FRANCISCO G. BASTERRA/EL PAÍS
Cambia la guardia pero el mundo no se para. Obama rescata a dos veteranos de Vietnam, la peor derrota militar y moral de EE UU, para dirigir la política exterior y de seguridad de la única superpotencia realmente existente. John Kerry, en el Departamento de Estado, y Chuck Hagel, un polémico exsenador con ideas propias, en el Pentágono. Hillary Clinton, la mujer que quiso ser presidenta y que aún puede serlo, ya se ha formado el primer comité de acción política, Hillary en 2016, para financiar una eventual campaña, aunque su edad, 65 años, y el accidente cerebral que sufrió recientemente introducen dudas al respecto, se despidió ayer de su puesto como eficaz secretaria de Estado. Advirtió de que la guerra civil desatada en Siria puede desbordarse a los países vecinos, a la vez que denunciaba el aumento de ayuda militar y financiera de Irán y Rusia al asediado Bachar el Asad. Israel no ha esperado a que Damasco cruce la línea roja: la utilización de armas químicas en un postrero intento de salvar su régimen, para enviarle un aviso con sus cazabombarderos. Ignoramos si el objetivo ha sido un laboratorio relacionado con ese armamento o unas baterías de cohetes antiaéreos, de fabricación rusa, que estaban siendo trasladadas desde Siria a Líbano para ponerlas en manos de Hezbolá, la milicia chií brazo armado de Irán, e incrementar su capacidad de amenazar la frontera norte de Israel. Este golpe preventivo coincide con el anuncio de que Irán redobla su esfuerzo para centrifugar uranio sosteniendo el reto al gran satán norteamericano. Todo un recordatorio para la agenda inmediata de Obama: con qué medios, negociación diplomática o uso de la fuerza, va a impedir que los mulás de Teherán se hagan con la bomba nuclear. Decisión que marcará su segundo mandato en la Casa Blanca que acaba de iniciar.
Sin salir de Oriente Próximo, la región más inestable y en proceso de cambios profundos, Egipto, el gigante árabe, se bambolea en el segundo aniversario de la revolución que concluyó con más de medio siglo de autocracia militar. Queremos que todo funcione ya, no aguantamos el desarrollo de los procesos, es un signo de los tiempos. Nos sobra la prisa y occidente carece de paciencia estratégica. Analistas y medios de comunicación hablan ya de que la revolución que acabó con Mubarak ha descarrilado y de que el primer país árabe por población e importancia es preso de una anarquía rampante. Creo que no evaluamos correctamente la importancia del cambio: Morsi es el primer presidente libremente elegido en la historia del país y, además, es islamista. Tras una semana de violencia callejera, en la que la oposición, desunida, ha tratado de desbordar el poder legítimo de los Hermanos Musulmanes, la rabia de las fuerzas laicas, los liberales y los jóvenes desencantados que empujaron el cambio hace dos años, se ha desbordado en la calle. Pero la pobreza del país, su enorme crisis económica, la ausencia de una sociedad civil organizada y de instituciones democráticas, no son producto del nuevo régimen y de la revolución. Son la herencia de décadas de dictadura. Las democracias no se alcanzan automáticamente, sino que comportan un periodo dilatado de dudas, desvíos, desorden, incluso caos.
Se está construyendo un nuevo estado, y lo está haciendo una mayoría islámica; el estado profundo de Mubarak, las fuerzas de seguridad, gran parte de los jueces y los militares permanecen retranqueados, no precisamente neutrales, ante un proceso en el que tienen mucho que perder personal y económicamente. El ministro de Defensa advierte de que la crisis política puede llevar al colapso del Estado. Morsi, que quizá imprudentemente rechaza un gobierno de coalición con los partidos laicos, se ha visto forzado a decretar un estado de excepción, replicando la ley marcial de Mubarak; ha viajado a Berlín para pedir ayuda financiera a Merkel, obteniendo solo el beneficio de la duda sobre sus promesas democráticas. En El Cairo, la oposición negocia con los Hermanos Musulmanes la renuncia a la violencia. Hace dos décadas, el Ejército en Argelia, con el aplauso de EE UU y Europa, abortó la llegada al poder de los islamistas que habían ganado las elecciones, provocando un resurgimiento del terrorismo y una guerra civil con más de 200.000 muertos. Se utilizó el argumento de que los nazis, de cuyo ascenso al poder en Alemania se cumplen 80 años, también obtuvieron el poder por vía electoral. ¿Estamos hoy ante una situación similar en Egipto con un partido religioso que intenta establecer una dictadura islámica utilizando la democracia? George Orwell, que escribió con lucidez sobre nuestra guerra civil, reflexionó que “no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución, sino que se hace una revolución para edificar una dictadura”.
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