FERNANDO SERRANO MIGALLÓN/ EXCELSIOR
La palabra, decía Alfonso Reyes, es como un cuchillo, con arte puede servir para labrar un santo de madera y, sin escrúpulos, para asesinar al vecino. Hablar y escribir es asunto delicado que merece y necesita responsabilidad, serenidad y un mínimo de conocimiento. Despreciar la palabra conduce a la mentira, a la falsedad y, a veces, al engendro de la violencia.
Hace unos días, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, dentro de su programa de posgrado en derechos humanos, se celebró un foro en contra del Estado de Israel y a favor de Palestina; desde luego que, en una institución académica eso es normal y no debe asustar ni enfurecer a nadie; las universidades son para eso, para criticar y contrastar, para entender y explicar. Cualquiera que se oponga a la difusión y debate de ideas en el seno de las universidades, es peligroso, porque atenta contra el desarrollo de la inteligencia y la sociedad. Sin embargo, la propia calidad académica de la Universidad impone algunas obligaciones como el rigor intelectual, la exposición de datos y fuentes, el debate amplio y tolerante y, sobre todo, la imparcialidad en el manejo de la información y el acato de la evidencia, nos guste o no, nos satisfaga o nos haga cambiar nuestros puntos de vista.
El hecho es que en dicho foro, la arquitecta Raquel Rodríguez se expresó en el sentido de negar la existencia del Holocausto en la Segunda Guerra Mundial; sus argumentos serían ridículos si no fueran tan graves: que todo fue un montaje, que había leído “en un libro”, que todo lo que se dice sobre la matanza de judíos, gitanos, socialistas, minusválidos, niños, mujeres y opositores al nazismo son mentiras; que si hubieran matado a seis millones de judíos “tendríamos la suerte de que no hubiera más judíos en el planeta” y que el voto en la ONU, el que diera origen a la partición de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, había sido comprado: “Recibieron un cheque en blanco con todos los ceros que les pudieron poner, las esposas recibieron anillos de diamantes tapados de piel”. Sin fuentes, sin aparato crítico, así nomás por hablar y por denostar y ofender. Esto no se debe decir ni en una plática de cafetería y es intolerable en una universidad pagada por los ciudadanos.
Negar el Holocausto es cruel, criminal e irresponsable; ofende a la memoria, no de los judíos sino de todos que, como seres humanos, hemos sido testigos de la brutalidad a la que podemos llegar los hombres si no ponemos límites a nuestros fanatismos, a nuestros gobiernos y a nuestros temores. Cualquiera puede oponerse a la política del gobierno israelí, son muchos los judíos en el mundo que lo hacen, dentro de israelí el gobierno —como en toda democracia— tiene opositores férreos, pero reducir la causa de Palestina a un tema de antisemitismo, racismo y odio, eso es hacer un flaco favor a un pueblo en pleno desarrollo de su identidad y de su presencia en el mundo.
Tal vez, como siempre, no pase nada, que no actúen las autoridades de la UACM, ni el Conapred; por eso es importante denunciar y decir que no es permisible, ni sano ni siquiera humano, que este falseamiento de la verdad pase inadvertido. Nuestra obligación humana es repensar el Holocausto para que no vuelva a suceder, ni a judíos ni a armenios, ni a latinoamericanos o africanos; esperemos que los mexicanos, de toda clase o condición, nunca tengamos que atravesar por algo similar, ni como perpetradores ni como víctimas. Esperemos que frente a la irresponsabilidad se alce la verdad y la evidencia. Que nunca más nadie tenga que sufrir a manos de otro un genocidio.
*Profesor de la Facultad de Derecho, UNAM
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