ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ/SUMACULTURAL.COM
Recopilados en cuatro volúmenes, divididos en dos partes Cuentos jasídicos. Los primeros maestros I y IIy Cuentos jasídicos. Los maestros continuadores I y II, por Martin Buber (Viena, 1878-Jerusalén, 1965), asombra que no sean contados como una de las cumbres de la literatura. Y con el actual apogeo de la microliteratura, asombra todavía más, pues los cuentos, enseñanzas y anécdotas que componen los dos primeros volúmenes (los dos siguientes nos los reservamos para otra tribuna, por puro gusto de hablar más de ellos) son ejemplos canónicos del género, con un añadido de profundidad intelectual y humanística que, con contadas excepciones, se echa a faltar a menudo en el brillante mundo de los microcuentos.
Para encuadrar correctamente estos textos —y quizá para entender su ausencia en el canon de las grandes obras— hay que partir del movimiento religioso que le da origen y nombre: el judaísmo jasídico. Surgido a finales del siglo XVIII en Europa del Este, la esencia de las enseñanzas jasídicas es según Martin Buber, “una vida de fervor, de exaltado júbilo”. Y eso impregna profundamente su literatura.
La misma palabra nos da la pista esencial: jasid significa piedad y bondad, y desde luego estamos ante una narrativa de una extrema bonhomía. Todos los recursos del humor y la humildad se ponen al servicio de los sentimientos nobles. Que ello se logre sin incurrir en el sentimentalismo es logro que admira:
Cuando el maguid comprendió que se había hecho famoso rogó a Dios que le revelara cuál era el pecado que había cometido.
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[Rabí Rafael:] ¡Qué dicha que Dios haya prohibido el orgullo! Si Él nos hubiera ordenado ser orgullosos, ¿cómo hubiera sido posible para mí cumplir su mandato?”
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[Rabí Pinjas:] “Todas las alegrías provienen del paraíso, y también las chanzas, siempre que sean dichas con regocijo verdadero”.
Otra característica del movimiento es su interés por la Cábala. Para todo escritor o crítico o lector cualificado, el respeto sobrenatural que ese movimiento propugna al texto sagrado y a su Autor se convierte en un modelo análogo de lectura perspicaz. Algunos anécdotas de los primeros maestros lo recalcan con gracia: Baal Shem Tov, el fundador del jasidismo, “en la larga secuencia de los cantos de alabanza, no recitaba nunca un versículo hasta haber visto al ángel de ese verso y escuchado su especial acento”. Ese respeto por la literalidad del texto, rebasa a menudo la glosa y se convierte en un poderoso motor creativo:
“¿Por qué no hay primera página en ninguno de los tratados del Talmud babilónico? ¿Por qué cada uno empieza por la segunda?” Rabí Leví Itzajac repuso: “Por mucho que un hombre pueda aprender, siempre debe recordar que no ha llegado siquiera a la primera página”. […] Pero en realidad no sólo las letras en negro, sino también los espacios en blanco que las separan, son símbolos de la enseñanza, con la salvedad de que no somos capaces de leer esos espacios. En tiempos venideros, Dios revelará lo que la blancura de la Torá oculta.
Qué honda alegría que transmiten estas historias. La alegría, para el jasidismo, es una oración, una norma de piedad, un deber religioso, que se cumple, naturalmente, con inmenso placer. Los Cuentos jasídicos la contagian por ósmosis:
“En el Día del Perdón” –le dijeron—“él recita la confesión de los pecados en el más festivo de los tonos”. El Baal Shem mandó llamar a ese rav y le preguntó la causa de tan extraño proceder. El rav explicó: “El más humilde los servidores del rey, aquel cuya tarea es barrer la basura del patio, canta una alegre canción mientras trabaja porque está haciendo lo que hace para complacer al rey”. Le dijo el Baal Shem: “Ojalá mi suerte fuera como la tuya”.
