AGENCIA JUDÍA DE NOTICIAS
GABRIEL SASSOON/THE JERUSALEM POST
“Israel no tiene derecho a exigir explicaciones, somos un Estado soberano”, se habría enfurecido el canciller argentino, Héctor Timerman, durante su reunión con la embajadora israelí, la semana pasada.
“Israel no habla en nombre del pueblo judío, ni lo representa”, continuó.
“Los judíos que quisieron o quieren vivir en Israel se mudan allí y son sus ciudadanos, quienes viven en la Argentina son ciudadanos argentinos. El ataque fue contra la Argentina, y el deseo de Israel de involucrarse en el tema sólo les da argumentos a los antisemitas que acusan a los judíos de doble lealtad.”
Timerman se estaba refiriendo a las preocupaciones de Israel por el reciente pacto de la Argentina con Irán para establecer una “comisión de la verdad” sobre el atentado de 1994 contra un centro comunitario judeoargentino. Ese ataque tuvo un parecido tan sorprendente con el atentado contra la embajada israelí en Buenos Aires de 1992 que los servicios de inteligencia israelíes y argentinos están seguros de que ambos fueron llevados a cabo por la Hezbollah respaldada por Irán y los fiscales argentinos han acusado formalmente a seis iraníes de coordinar el ataque al centro comunitario de 1994, uno de los cuales es el actual ministro de Defensa de Irán.
Esta historia pone de relieve la odiosa acusación de “doble lealtad” que está casi exclusivamente dirigida a los judíos. Y esta historia habla de los muchos conceptos erróneos comunes sobre el judaísmo y el sionismo que tantas personas parecen tener.
Esto me recuerda el argumento empleado por varios grupos -incluida la Organización para la Liberación de Palestina- acerca de que los judíos son un grupo exclusivamente religioso y, como tal, no tiene reclamos nacionales. O la antigua creencia fundacional del movimiento del Judaísmo Reformista -ya descartada- en que a fin de vivir vidas plenas y productivas en la Diáspora, los judíos debían perder el aspecto étnico-nacional de su identidad y religión y simplemente convertirse en ciudadanos alemanes, estadounidenses o argentinos que resulta que practican una religión llamada judaísmo.
Este tipo de visiones son proyecciones ilusorias y no reflejan apropiadamente la historia del pueblo judío, y el abrazo del movimiento de la Reforma al sionismo es consecuencia de ello.
Es cierto que los judíos son sui generis: no pueden ser incluidos fácilmente en cualquier otro grupo. Por tanto, es fácil sospechar de afirmaciones abiertamente nacionalistas hechas en nombre de los judíos.
Pero es un hecho histórico que los judíos, después de exiliarse de su patria en el primer siglo de la Era Común, siguen siendo mucho más que un grupo religioso.
Hubo gran sabiduría en la transformación rabínica de la tradición religiosa de la nación judía de un culto nacional, centralizado y basado en el Templo a un culto portátil, descentralizado y basado en la sinagoga. Indudablemente ésta fue la clave para la supervivencia de los judíos después de la expulsión romana.
Sin embargo, Jerusalem y la Tierra de Israel siguen siendo fundamentales para el pueblo judío y su fe. No es casualidad que los judíos siempre hayan rezado tres veces al día en dirección al Templo de Jerusalem; esto no es un invento del sionismo moderno. Tampoco lo es el hecho de que, en su largo exilio, los judíos rezaron diariamente y en las festividades por un retorno a Israel y Jerusalem, o que los judíos hayan tradicionalmente considerado el vivir fuera de Israel como un “galut”, que significa diáspora o exilio.
Los judíos han sido, pues, un grupo etnorreligioso-nacional distinto, con un lenguaje común, durante varios milenios.
Al igual que cualquiera de esos grupos que tienen poblaciones en la diáspora que existen en la actualidad.
Hay alemanes, armenios, húngaros, palestinos, checos, croatas y búlgaros étnicos y una plétora de otros grupos etnonacionales que viven fuera de su patria ancestral y, sin embargo, son elegibles (o reclaman la elegibilidad) para un derecho al retorno.
No sería inusual que un alemán étnico se considere alemán a pesar de no vivir dentro de las fronteras de la Alemania actual o no tener la ciudadanía alemana. Y tiene derecho a reclamar la ciudadanía en Alemania simplemente en virtud de sus orígenes etnonacionales.
