De la transición a la transacción

JACOBO ZABLUDOVSKY/ ALIANZATEX.COM

La consecuencia más importante de la transición apenas la empezamos a ver.

Doce años del Partido Acción Nacional en Los Pinos alteraron de tal modo el juego de fuerzas característico del sistema político mexicano que hoy, recobrado el Poder Ejecutivo, el presidente de la restauración se enfrenta a un Legislativo distinto al conocido desde que la Revolución se hizo gobierno.

Los antecedentes y causas de este cambio podrían encerrarse en un tiempo que va de don Lázaro a San Lázaro. El general Lázaro Cárdenas fue, además de primer presidente sexenal, heredero de la estructura que Plutarco Elías Calles proyectó para dejar atrás las últimas turbulencias violentas y darle al país un curso pacífico, con instituciones fuertes al amparo todas de un partido político que tres veces cambió de nombre, pero nunca de su vocación absolutista. Aunque la Constitución de 1917 establecía el equilibrio de tres poderes, en la práctica prevaleció sobre los otros el Ejecutivo.

Y esta concentración en una persona la hizo omnipresente y todopoderosa, con fuerza para controlar los poderes no constitucionales, llamados fácticos, y tuvo mando sobre los sindicatos obreros y patronales, los periódicos, las radiodifusoras, el cine y luego la televisión, la iglesia, los centros de educación superior, los círculos artísticos y culturales, los sistemas de transporte y de comunicación.

Sus enemigos pretenden mantener del PRI una imagen pública de grupo opuesto a todo cambio, máscara perversa con la que ningunean cambios constantes hacia una apertura sin la cual no se entiende que la oposición haya llegado al poder sin disparar un tiro.

Los gobernantes del PAN imprimieron su propio sello y el de su partido a los dos sexenios, mientras factores económicos y sociales presionaban para avanzar en el camino interminable de la democracia.

Los enemigos del PRI trataron de asustar al votante, como lo hicieron (con éxito) los enemigos de la izquierda en su momento, señalándolos como peligro para la nación. Esos antipriístas estaban ciertos o se fingían convencidos de que el PRI no había cambiado. La mayor sorpresa se la están llevando quienes, al recobrar el poder, los del PRI nada menos, se enfrentan a una realidad sin precedentes, contra la que carecen de experiencia y empiezan a aprender como manejarla con un poder donde son mayoría, pero no absoluta. En la Cámara de Senadores, de un total de 128 miembros, el PRI tiene 52. En la de Diputados, de 500 tiene 213. Cifras impresionantes del resultado de una votación que, sin embargo, los obliga a alianzas con otros partidos para sacar adelante sus iniciativas: las leyes que constituyen el plan de gobierno de Enrique Peña Nieto.

Cantar una canción desconocida tiene sus bemoles. Nadie se incomode al escuchar cambios de tono o agudos desafinados por parte de quienes cantaban en un auditorio de sordos, tan acostumbrados a la ovación delirante que sufren el desconcierto de ser interrumpidos por malditos como los del Tenorio, a los que no pueden hacer pagar caros sus gritos ni al terminar la carta, porque ya no la escribe sólo don Juan.

En estos escasos tres meses de gobierno, los legisladores han recibido algunas iniciativas que intentan cambiar el rumbo de nuestra historia. Desde el derecho de amparo hasta la concesión de las televisoras, pasando por la defensa de las víctimas y la relación obrero patronal, los proyectos presentados en ambas cámaras se frenan por un proceso de discusión y adecuaciones que no se daban en el foro unánime de los congresos de otras épocas. Fuera de la zarandeada que le dieron a doña Elba Esther, se ha logrado poco, si se considera el enorme volumen del trabajo puesto al cuidado de los padres conscriptos ante el mínimo avance logrado en los resultados prácticos.

Queríamos una transición. La tenemos. El costo es la transacción. A pagar, mis cuates, porque en esta vida nada es de gorra, ni las puñaladas. La democracia tiene su precio y mientras el absolutismo equivale a concentración, la voluntad popular es dispersa, producto de corrientes a veces encontradas, pero siempre incontenibles, abridoras de nuevos cauces.

El de México contiene un caudal alentador, impetuoso, propicio al optimismo. Para algunos, este mecanismo legislativo plural como plurales son las opiniones entre grupos humanos, puede causar descontento; preferirían fórmulas más rápidas y sin escollos para no retrasar los cambios. Otros piensan que más vale paso que dure y no trote que canse. Dichos aparte, Sancho querido, el asunto lo podemos ubicar entre dos extremos. Por un lado la dictadura y por otro la parálisis.

Entre el clavel y la rosa usted escoja.

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