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Los insomnes tratan de calmarse para poder dormir contando ovejas. Yo no. Yo cuento premios Nobel que se entregarán en austeras ceremonias escandinavas. Modestamente, he de confesarlo, en mis pensamientos yo soy el único destinatario. Existe sin embargo un problema: la categoría para mi Premio Nobel todavía no existe. Pero soy optimista de que pronto el Premio Nobel a las verdades inconvenientes pronto se cree.
Kåre Kristiansen lo habría aprobado. Él era un hombre de visión aguda que reconocía una verdad incómoda cuando la veía. Kristiansen, por ejemplo, dimitió del Comité Noruego del Nobel después de que éste decidiera otorgar el Premio Nobel de la Paz de 1994 a Yasser Arafat. Cuando hablé con él sobre este episodio él no tenía ninguna duda de que sus colegas jueces se habían vuelto locos ¿Cómo, se preguntaba, podían otorgar el premio de la Paz al “terrorista más importante del mundo”?
Siguiendo en Escandinavia (pero no, os lo prometo, un momento más de lo necesario), un investigador académico le preguntó a una alta funcionaria de los derechos humanos de Suecia que por qué su país había apoyado una resolución en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU que condenaba a Israel por perpetrar la “masacre que nunca existió en Jenin”. “Usted no tiene de que preocuparse”, le respondió ella. “Ya sabíamos que no hubo ninguna masacre en Jenin”. “¿Cómo, entonces como puede usted explicar el voto de Suecia?”. “Bueno”, razonaba ella, “el gobierno sueco quiso demostrar su solidaridad con los países del Sur”.
Ahora entren en la Unión Europea, la cual ha elevado el negocio de ignorar verdades incómodas a una forma de arte. Ahora, se nos dice que Europa – liderada por Gran Bretaña y Francia – está preparando un gran plan de paz que será presentado a Israel y a los palestinos en marzo. ¡Hosanna! La gran mayoría de los israelíes se animará al comprobar estas grandes perspectivas de paz. Aunque, tal como han deducido según lo visto, la gran mayoría ya no cree que los palestinos, divididos o no, sean capaces de declarar el fin del conflicto. Y una sólida trayectoria a lo largo de los últimos doce años les dice que tienen razón.
Numerosos bienintencionados pacificadores han fracasado en el pasado debido a que siempre confunden la política con la cultura. Y nada indica que los europeos aprendan de los errores del pasado. En términos políticos, las cuestiones en litigio permiten llegar a una resolución. Pero la controversia no es política, sino que es social, cultural, histórica y, sobre todo, religiosa. La primavera árabe nos da una pista: el islamismo triunfa aquí y allá. Y la existencia misma de Israel representa no sólo una mancha en el honor árabe, sino, y aún más importante, una blasfemia contra el Islam.
El plan europeo de paz, como tantas otras cosas en el Oriente Medio, no es del todo como aparenta. ¿Fue mera coincidencia que la iniciativa de paz europea se filtrara en el preciso momento en que Francia estaba enviando tropas a Malí para evitar que los insurgentes islamistas se apoderaran del país? La justificación del presidente François Hollande fue que “No podemos permitir un estado terrorista a las puertas de Europa”. Muy cierto.
Pero Hollande tendría más credibilidad si Francia no fuera la primera que pusiera el grito en el cielo cuando Israel busca detener a los locos islamistas de Gaza que lanzan cohetes y misiles contra los civiles y las aldeas y pueblos israelíes.
Sucede que Bamako, la próspera capital de Mali, está a nada menos que 6.266 kilómetros de París. Por el contrario, Gaza, está literalmente a un paso de Israel.
Sería reconfortante pensar que Europa está preparando una iniciativa de paz por razones puramente altruistas. Sin embargo, la verdad inconveniente es que Europa está de nuevo tratando de sobornar la furia islamista utilizando la moneda israelí.
Con la temporada de buena voluntad ahora en nuestra distante memoria, el festival anual de la Semana del Apartheid israelí está casi sobre nosotros. Y en ninguna parte son las verdades inconvenientes más inoportunas.
Sin duda no es necesario reseñar y repetir que Israel es una democracia a pleno funcionamiento, que consagra la igualdad de derechos para todos sus ciudadanos bajo la ley, que tiene un muy activista poder judicial independiente, que goza de una floreciente prensa libre, que defiende la libertad de religión, movimiento, expresión… Y es sin duda no es necesario enumerar los nombres de los miembros árabes del parlamento, jueces, embajadores, académicos e incluso generales. Todas esas cosas que no me suenan para nada a apartheid.
Pero un enfoque implacable y obsesivo contra Israel está conduciendo a que el mundo se vuelva loco. Lo que me intriga es por qué tanta gente inteligente y reflexiva está dispuestos a suspender su incredulidad y emplear su tiempo y sus energías en la floreciente industria de BDS (boicot, desinversión, sanciones, para los no iniciados), una industria cuyo verdadero objetivo (más allá de la justificación de los palestinos) es haber sido creada para demonizar y deslegitimar al Estado judío.
Algunos, animados por el antisemitismo, utilizan al sionismo para expresar ese odio suyo tan antiguo. Otros, abrumados por el Holocausto, “limpian” su conciencia mediante la proyección de la culpa de Europa a los “nuevos nazis” de Israel. Otros, como la funcionaria sueca de derechos humanos, adoptar una postura anti-Israel como medio de expresar su solidaridad con el Tercer Mundo. Lo que toda esta gente tiene en común es que, en algún momento, han tenido que superar (o pasar por alto) de un enorme camión lleno de verdades incómodas.
Afortunadamente, Israel no se ve afectado. Su economía sigue creciendo más rápido que cualquier otro país industrializado, las universidades siguen siendo de clase mundial, al igual que sus orquestas, artistas, escritores y poetas. Sus técnicos continúan innovando y sus científicos continúan ganando premios Nobel.
Ah, Premios Nobel. Ya estoy preparando mi discurso de aceptación de Estocolmo. ¿O será en Oslo? Lo mismo me da.
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