Grecia, por poner otro ejemplo, le ofrece la ciudadanía a una amplia gama de personas que puedan mostrar “ascendencia griega”. Visitar Grecia, considerarse griego, disfrutar de su conexión con Grecia e incluso sostener una doble ciudadanía es completamente indiscutible para una persona grecoaustraliana que vive en Melbourne, la ciudad con la mayor cantidad de grecoparlantes después de Atenas y Tesalónica. Nadie lo acusa de doble lealtad, ni deberían hacerlo.
Decenas de países tienen similares ciudadanías con base étnica.
¿Por qué tener la misma relación con el Estado judío es tan controvertido para una persona de origen judío? ¿Por qué Héctor Timerman, y muchos de sus compañeros hebreos en todo el mundo, se sienten tan incómodos con su identidad hebrea y su conexión con el Estado-nación hebreo? ¿Es Timerman igualmente propenso a llenarse de rabia por la enorme influencia del lobby saudita-árabe en la política estadounidense de Washington DC? ¿Eso es “doble lealtad”? Si alguien volara un centro comunitario turco en Buenos Aires, ¿el irascible Timerman se encontraría igualmente convulsionado si Turquía expresara interés en el asunto? ¿Alegaría que, como resultado de ello, los turcos étnicos podrían ser objeto de la acusación de “doble lealtad?”
Aquí tenemos otro ejemplo de doble estándar cuando se trata de los judíos y la falsa acusación de “doble lealtad”: la Constitución de los griegos, inventores de la democracia, reconoce a la ortodoxia griega como la religión “dominante” del Estado.
A pesar de mi preferencia por una separación mucho más fuerte entre religión y Estado en Israel, es difícil escapar al hecho que el lugar especial para la ortodoxia griega consagrado en su Constitución ni un poco conlleva a la experiencia de los judíos de mirarse el ombligo y autoflagelarse por el lugar especial que la religión nacional de los judíos, el judaísmo, tiene en el Estado de los judíos, Israel. ¿Por qué es eso?
Puede no sorprender saber que el propio Timerman es judío y que su padre fue salvado de la prisión política de la derechista junta militar argentina por la intervención directa del embajador israelí en la década de 1980. No se requiere un grado avanzado de psicología para elaborar conjeturas acerca de la instintiva reacción de Timerman en este caso.
Pero no se trata sólo de Timerman.
¿Por qué sólo los judíos son tan frecuentemente objeto de esta ofensiva acusación de “doble lealtad”? Bueno, los judíos son el único grupo de personas que ha sido expulsado de su patria y retornó miles de años después para reclamarla. Esto sin duda confunde a la gente. Y tal vez también sea confuso que el nombre del Estado, Israel, difiera del nombre de su disperso pueblo, los judíos. Quizás habría sido más sencillo si el Estado se hubiese llamado algo así como “Judea” o los judíos de hoy se llamaran, en cambio, “israelitas”.
Tal vez entonces la relación sería más clara. Pero la realidad subyacente de la identidad judía sería la misma.
Pero aun cuando no hubiera duda o confusión debido a la singular historia de los judíos, la respuesta probablemente sea más banal: un elemento de autoodio en personas como Timerman y un doble estándar para los judíos, que en el mejor de los casos es por ignorantes y en muchos o incluso la mayoría, por una especie de velado antisemitismo.
La embajadora israelí en la Argentina le habría dicho a Timerman:
“Como Estado judío, Israel se ve en cierta medida como responsable por el bienestar de (todos) los judíos y rastrea el antisemitismo en todo el mundo.
Por lo tanto, ayudó a judíos a salir de la Unión Soviética, trajo a judíos de Etiopía y, a veces, también ayudó a judíos en la Argentina, seguramente sabe de lo que estoy hablando”.
A pesar de que el Estado judío intervino para salvar a su padre judío, Timerman opta por ignorar voluntariamente aquello de lo que le está hablando la embajadora israelí.
El resto de nosotros no debería hacerlo. No debemos alterar nuestro comportamiento en función de la totalmente ilegítima acusación de “doble lealtad”, que es lanzada casi exclusivamente contra nosotros como judíos. Debemos ser abiertamente despectivos con tales acusaciones y empezar a denunciar el odioso doble estándar que este fenómeno representa.
* Ex coordinador de la reciente campaña proselitista del Partido Laborista israelí en inglés y ex director de Relaciones Públicas de la ONG neoyorkina Promover los Derechos Humanos.
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