También hay que destacar su capacidad consoladora:
Rabí Wolf trató de recordar las kavanot, pero las había olvidado por completo. Las lágrimas brotaron de sus ojos y llorando anunció el orden de los sonidos […] Más tarde el Baal Shem dijo: “Hay muchas salas en el palacio del rey, y llaves complicadas para abrir sus puertas, pero el hacha es más fuerte que todas ellas y ningún cerrojo puede resistirla. ¿Qué son las kavanot comparadas con una pesadumbre verdaderamente sincera?”
O su compromiso con la verdad o su compromiso con el amor (“El Baal Shem dijo a uno de sus discípulos: “El más ínfimo ser en quien puedas pensar me es a mí más caro que tu único hijo para ti”) o su constante perspicacia conyugal ([Tras la muerte de su mujer] “Pero ahora que soy sólo medio cuerpo…”); o su finura psicológica (La humildad no figura en la Torá como mandato, porque “El hombre que interpreta esto como precepto y lo cumple, sólo alimenta su orgullo al hacerlo”) o hermosísimas parábolas teológicas:
Dios creó las hierbas curativas para no tener que sanarnos con milagros evidentes y así respetar la libertad de elegirle o no. […] Las hierbas venenosas lo son por el pecado original, pero la oportunidad de que con la correcta administración puedan curar, es su oportunidad de redimirse.
Como vemos y como no podía ser de otra manera, la clave es la religiosidad, que es sencilla, piadosa, humilde. Contra las corrientes que querían convertir el trato íntimo con Dios en privilegio de clases acomodadas o sabias, el jasidismo puso la mística a alcance de los fieles más corrientes. Especialmente evocadores resultan sus avisos sobre la compatibilidad de la vida ordinaria con el servicio a Dios.
Rabí Pinjas: “Siempre me siento temeroso de ser más inteligente que devoto”.
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[De un hombre tenía el pobre oficio de tocar el martillo en las puertas de las casas para que se levantaran a estudiar o rezar, pero] aunque golpeaba muy levemente se levantaban todos, enseguida y con una enorme alegría. Ese era su don.
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[Un niño cree que está jugando al escondite y corre a esconderse, pero nadie lo busca y se pone a llorar] Entonces los ojos de Rabí Baruj se llenaron de lágrimas y murmuró: “Dios dice lo mismo: ‘Yo me escondo pero nadie quiere buscarme’”
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[Aunque otro maestro nos revela el secreto del juego] Él cesa de esconderse si tú sabes que se esconde.
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[Unos hombres rezaban devotamente pidiendo dinero, aunque no mucho, una renta exigua, para poder dedicarse a rezar y estudiar] El rabí de Berditchev les dijo: “¿Pero qué os hace pensar que en el Cielo se necesitan vuestro estudio y vuestas oraciones? Tal vez lo que allá se necesite sea que trabajéis y os devanéis los sesos”.
Late una enseñanza esencial en el conjunto de los cuentos jasídicos: la importancia central de cada hombre. En el lecho de muerte, se dice Zusia: “En el mundo venidero no me preguntarán: “¿Por qué no fuiste Moisés?” Me preguntarán: “¿Por qué no fuiste Zusia?” Que el inmenso caudal de narraciones se organice según el maestro que dio origen a la anécdota o a la enseñanza, ya lo deja claro. También la atención a la biografía del maestro y a su historia familiar. El mismo papel esencial de recopilador y adaptador de Martin Buber también nos muestra la importancia de uno, en este caso como propagador de una tradición a la que nazismo y el estalinismo golpearon con un odio cerril y pusieron al borde de la extinción.
Otro nombre propio que me resulta imprescindible traer aquí es el del escritor rumano converso Nicolae Steinhardt, autor de un nunca suficientemente ponderado Diario de la felicidad. En su libro, con la constancia de un feliz estribillo, Steinhardt insiste en la importancia que la espiritualidad jasídica y su narrativa tuvieron en su manera gozosa y plena de vivir el cristianismo. Nos regala un ejemplo delicioso de la importancia imprevisible que la literatura puede obrar en nuestras vidas.
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