JULIÁN SCHVINDLERMAN/PÁGINA SIETE.BO
Cristina Fernández ha llevado un poco lejos su vocación tercermundista. Ella siempre se ha sentido más cómoda entre pares del mundo subdesarrollado que con sus contrapartes del primer mundo. Así, las relaciones de la Argentina son tensas con Gran Bretaña, España y Estados Unidos, pero diáfanas con Cuba, Angola e Indonesia.
Durante una reciente visita a Vietnam, la Presidenta se vistió como guerrillera del Vietcong, hizo turismo aventura por los túneles de Cu Chi y alabó a Ho Chi Minh: “Es el padre de la patria, el San Martín de Vietnam”. En un viaje de años atrás a Libia, halagó a Muamar Gadafi: “Yo también, al igual que el líder de la Nación Libia, he sido militante política; desde muy jóvenes hemos abrazado ideas y convicciones muy fuertes”. Ahora ha decidido acercarse al Irán de Mahmud Ahmadineyad.
El domingo pasado, la señora Fernández envió 19 tuits (curioso modo de comunicación presidencial) en los que anunció que un “acuerdo histórico” había sido alcanzado entre Buenos Aires y Teherán en relación a la causa AMIA. La noción de que Buenos Aires dialogue con Irán sobre este tema es problemática en al menos dos aspectos cruciales y para abordarlos es necesario recordar un poco la historia.
En 1994, agentes al servicio de Irán explotaron la sede de la comunidad judía de la Argentina, provocaron la muerte a 85 personas (mayormente argentinos y también bolivianos, polacos y chilenos) e hirieron a otras 300. Luego de años de investigación, la justicia argentina acusó al régimen ayatollah de haber planeado el ataque y solicitó a Interpol la emisión de circulares de captura internacional contra los implicados, entre quienes hay figuras de alto rango del actual Gobierno, así como de previos gobiernos del país persa.
A casi 20 años del hecho y de insistentes reclamos, el Gobierno argentino decidió iniciar contactos con las autoridades iraníes para resolver, como afirmó la Presidenta en uno de esos tuits, “los temas pendientes vinculados al ataque terrorista a la sede de la AMIA”. Se anunció que una “comisión de la verdad” sería establecida, formada por expertos extranjeros propuestos por ambos países, que emitirá una “recomendación” luego de estudiar el caso.
Los dos problemas principales con este anuncio son -en primer lugar- que, como indicó oportunamente el Centro Simón Wiesenthal, convocar a Irán a cooperar en la resolución de un caso de terror en el que ese país estuvo involucrado es equivalente a que los Estados Unidos hubieran invitado a Al-Qaeda a colaborar en la investigación sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001, y, en segundo lugar, que el Poder Ejecutivo nacional no puede ni debe intervenir en una causa judicial abierta. Irán debe acatar, no negociar, los requerimientos de la justicia argentina.
Que este anuncio fue hecho el Día Internacional de Recordación del Holocausto agregó ofensa al daño inicial: el régimen iraní es el máximo negador del Holocausto en la actualidad.
Para entender el acercamiento entre las partes es importante comprender sus posibles motivaciones.
Para la República Islámica de Irán, dar finalmente por superado el escollo de la causa AMIA en su relación con la República de Argentina es un componente de su plan para profundizar su infiltración política, económica y militar en América Latina. Irán vio correctamente que el Gobierno argentino tenía afinidades ideológicas con los liderazgos del llamado Eje Bolivariano (receptivo a Irán) y reforzó su apuesta en pos del acercamiento bilateral. Ninguna otra nación de la región podía legitimar la presencia de Irán aquí a la luz de haber padecido en suelo soberano dos atentados terroristas planeados por Teherán.
Al consentir el inicio de diálogo, la República de Argentina ha marcado un giro espectacular en su diplomacia. Bajo una mirada hiper-realista dio prioridad a las relaciones comerciales y políticas con Irán frente al reclamo de justicia. Según informó el diario Clarín, las exportaciones argentinas al país persa aumentaron un 234% desde que Cristina Fernández asumió la presidencia en 2007, y el 1000% si se compara con la situación a 2005, cuando su marido gobernaba. En 2010 fue un año récord al alcanzar las exportaciones un total de 1.453 millones de dólares, meses después de la peor crisis económica mundial desde 1930.
Pero el mercado iraní representa menos del 1,5% de las ventas totales del país al resto del mundo, lo que sugiere que la ideología -la visión Sur-Sur del Gobierno- debe ser también un factor de peso. Para que florezca la relación, pasó entonces a ser imperativo correr de lado la traba de la justicia. Y así la causa AMIA fue abandonada.
Para suavizar el hecho, el acuerdo fue anunciado con invocaciones a la memoria y a la verdad. Pero, como un buen tango, tiene el aura de la tragedia a su alrededor.
*Julián Schvindlerman es escritor y analista político.
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