Calumniando a Israel nuevamente

ALAN JOHNSON/TELEGRAPH

Desde hace tres días mi feed de Facebook ha sido agitado con el cuento de que “Israel ha admitido que proporcionó a los inmigrantes etíopes inyecciones anticonceptivas sin su consentimiento”. La historia es falsa, y la forma en la que se ha difundido esa falsedad debe ser examinada con atención, ya que forman parte de un patrón preocupante.

En primer lugar, los hechos de la historia. Decenas de miles de judíos de Etiopía han emigrado a Israel en los últimos 30 años, la mayoría de ellos en dos grandes puentes aéreos en 1984 y 1991.

Su adaptación a la vida israelí no ha sido perfecta para cualquiera, aunque mucho se ha destacado su participación en el ejército y los dos diputados etíopes dentro del partido centrista Yesh Atid tras las elecciones de las semanas pasadas. Una investigación de una cadena de noticias televisiva israelí causó sensación hace unos meses. Se trataba de un informe que trataba de determinar por qué la tasa de fecundidad entre las mujeres etíopes había caído en un 20% en la última década. A primera vista, esto no parece ser un fenómeno terriblemente misterioso.

Cada grupo de inmigrantes procedentes de África o de Asia que llega a un país desarrollado experimenta una caída en la tasa de fertilidad cuanto más rápidamente varía su nivel de vida, y sobre todo tras el cambio de las nociones dominantes sobre el papel social de las mujeres. Esto ya sucedió en Israel con los inmigrantes yemenitas y los inmigrantes del norte de África, y además está sucediendo con los árabes que viven en Israel.

Lo que la investigación de la televisión israelí descubrió es que 35 mujeres etíopes dijeron que fueron presionadas para que tomaran Depo Provera, unas inyecciones anticonceptivas activas durante tres meses. A las mujeres se les dijo bruscamente que era poco saludable tener demasiados nacimientos y algunas creyeron que era posible que no se les permitiera llegar a Israel a menos que se pusieran la inyección.

No es difícil imaginar el estrés y la confusión en un campo de tránsito de los inmigrantes, y las diferencias culturales entre los médicos israelíes que, entre otras cosas, les administraban probablemente las vacunas, y las pobres mujeres etíopes en uno de los periodos más traumáticos de sus vidas. Estas lagunas sólo pudieron ser agravadas por la falta de un lenguaje común y el tema muy íntimo de la salud reproductora. Es por esto, que después de la emisión de este informe y tras su propia investigación interna del asunto, el Ministerio de Salud de Israel emitió una directriz inequívoca la semana siguiente no permitiendo recetar Depo Provera sin una norma muy estricta que asegurara la información y el consentimiento.

Esta fue la primera acción oficial de Israel al respecto, lo primero que hizo el propio Estado sobre este tema, sin embargo, no es así como la historia se ha difundido. The Independent publicó el habitual y provocador artículo sobre Israel donde decía que se había “admitido” que se había forzado el control de nacimientos en Etiopía, y el eco resultante es ahora citado como base para otro artículo en The Guardian “sobre una esterilización forzada” que, inverosímilmente, coloca al “programa” sanitario israelí en el contexto de los esfuerzos de Israel para conservar una mayoría judía frente a una minoría árabe en crecimiento.
Hay un patrón muy preocupante en todo esto: un cierto tipo de “historia” sobre Israel sigue apareciendo una y otra vez.

Hubo una investigación israelí sobre viejas prácticas no reguladas a partir de la década de 1990 en el Instituto de Patología Abu Kabir en Tel Aviv que encontró que se recogieron córneas sin consentimiento de soldados muertos del IDF y de otras personas para trasplantes, y eso se retorcía y convertía en un artículo de The Guardian como que “Israel admite la extracción de órganos palestinos”. Posteriormente, The Guardian publicó una eventual corrección diciendo que se había cometido un “serio error de edición”. Un año más tarde, una baronesa del partido liberal demócrata exigió una investigación sobre la posible sustracción de órganos por parte de los soldados israelíes que llevaban a cabo una gran operación de rescate y sanitaria tras el terremoto de Haití de enero de 2010. Y ahora nos llega esta historia.

