CARLOS BRAVO REGIDOR/LARAZON.COM.MX
El jueves pasado Leo Zuckermann publicó en Excélsior una columna (https://j.mp/XPtk7r) criticando un acto en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México en el que hubo expresiones inequívocas de antisemitismo y negación del holocausto judío. Su alegato, en breve, consistió en cuestionar que una institución educativa financiada con recursos públicos se prestara a la promoción de un discurso carente de cualquier rigor académico y abiertamente discriminador sin que hubiera, todo parece indicar, ningún debate ni cuestionamiento.
Al día siguiente Ricardo González publicó en Animal Político <a href=”https://j.mp/UNkCdd”>una respuesta al artículo de Zuckermann. A nombre de ARTICLE19, una organización dedicada a defender el derecho a la libertad de expresión y a combatir la censura, argumentó básicamente tres cosas: 1) que en aras del avance científico toda universidad debe dar cabida a voces que pongan en tela de juicio “verdades que se presentan como absolutas, así como escuelas de pensamiento hegemónicas”; 2) que las leyes contra la negación de hechos históricos inhiben la “producción de conocimiento”, y 3) que toda vez que el diálogo democrático requiere “disenso” la prohibición de ideas no es la solución.
Aparentemente, no importa que el holocausto judío sea una verdad documentada y no una corriente de pensamiento, que negarlo sea lo contrario de fomentar el conocimiento histórico, o que incitar al odio contra un pueblo sea distinto a tener una diferencia de opiniones. Según la contorsionada lógica del señor González, en este caso la prioridad no era interpelar a quien dijo que “el holocausto fue una gran mentira, si hubieran matado a seis millones de judíos ya tendríamos la suerte de que no hubiera judíos en este planeta” (https://j.mp/WGKrw2), ni tampoco reclamar a quien le puso el micrófono delante y la dejó decirlo con plena impunidad, sino replicar al que protestó en su contra.
En ninguna parte de su texto sostuvo Zuckermann que hubiera que negarle el derecho a la libertad de expresión a nadie. Lo suyo fue ejercer la crítica, no llamar a la censura. La respuesta de González, sin embargo, le reprocha “tratar de censurar”. Y al hacerlo, paradójicamente, se traiciona a sí misma. Porque crítica no equivale, en ningún sentido, a censura. Pero equipararlas puede terminar convirtiéndose en una forma, no por inopinada menos perversa, de censurar a la crítica.
Bien decía Cioran que a veces los hombres sólo saben remediar sus males agravándolos…
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