*RODICA RADIAN GORDON
En algunas ocasiones en esta columna he escrito acerca del mosaico que conforma la sociedad israelí, su diversidad, su subsistencia y su vitalidad. En efecto, esta sociedad está compuesta por varios grupos que poseen diferentes ideologías y credos, así como distintos niveles socioeconómicos, al tiempo que integra en su seno inmigrantes de diferentes confines del mundo con los nacidos en el lugar.
Una de sus características más sobresalientes es, por tanto, el debate que se lleva a cabo en varios escenarios: la Knesset (Parlamento israelí), la prensa, las redes sociales y hasta la Suprema Corte de Israel —institución clave en el establecimiento de normas en el campo de los derechos humanos y la ciudadanía—.
Tan sólo para ejemplificar algunos de los temas que nutren el debate público en los últimos años, mencionaría una gama que incluye, tanto asuntos económicos como el recorte presupuestal y la vivienda accesible al igual que la equidad de deberes y derechos para lograr una mejor participación ciudadana en el Ejército y en el mercado laboral.
Destacan, a su vez, temas de equidad de género, incluso problemas como el hostigamiento sexual y los feminicidios; los derechos de las minorías con diferentes preferencias sexuales; trabajadores migrantes y refugiados políticos y, de manera más genérica, el carácter de Israel como Estado judío democrático y las relaciones israelís-palestinas.
La diversidad arriba mencionada se reflejó en los resultados de las últimas elecciones de hace un mes. En la Knesset actual hay 12 partidos que representan opiniones que van desde la izquierda radical hasta la derecha; desde una agenda laica y liberal hasta una agenda ultraortodoxa; desde partidos que promueven la idea del desmantelamiento de los asentamientos en el marco de un posible acuerdo de paz hasta representantes de los colonos.
La ilustración más viva de este debate político se muestra estas últimas semanas a través de dos documentales nominados al Oscar (The Gate-Keepers y Five Broken Cameras, que no fueron premiados). Ambos documentales fueron apoyados, entre otros, con fondos del gobierno israelí, aunque especialmente el segundo representa una realidad israelí-palestina que ha provocado gran controversia dentro de la opinión pública.
La conversación pública y la polémica política tan ardiente parecen normales, teniendo en cuenta los acontecimientos de este “rudo barrio” que es el Oriente Medio y la larga duración del conflicto israelí-palestino. Pero la normalidad y vitalidad de la sociedad israelí se ve, en mi opinión, en el hecho de que en el marco de una agenda nacional extremadamente cargada y difícil, surgen temas de la vida de sus hombres y mujeres que preocupan a toda sociedad abierta y plural. Vale la pena prestar atención a la mini revolución cívica que acontece en Israel alrededor del tema de las minorías con diferentes preferencias sexuales. En los últimos años, especialmente en la zona metropolitana de Tel-Aviv, se observan no solamente parejas sino familias encabezadas por padres del mismo sexo.
El sistema legal se encuentra, estos días, debatiendo las posibilidades legales de adopción de niños de “madres sustitutas”, ya que muchas parejas del mismo sexo están interesadas en formar familias. La noción de nuevas formas de familia ya está desarrollada por medio de ONG, dedicadas a formalizar acuerdos que permitan una flexibilidad sin precedentes en las estructuras familiares.
Por supuesto que no todo es “color de rosa”, pero a pesar de los desafíos externos e internos, los israelíes han logrado crear una sociedad vibrante y plural, que no evita el debate y la crítica y que de vez en cuando aún es capaz de ser extremadamente iconoclasta y derribar “vacas sagradas” de tiempos pasados.
*Embajadora de Israel en México
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