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lunes 23 de diciembre de 2024

El SS que observaba aves en Auschwitz

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JACINTO ANTÓN/EL PAÍS

En Auschwitz no había espacio para la poesía pero, sorprendentemente, sí lo hubo para la ornitología. Una de las historias más asombrosas de aquel lugar espantoso es la de la insólita empresa de documentar la población de pájaros del campo que llevó a cabo un naturalista miembro de las SS. Mientras los trenes llegaban, las cámaras de gas mataban y los hornos ardían, el naturalista y Obersturmführer (teniente) Günther Niethammer identificaba las aves del lugar y los alrededores con un celo científico que resultaría admirable en cualquier otra situación.

Niethammer (1908-1974) era ya entonces un ornitólogo prestigioso que había realizado expediciones y logrado en 1932 el retorno a Alemania de la célebre colección Brehm. Se afilió en 1937 a las SS y entre 1940 y 1942 fue guardia en Auschwitz-Birkenau, donde convenció al comandante del campo, el infame Rudolf Höss, para que le dejara realizar su investigación, de la que derivó la que posiblemente sea la más alucinante monografía escrita por un ornitólogo: Beobachtungen über die Vogelwelt in Auschwitz (Observaciones sobre la vida de las aves en Auschwitz). En las 40 páginas del opúsculo, Niethammer recoge pormenorizadamente las 126 especies identificadas y estudiadas, entre ellas algunas que cuesta especialmente imaginar en el infierno, como el petirriojo, el ruiseñor y la alondra.

El que alguien pudiera dedicarse al birdwatching en medio del exterminio y extasiarse con, por ejemplo, el carricerín cejudo resulta asombroso y surrealista. Aunque desde luego para los deportados era mucho peor que a un SS (como Mengele) le interesara la medicina…

Al escritor alemán Arno Surminski (1934) la historia de Niethammer le sirvió de inspiración para una novela Los pájaros de Auschwitz,que acaba de publicar en España Salamandra. Surminski cambia el nombre del ornitólogo nazi por uno ficticio, Hans Grote, y convierte en protagonista a su ayudante, un prisionero polaco, Marek, que dibuja las aves para el SS. En las manos del novelista, los hechos se transforman en un relato premeditadamente contenido que elude todo el juego fácil que podría haber dado la asociación de pájaros y presos, alada libertad y confinamiento sin esperanza, vida en los cielos y muerte tras las alambradas.

Visito a Surminski en su casa de Hamburgo (vive con gran justicia poética en Schwalbenstrasse, la “calle de la golondrina”) tras haber compartido el día anterior con él un acto en memoria de las víctimas del Holocausto en la iglesia de San Michaelis. La ciudad está envuelta en un sudario de nieve pero paseando valerosamente junto al lago Alster he podido ver un agateador (Gartenbaumläufer) subiendo en espiral por el tronco de un árbol. Se lo digo con entusiasmo a Surminiski, un hombre amable con un aire de Walt Disney cuya mujer nos ofrece chocolates. “En realidad no sé mucho de pájaros, ni tengo un interés especial, conozco tres o cuatro. Di con el texto de Niethammer casualmente, al publicar otro libro, Verano del 44, en el que hablaba del observatorio de aves de Rositten, en el istmo de Curlandia; me lo envió un ornitólogo, Martin Bilio, me pareció algo muy impresionante, y eso me llevó a escribir la novela, que se distancia de la historia real. Tenía que cambiar el nombre del naturalista para tener la completa libertad de inventarle sentimientos y palabras”.

No obstante, el autor explica que el personaje del ayudante también tiene un origen auténtico, un preso polaco de Auschwitz, Jan Grebackis, que asistió forzado al ornitólogo nazi y al que se pierde la pista al final de la guerra.

Le señalo que el obituario oficial de Niethamer, que lo describe como una eminencia científica, autor del manual de referencia sobre las aves europeas y durante años presidente de la Sociedad Alemana de Ornitología, no menciona para nada su vinculación al nazismo ni su ensayo sobre Auschwitz, dedicado por cierto a Höss, que ya es dedicatoria. “Era de una familia distinguida. Fue un gran ornitólogo, admirado y respetado. Lo de Auschwitz se supo mucho más tarde. El final de la novela coincide bastante con la realidad. Se entregó y declaró que nunca hizo daño a nadie. La sentencia fue leve”.

Sorprende en la novela el tono, muy sobrio, casi distante. “En una historia así no hacía falta cargar las tintas, toda la crueldad está ahí, entre líneas”, explica Surminski. “Era preferible la sutileza. Había que controlar el relato y todas las poderosas metáforas que se desprendían de él. La contención hace la historia más terrible, aunque hay quien me la critica. Podría haber descrito a Grote como un sádico SS arquetípico pero es más intranquilizador mostrarlo como un padre de familia bajito y fondón, arribista y mezquino”. El aire de cuento o parábola y la brevedad acercan la novela a El niño del pijama de rayas, de John Boyne. “Mucha gente me lo comenta, no la he leído”.

En la novela tiene un papel importante un abejaruco. “Ese pájaro tan bonito y multicolor llega a Auschwitz en un vagón de deportados y Grote se muestra preocupado y compadecido por su suerte tras los seis días de viaje. Toda la monstruosidad del personaje y de la situación está contenida ahí. No ve a la gente que camina hacia las cámaras de gas sino solo al pájaro. Es una escena capital”.

No es ni mucho menos la única impresionante. Están el mirlo que se posa en la horca, las negras cornejas que escarban en las cenizas de los crematorios, los somormujos que se desploman por las emanaciones de Ziklon B…

Surminski es un niño de la guerra que huyó de la Prusia oriental ante el avance de los rusos y cuyos padres (miembros del partido nazi) fueron deportados a la URSS en 1945 y murieron en el Gulag, “No tengo hermanos. Me quedé solo. Guardo recuerdos muy claros de aquel éxodo, los bombardeos, los muertos en el camino, la falta de comida y la devastación. El Ejército Rojo nos seguía, luego nos adelantó. ¿Si tengo sensación de culpa por mis padres? No, yo era un niño no tuve nada que ver con aquello”.

El escritor ha visitado dos veces Auschwitz. ¿Vio pájaros? una leyenda del campo dice que no se acercan allí. “No me fijé. Fui antes de tener la idea del libro. Hay quien dice que las aves cambian de rumbo para no sobrevolarlo. No creo. Pájaros hay en todas partes”. En realidad, hay gente que ha descrito las especies que frecuentan el viejo campo de exterminio. Lo que pasa es que a la mayoría de los visitantes, sobrecogidos, nos cuesta levantar la mirada del suelo.

Al acabar la entrevista, mientras espero un taxi, Surminiski me enseña el pequeño patio con jardín detrás de la casa. Hay un comedero para pájaros. Nos quedamos un rato observando y soltando pequeñas nubecitas blancas. Entonces aparece un cuervo grande, negro y lustroso y no puedo evitar un escalofrío.

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