Migración: una paradoja


SAMUEL SCHMIDT  PARA ENLACE JUDÍO

Es una paradoja que las manos que han hecho productiva a la agricultura estadounidense apoyando de una manera decisiva el control de la inflación, en parte por los salarios bajos y en parte por la eficiencia; y a la industria que así ha logrado conquistar el terreno del Tratado de Libre Comercio, haya producido el empobrecimiento de las comunidades de donde salieron, reproduciendo las condiciones que los expulsaron y que motivaron que se siguiera expulsando población.

Aquellos que apoyaron esas políticas industriales y agrícolas y los que sostuvieron un paquete que contribuyó a empobrecer todavía más a la sociedad porque ponían en el énfasis en mantener a raya a la inflación aunque sacrificaran la calidad de vida del grueso de la sociedad, o dicho de otra manera, a agravar la calidad de la pobreza de la mayoría de la gente, daban muy buenas cuentas a los grandes inversionistas, pero muy malas a los pobres, pero reproducían el ciclo en el cual se seguía expulsando población para engrosar al ejército industrial y agrícola que lograban un salario magro que era mucho mejor que la pobreza extrema.

Esos mismos políticos se congratulaban de que esos pobres se quitaran alimento de la boca para enviar a sus casas, con esas remesas los programas contra la pobreza podían manejarse de manera clientelar, su eficacia era secundaria. La paradoja se consolidaba, porque los desplazados ayudaban a estabilizar las variables macro económicas. El neo liberalismo era todo un éxito.

Los gobiernos solícitos se apresuraban a atender a sus ciudadanos en el exterior, buscando aumentar los recursos que enviaban al país. La desgracia nacional mostraba que los migrantes construían en el exterior comunidades mayores que las que hay en casa. En Los Ángeles está la segunda ciudad mexicana en el mundo y la principal salvadoreña. Estas comunidades sostienen a sus países; para México las remesas superan a las entradas por turismo y en El Salvador representan el 20% del presupuesto nacional. Lo peculiar es que con esa dependencia brutal de los recursos de los desplazados no todos los gobiernos hayan hecho lo posible por frenar la deportación masiva desde Estados Unidos o el maltrato que sus ciudadanos reciben en ese país.

La demanda de los mexicanos es que el gobierno les facilite una cartilla de identidad, cuestión escamoteada con más de un pretexto, mientras que los centroamericanos lograron un trato más benévolo, tal vez porque parte de sus migrantes se deben a una guerra fratricida sostenida en parte por Estados Unidos y no es que tengan remordimiento o cargo de conciencia, sino el pánico que de reactivarse la violencia se erijan como vencedores aquellos mal vistos con los ojos del imperio.

No se si es de alegrarse que los gobiernos hayan construido una gran estructura para atender a los desplazados, entre México y Centroamérica cuentan unos 90 consulados, aunque a la hora de defender a las comunidades del abuso, México siempre esgrime la bandera de la no intervención en los asuntos domésticos de Estados Unidos. Cuando alrededor del 30% de la población de un país se encuentra en otro, los conceptos tradicionales de soberanía e intervención cambian y el gobierno debe asumir su responsabilidad con los de allá, incluido el esfuerzo para que puedan volver a gozar de un país mejor que el que abandonaron y que con tanto esfuerzo ayudaron a sostener para que no se derrumbe.

Paradójicamente, esos migrantes ayudaron a sostener a dos países y ninguno de los dos los atiende con el respeto que se merecen.

Es por eso reconfortante que la Comisión de Asuntos migratorios de la cámara de diputados se haya hecho eco de la resolución del Parlamento Centroamericano que apoya la reforma migratoria de Obama, sosteniendo que llegó el momento de hablar de desarrollo, porque solamente con desarrollo la gente tendrá la opción de migrar porque les viene en gana y no porque la cruda realidad los expulsa. Bien dice el slogan, por el derecho de migrar y por el de no migrar.

Los gobiernos tienen que volcar sus esfuerzos hacia el desarrollo regional y Estados Unidos debe tener que ese es el nuevo nombre del juego, ayudar a construir las condiciones para frenar la migración, porque en la medida que América Latina crezca también lo hace la economía de Estados Unidos y en lugar de seguir militarizando la frontera y construyendo resentimientos por los abusos fronterizos, se crearan relaciones de armonía. Hay que construir la prosperidad de los pueblos, eso y solo eso, debe ser la reforma migratoria.

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