Su irrupción en 1996 en el amaestrado mercado audiovisual árabe causó furor. Al Jazeera introdujo en los hogares árabes una frescura informativa y un nivel de libertad de expresión sin parangón hasta entonces. Su moderno estilo de hacer periodismo le valió ser considerado uno de los medios de comunicación más importantes de las dos últimas décadas. Sin embargo, su independencia está siendo cuestionada a raíz de las revueltas árabes y la salida de la cadena de varios periodistas estrella críticos con su cobertura de aquellas. La acusan de ser un instrumento del emir de Catar (su propietario) y apoyar de forma acrítica a los islamistas.
“Al Jazeera ha acabado con el sueño de objetividad y profesionalismo al dejar de ser una fuente informativa y convertirse en un centro de operaciones para la provocación y la sublevación”, escribió en su carta de renuncia Ghassan Ben Jaddo, el corresponsal jefe en Beirut.
Era abril de 2011 y la bautizada como primavera árabe ya se había cobrado a dos dictadores, el tunecino Ben Ali y el egipcio Mubarak, bajo la entusiasta y aplaudida cobertura de Al Jazeera. “Ha sido [LA CADENA]líder en el sentido de que literalmente ha cambiado la forma de ver y de pensar de la gente. Y guste o no, está siendo realmente efectiva”, llegó a declarar un mes antes Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado norteamericana. En su opinión, se trataba de “verdadero periodismo, que había que ver”.
Clinton se refería sin duda a Al Jazeera en inglés, lanzada en 2006 y cuya línea editorial es menos exaltada en la defensa de las causas árabes que su hermana mayor. Pero ambos canales coincidieron en el apoyo a las revueltas. Sin embargo, pronto se puso en evidencia que su enérgico seguimiento de estas en Egipto, Túnez y Libia no se extendía a las monarquías vecinas de Catar. Las protestas en Omán, la ciberdisidencia en Arabia Saudí, pero sobre todo la sublevación de la mayoría chií en Bahréin, quedaron relegadas a la cola de los informativos.
“En la cobertura de Bahréin el tono y el vocabulario son distintos que en Siria”, señala una profesora de Periodismo en Dubái.
Algunos críticos han atribuido esa actitud a la naturaleza sectaria de la revuelta bahreiní, pero sin duda también influyó el hecho de que todas las monarquías de la península Arábiga se sintieran en peligro. Tras prácticamente ignorar la represión de los bahreiníes, Al Jazeera en inglés trató de compensar las críticas con el reportaje Bahréin: Gritos en la oscuridad, que llevaba el significativo subtítulo de “la historia de la revolución abandonada por los árabes, dejada de lado por Occidente y olvidada por el mundo”.
Además, algunos periodistas se han quejado de que la cadena se mostraba demasiado lisonjera con los nuevos dirigentes salidos de las revueltas, a pesar de que algunos de ellos actúan de forma tan poco democrática como los dictadores que les han precedido.
“Los responsables de Al Jazeera han dado orden de que los decretos de [el presidente egipcio Mohamed] Morsi se presenten como perlas de sabiduría”, ha declarado el que fuera su corresponsal en Berlín Aktham Suliman a la revista Der Spiegel. “Semejante enfoque dictatorial hubiera sido impensable con anterioridad”, asegura.
No es el único que cree que “Al Jazeera se ha convertido en una cadena propagandista”. También Sami Kleib, una de las figuras de la cadena qatarí en Beirut, le dio portazo porque la cobertura de las revueltas árabes le parecía “parcial y politizada”.
“Siempre ha sido así, aunque antes no se notaba tanto; teníamos independencia profesional, pero no hemos sido completamente independientes [del Gobierno de Catar] y ahora los cambios políticos están haciendo más visible esa línea”, confía una periodista de la cadena que pide anonimato. La interlocutora asegura que se ha exagerado el número de dimisiones. A ella apenas le sale media docena de un total de 3.000 empleados. Al Jazeera no respondió a la solicitud de EL PAÍS para que diera su opinión.
El País
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