Una sinagoga marroquí convertida en sala de boxeo reabre gracias a Alemania

EL MUNDO.ES

13 de febrero 2013.-Una sinagoga marroquí del siglo XVII, abandonada y convertida en taller de alfombras y luego sala de boxeo, fue restaurada y presentada hoy al público gracias a una financiación del estado alemán en una emotiva ceremonia en la vieja judería de Fez.

En lo que fue un acto de un canto a la tolerancia y la multiculturalidad que ha presidido la vida conjunta de judíos y musulmanes en Marruecos durante siglos, fue un islamista, el presidente del Gobierno Abdelilah Benkiran, el que inauguró la recién restaurada sinagoga de Slat al Fassiyin, junto al presidente del Bundestag alemán, Norbert Lambert.

A la ceremonia asistieron además los ministros marroquíes de Interior y de Cultura, el alcalde de la ciudad de Fez (cada uno de ellos pertenecientes a partidos políticos distintos) y lo más granado de la ya exigua comunidad judía marroquí.

Hubo un tiempo, en la primera mitad del siglo XX, en el que vivían en Marruecos 400.000 judíos, 28.000 sólo en la ciudad de Fez, que contaba entonces con más de 50 sinagogas.

Hoy, los cálculos más generosos de la mayor comunidad judía en un país árabe cifran en 3.000 el total de residentes en Marruecos; casi todos ellos en Casablanca. De hecho, en la ciudad de Fez solo quedan 50, “todos ellos viejos, pues nuestros hijos han emigrado”, como reconoce Armand Guigui, líder de la comunidad fesí.

En las calles de la vieja judería, pegada al Palacio Real -un símbolo de la protección que los reyes marroquíes siempre dieron a los judíos-, ya no quedan hoy viviendas judías; todo lo más, algunos negocios de joyeros regentados por ancianos.

Allí, en el fondo de una callejuela por la que hay que agachar la cabeza para acceder, se esconde la vieja sinagoga de Slat al Fassiyin, que se precia de ser “la más auténtica”, porque era la que servía a los hebreos de Fez “de pura cepa”, con un ritual distinto del de los judíos bereberes o los andalusíes (expulsados de España).

El éxodo de los judíos de Marruecos se contabilizó por decenas de miles, tras la creación del estado de Israel y la independencia del país magrebí; las numerosas sinagogas, como las escuelas o los centros sociales hebreos, fueron abandonadas y cayeron en el olvido.

“Lo cierto es que este país nos perdió sin quererlo, y nosotros nos marchamos sin querer”, decía hoy, conmovida, Perla, una anciana judía de Casablanca, emigrada a Francia y con raíces españolas “de Toledo”.

La sinagoga de Slat al Fassiyin llegó a albergar un modesto centro de boxeo: de sus vigas centenarias colgaban sacos terreros donde los jóvenes del barrio ejercitaban los puños, mientras los techos de madera y artesonado se caían a trozos.

Fue el difunto Simón Levy, el inquieto lingüista, etnólogo, político comunista e investigador del patrimonio judío, el que removió cielo y tierra para salvar la sinagoga de los fesíes, como lo hizo también con otros templos hebreos y cementerios repartidos en todo Marruecos.

Un hijo de Levy, médico y residente en Berlín, tuvo la feliz idea de solicitar la ayuda del ministerio alemán de Exteriores, que comprendió que el proyecto entraba en su filosofía de salvaguarda del patrimonio de la UNESCO y la protección del pluralismo, como dijo el embajador alemán en Rabat, Michael Witter.

Y aprovechando una visita a Marruecos del presidente del Bundestag alemán, se hizo pública la restauración de un templo construido en un estilo arquitectónico puramente marroquí, aunque las floridas lámparas y las estrellas de David en los muros recuerdan que no es un templo musulmán.

Pero la bella sinagoga fesí ya nunca más será un lugar de oración: al haberse marchado toda la comunidad de la judería (y disponer de otros dos oratorios más modernos), la vieja sinagoga sólo tiene futuro como museo para turistas o centro cultural, como reconoce Guigui.

Los judíos hoy congregados en Fez reconocieron la protección que siempre les brindaron los reyes alauíes, proclamaron su apego a sus raíces marroquíes, loaron las virtudes de la tolerancia y el pluralismo, pero tras marcharse la sinagoga quedó vacía y perdida en un callejón donde la memoria judía es solo eso: memoria.

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