En este punto, podemos decir con seguridad que hay un patrón en estas mentiras, y como yo no creo que exista una conspiración que guíe todas estas calumnias, creo que podemos concluir que la credulidad con la que estas mentiras se manifiestan y la celeridad con la que se propagan en algunos lugares del Reino Unido, nos revelan mucho más acerca de las actitudes y creencias existentes en ciertas mentalidades que cualquier cosa que pueda decirnos acerca de Israel o de los israelíes.

Tres características se destacan en cada una de estas historias. En primer lugar, cualquier acción – verdadera, distorsionada o sin fundamento – que pudiera ser atribuida a una persona u organización israelí se convierte instantáneamente en una acción oficial de Israel y del Estado en su conjunto. A menudo, el verbo “confesar, admitir” es importante. “Israel admite” haber hecho algo horrible. Para observar la estupidez de todo esto, traten de imaginarse cosas similares dirigidas contra otros países. ¿Una historia sobre la actuación de un médico en Francia (por no hablar de falsas acusaciones contra un médico en Francia) se reproducen como “Francia admite…”? en los titulares.

(Una cuestión importante: Se produjo un problema de traducción el 27 de enero en el artículo del Haaretz [NP.: no podía ser otro] que fue el que alertó a la prensa del Reino Unido y que se reprodujo con el engañoso titular de “Israel admite que las mujeres etíopes recibieron inyecciones anticonceptivas”, en sí mismo una traducción infiel del ya de por sí sensacionalista titular del Haaretz en hebreo. El titular en hebreo usaba el verbo modehen el sentido de un “reconocimiento” a causa de la publicación de la estricta directiva requiriendo información y un consentimiento explícito por parte del Ministerio de Salud, aunque tácitamente reconocía que el “problema” radicaba en que no todos los médicos se habían adherido siempre a esta estricta norma. En cambio, su redacción en inglés hacía que se viera como una “admisión por la propia administración de Israel de una política deliberada y forzosa” de control de la natalidad. Una vez más, no había nada en el artículo que dijera nada de esto, pero el titular parecía subrayarlo.
Esto luego fue utilizado sesgadamente por aquellos periódicos británicos predispuestos a creer que Israel es un país loco con espeluznantes políticas raciales. El Haaretz, posteriormente, publicó un contundente artículo señalando que la historia, tal como se había narrado, se ha convertido en un baldón).

El segundo motivo es la presencia de los malévolos médicos israelíes y/o de algunos otros profesionales israelíes relacionados con la medicina que participan en algún tipo de indecencia sangrienta y sanguinaria con las partes íntimas de los cuerpos de personas indefensas.

Y el tercer elemento es otro recurrente motivo, es decir, se trataría de una expresión de la superioridad racial que acecha detrás de esa supuesta fechoría israelí. En esos precisos momentos, las comparaciones con los nazis por regla general únicamente se insinúan, y es en el panel de los comentarios en línea del artículo donde se practica sin reparos la conclusión obvia que los respetados autores de esos artículos prefieren no utilizar.

Sin embargo, con las prisas por dar a entender que Israel es una especie de entidad maligna, algunas preguntas obvias se quedan por el camino.

Por ejemplo, si Israel se muestra tan deseoso de aumentar su población judía en contra de su población árabe, ¿por qué no desearía explotar esa alta fecundidad de los judíos etíopes?

Relacionado con lo anterior, si los médicos israelíes fueran meros y entusiastas mercaderes de la esterilización basada en la ideología, ¿por qué no nos hemos encontrado con historias en las que las víctimas fueran árabes o beduinos?

Y si Israel estuviera tan empeñado en la reducción de su población de color, ¿por qué ha gastado tantos esfuerzos a la hora de transportar a decenas de miles de etíopes a Israel? ¿No hubiera sido más sencillo que Israel hubiera reaccionado a la gran hambruna de Etiopía en 1984 como lo hizo el resto del mundo, ya que fue el único país del mundo que transportó a decenas de miles de hambrientos refugiados a un lugar más seguro?

¿O quizás Israel debería haberse limitado a organizar en lugar de ese transporte aéreo un gran concierto “solidario” de rock?

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