rescatadores fueron enviados a campos de concentración donde murieron. Solamente unos cuantos tomaron responsabilidad total de la sobrevivencia de los judíos y ellos son los que han sido reconocidos por el Estado de Israel como los “Justos entre las Naciones”. La mayoría de los rescatadores eran gente común y corriente que igual actuaban con determinadas políticas ideológicas o religiosas, o era gente simple conmovida por el cruel destino de los “otros”. Hasta hoy, cerca de 20 mil personas, cristianos y musulmanes de varias nacionalidades, recibieron la medalla y el título de Justos entre las Naciones.
Una categoría especial entre los “Justos” son aquellos muy pocos diplomáticos que eligieron apoyar a los judíos solamente por el hecho de ser judíos. En todos los casos reconocidos, dichos diplomáticos actuaron desafiando las políticas de sus gobiernos y las órdenes de sus superiores, conscientes del precio personal que tuvieron que pagar por sus decisiones que fueron en contra de políticas oficiales insensibles. Así es el caso de Raúl Wallenberg, diplomático en la legación sueca en Budapest; el cónsul japonés Sugihara y el representante holandés Jan Zwartendijk en Kaunas, Lituania; el cónsul portugués Aristides de Souza Mendes en Bordeaux, el embajador brasileño en Francia Luis de Souza Dantas; el cónsul chino Feng Shang Ho en Viena y el cónsul de Ecuador Manuel Antonio Muñoz Borrero.
El 27 de enero es también la fecha establecida en México para conmemorar al embajador Gilberto Bosques, un hombre valiente y con un coraje extraordinario, quien fue uno de los muy pocos diplomáticos que no se mostraron indiferentes hacia el destino de los perseguidos por los fascistas y por los nazis. Afortunadamente para las personas que logró salvar, Bosques actuó bajo el consentimiento del gobierno mexicano que decidió rescatar a refugiados políticos sin distinciones religiosas, entre ellos a judíos. Los judíos que llegaron a México gracias a las “Visas de Bosques” fueron aceptados en igual medida que los demás.
De hecho, el gran drama para los judíos en los tiempos en que la única opción de supervivencia era el abandono del continente europeo, era que la política migratoria fue crecientemente restrictiva y como judíos no fueron considerados exiliados políticos. Quienes gozaron de la opción de salvarse, su suerte fue determinada por su militancia política y, claro está, su condición judía no fue objeto de discriminación.
El gran papel de México se vio entonces fundamentalmente ejemplificado en la apertura de puertas al exilio español. De allí que las políticas mexicanas, en comparación con las de la mayoría de otros países, aunque no fueron de una apertura hacia los judíos, si permitieron en momentos dados el ingreso de pequeños grupos de personas de origen judío.
Las historias de quienes actuaron para el rescate de judíos nos enseñan que aún en los límites que imponen las circunstancias históricas, siempre existe la libertad de elección aunque se necesite de un coraje extraordinario para lograrlo.
La memoria del Holocausto y su estudio sistemático y riguroso se hacen cada vez más imperiosos en la medida en la que nos alejamos de los acontecimientos y la memoria se construye como “narrativa”. La designación del Día Internacional del Holocausto es una contribución de suma importancia de las Naciones Unidas a este esfuerzo.
*Embajadora de Israel en México
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