ANDRÉS ROEMER PARA LA CRÓNICA
El año pasado, el periódico inglés The Guardian reportó el caso de Nicola Brookes, quien se encontró con que su cuenta de Facebook había sido “hackeada”. Alguien había entrado a su cuenta en su lugar a publicar cosas que ella no había escrito, actualizaciones de status sexualmente agresivos y hasta intentando atraer jóvenes estudiantes. Brookes fue a la policía donde le dijeron que nada se podía hacer, pues era imposible rastrear al acosador. Por otro lado, Facebook tiene la política de no publicar o liberar información a menos que sea requerida por medio de una orden de una corte, por lo que la información permaneció sellada. La señora Brookes perseveró en su denuncia, la cual concluyó en el arresto de un oficial de policía, quien presuntamente era el implicado en el “hackeo” de la cuenta.
Desafortunadamente, este no es ni el primer ni el último caso de acoso y “hackeo” que se escucha en el mundo. Muchas personas han recibido mensajes ofensivos en las redes sociales, en especial Twitter debido a la raza, origen étnico o socio-económico, o simplemente por odio. Por supuesto que debe haber tolerancia. Las críticas, como los elogios deben ser tomados en cuenta y nunca censurados. Sin embargo, cuando estas críticas (al igual que el fanatismo) se empiezan a tornar en declaraciones ofensivas o intimidantes es cuando se cruza la línea hacia acoso, bullying e intimidación.
Otro caso de intimidación sucedió en Irlanda cuando el escritor irlandés Leo Traynor comenzó a recibir mensajes agresivos y antisemitas en su cuenta de Twitter. Pronto, comenzó a recibir también en su cuenta de Facebook y correo electrónico, así como en las cuentas de su esposa. Por si no fuera suficiente, comenzó a recibir paquetes intimidatorios en su domicilio, lo cual resultó escalofriante que comenzó su búsqueda. Finalmente, resultó ser el hijo de un amigo suyo, al cual confrontó aunque no entregó a las autoridades.
Los casos de intimidación y bullying parece que han ido en aumento. Amanda Todd, una joven canadiense, se suicidó luego de ser “bulleada” y perseguida por internet a donde quiera que fuera. Cambió escuelas varias veces e incluso cambió de ciudad, pero los cyber ataques no cesaron y tuvo el cruel desenlace del suicidio. Según el Centro de Investigación de Cyberbullying, aproximadamente la mitad de los adolescentes estadunidenses han sufrido en algún momento cyberbullying. Una cifra alarmante.
Otro problema de intimidación en internet es aquel que tiene que ver con los chismes y la difamación. Decir cosas que no son ciertas sobre otra persona intentando afectar su reputación o credibilidad es un problema especialmente grave. Si las acusaciones no son ciertas, puede terminar la carrera de una persona. En general, nadie está exento de calumnias y ofensas en cualquier forma. En ocasiones el daño ocasionado puede ser incluso irreversible. Como ejemplo, me viene a la mente la película danesa La Caza, en la cual un hombre es acusado de abuso infantil injustamente y aunque el abuso nunca es probado su vida nunca vuelve a ser la misma.
Hay que decir también que hay casos que se detectan y se sancionan. Tal es el caso del arresto de un joven de 17 años que envió un tweet malicioso a Thomas Daley, el clavadista olímpico inglés. Lo mismo sucedió a un estudiante de 21 años por twitear de manera racista y burlona sobre la muerte del jugador Fabrice Muamba, motivo por el que fue encerrado 56 días. Entre tanto, una mujer fue arrestada por suplantar la identidad en Facebook de una madre soltera en busca de la custodia su hijo. El acoso derivado ocasionó interferencias con el juicio de su hijo.
Para algunas personas como Randi Zuckerberg (hermana del fundador de Facebook) y Eric Schimdt (CEO de Google), muchos de estos problemas terminarían si no existiera el anonimato en internet. El argumento es que si todos supiéramos quienes somos, todos tendríamos algo que perder, ya sea nuestra propia reputación o hasta nuestra libertad. Acosos, intimidaciones, bullying y hasta redes de crimen organizado podrían verse disminuidos, en especial aquellos que se hacen con el fin de “diversión”, pero en realidad no estoy muy seguro de su efectividad; Twitter, en general, no es anónimo y se siguen escribiendo tweets ofensivos. Por otro lado, el anonimato tiene que ver con nuestra privacidad (probablemente no queramos que se sepa qué vemos) y tiene beneficios como que facilita la libertad de expresión en países en tiranía, denuncias anónimas y páginas que ayudan a personas con problemas psicológicos sin preguntar nombres.
Entre todo y todo, algo se debe hacer. Desafortunadamente, yo ya he sido testigo de este tipo de ataques (en mi persona y en otros colegas), y estoy consciente de que para hacer algo debemos siempre de entender cómo en verdad nos comportamos (véase Dan Ariely), por qué mentimos (Sam Harris) y cómo podemos detenerlo desde una perspectiva plausible (perspectivas de derecho y economía como las de Richard Posner). El internet es en realidad un bicho que todavía no conocemos muy bien, pero debemos intentar buscar alguna protección o candados para que intimidaciones, difamaciones, acosos y bullying no sucedan más. La mente humana es lo más complejo y no sabemos muy bien por qué la gente miente u odia, o por qué algunos roban o “hackean” cuentas, pero a veces no puedo evitar pensar que para estos últimos les es urgente una transfusión de identidad.
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