EZRA SHABOT/UNIVERSAL
La definición de líneas paralelas como aquellas que se encuentran a una misma distancia y jamás llegarán a encontrarse, se puede trasladar a la economía y a la política. Mercados paralelos en lo económico están determinados por aquel intento por parte del Estado de ejercer un control total de las variables de oferta y demanda en determinado bien o servicio. Los controles cambiarios o de precios que hoy se imponen en países como Venezuela o Argentina, generan esos mercados paralelos ante la ausencia real de dólares o productos en los anaqueles de tiendas y almacenes. Mercados que nunca se tocan, pero que determinan los precios reales de esas mercancías, generando fenómenos inflacionarios que se supone se pretenden disminuir con las medidas de control.
Pero también hay mercados paralelos en el ámbito de la política, como los creados en nuestro país a consecuencia de la sobrerregulación impuesta por la reforma electoral del 2007, donde en un intento por contener en su totalidad el flujo de dinero en las campañas, apareció el “mercado negro” en medios de comunicación con dinero en efectivo fluyendo en maletas y atizando el comercio ilícito de propaganda disfrazada de información. Y no es que se pretenda afirmar que los mercados de todo tipo pueden “autorregularse” sin controles estatales externos, sino que estos deben transparentes, sencillos, y efectivos, para evitar ser rebasados por su espejo paralelo.
La libertad absoluta de los mercados económicos devino en el 2008 en los Estados Unidos en un desorden especulativo donde los estafadores financieros de altos vuelos como Madoff y Stanford, quienes no habían sido detectados por las ineficientes autoridades regulatorias, vieron derrumbarse su imperio de engaños, hundiendo a confiados ahorradores e inversionistas en una crisis de proporciones descomunales. Es por ello que la administración Obama se vio obligada a reconstruir mecanismos de supervisión financiera que, si bien no gustan a los banqueros, resultan indispensables para evitar otra ola especulativa que podrían derrumbar el sistema financiero internacional.
Pero quizá el más peligroso de los mercados paralelos es el que aparece en el terreno de la seguridad, cuando las funciones del Estado de garantizar la vida y patrimonio de los ciudadanos no se cumplen, y estos asumen su legítimo derecho a defenderse ante la ausencia de una autoridad que los proteja de la delincuencia. Lo que en días pasados vimos en Ayutla, Guerrero, donde una policía comunitaria con 15 años de actividad se levanta en armas por el secuestro de unos comisarios, expresa claramente lo que sucede en varias entidades del país, en donde por vacíos de autoridad, por presencia el crimen organizado, o por la acción abierta de grupos guerrilleros, se crea una una estructura paralela al poder del Estado que lo desafía e incluso le impone condiciones para su operación cotidiana.
Todo mercado paralelo es sin duda una expresión de escasez e incapacidad de proporcionar al ciudadano aquello que demanda legítima o ilegítimamente. Pero cuando se trata de un problema de seguridad, que es el principio fundamental que le da sustento a la existencia del Estado, entonces incluso el principio físico de que los paralelos no se juntan más que en el infinito, no se aplica. Aquí el poder paralelo de los grupos armados poseedores de soberanía, termina por confrontarse con la propia ciudadanía y con la autoridad estatal, en el momento en que la acción de estas milicias pone en entredicho la capacidad de las distintas instancias de gobierno para ejercer el poder cuando éste lo requiere.
La propia existencia de un mercado paralelo de la seguridad, implica la desaparición del Estado y la instauración del caos y la barbarie en donde la fuerza de las armas sustituye a las leyes y la convivencia civilizada. Es el mercado más riesgoso y en donde nunca hay ganadores.
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