VICTORIA DANA PARA ENLACE JUDÍO
“Sólo una víctima comprende a otra víctima, quienes vivieron en Auschwitz sólo se comprendieron entre ellos, pero la mayoría de la gente no puede huir del horror, lo traemos impregnado”
En el periódico Reforma del 26 de Febrero de 2013, aparece esta declaración de Javier Sicilia. Me llamó la atención porque, durante toda la semana, he reflexionado sobre mi limitada posibilidad de ponerme en el lugar del Otro y sé que, a pesar de todo esfuerzo en sentir lo que un semejante está experimentando, nunca, por más sensibilidad o empatía, podría, ni por un instante, asimilar el horror que ha sido grabado en su piel e impregnado en su memoria.
Sicilia menciona Auschwitz, al tiempo que yo reflexionaba sobre el Holocausto.
Nací en 1954, la guerra había terminado hacía nueve años. Cuando me enteré de lo ocurrido, a través de las pláticas de mis maestros, habían pasado más de veinte años. En mi imaginación de niña, la guerra había sucedido mucho tiempo atrás; no tenía que ver conmigo. No escuché historias de los campos en mi casa. Jamás tuve que llevar a cuestas el dolor de mis padres o enterarme de los parientes asesinados. Por el contrario, provengo de una familia muy numerosa, parecida a las que vivieron en Europa antes de la guerra. En mi escuela, la Shoá se había convertido en una conmemoración. Un solo día de cada año, trataban de mostrarnos una tristeza a la que nosotros poníamos distancia. Ningún miembro de mi familia tenía grabado en su brazo un número; nadie había padecido al grado de sentarse a llorar en silencio, tardes enteras.
Es por ello que el martes pasado, 19 de Febrero, al asistir a una reunión donde la profesora Miriam Grynberg expondría sobre la transmisión transgeneracional. Sentí, en un principio, que estaba invadiendo un espacio que no me correspondía. La cita fue en la sinagoga Bet El, en Polanco. La conferencia dirigida a un grupo que, en su mayoría, son hijos y nietos de víctimas del Holocausto. Esta agrupación se creó bajo la iniciativa del Sr. Peter Katz, un sobreviviente que ha hecho un gran trabajo de memoria, a través de sus libros y sus artículos periodísticos. La idea es reunirse para entender el pasado de sus familias y construir el futuro bajo una perspectiva distinta.
La guerra no terminó para ellos. La llevan grabada desde su nacimiento. El horror les acompañó desde niños. Siempre percibieron “algo distinto”, aunque no les contaran. Crecieron con el sufrimiento de sus padres a flor de piel; escucharon las pesadillas, o soportaron el silencio: al anular la palabra, se teje en la imaginación, la más terrible de las historias… o el mutismo acaba por convertirse en vacío. Con el paso de los años, comprendieron que no es necesario llevar tatuado un número para ser sobrevivientes. Ellos lo son.
La profesora Miriam Grynberg se presentó ante el grupo: “También soy sobreviviente en segunda y tercera generación. Mis abuelos y mi padre sobrevivieron juntos. Se puede considerar que todo judío en Europa, estuviera donde estuviera, es un sobreviviente”.
En un principio, les era prácticamente imposible contar. Las víctimas, en su mayoría jóvenes, pensaron que podían dejar atrás el pasado, deseaban rehacer su vida. Sin embargo, el tiempo no borró las heridas: se sentían devastados, avergonzados, vulnerables. El silencio no les ayudó. La situación era demasiado traumática para poder asimilarla y convertirla en palabras. Imposible elaborar un duelo, simbolizar, nombrar. Y los pocos que sí pretendieron hablar de lo sucedido, no fueron escuchados:
“Ninguno de vosotros quedará para contarlo, pero, incluso, si alguno lograra escapar, el mundo no le creería”.
Estas palabras, recordaba Primo Levy, dichas por uno de los oficiales del campo.
La Transmisión.
Muchos padres contaron su duelo. El padre que vio morir a su hijo aplastado en el vagón del tren. Años después se casa, tiene tres hijos a quienes sobreprotege. Debe cerciorarse constantemente que están bien. Habla de la guerra, del hijo muerto, mientras los hijos vivos se llenan de la identidad del otro que ha muerto, y no se les permite construir una identidad propia.
El caso contrario es cuando no se hablaba “para protegerlos” y ocurre que la transmisión es mucho más severa. ¿Cómo elaborar una historia sin palabras? Es necesario elaborar el duelo. La maestra Grynberg señala: “El duelo corto es como el camino corto de La Caperucita; al final se encuentra con el lobo”.
Esta segunda generación parece atrapada en la historia, en los vacíos de su propia identidad, viviendo en un mundo fantasma: Nuestros muertos no tienen cementerio, nosotros somos su cementerio. No hubo ritos, no se sabe cuándo murieron, no sabemos si están vivos y si nos atrevemos a creer que han muerto, es como si los matáramos. En ese mundo idealizado de una existencia perdida, comenta Miriam Grynberg, no podía haber afecto.
Los padres que no pudieron elaborar se volvieron melancólicos, psicosomáticos e identificaron a sus hijos como una extensión de sí mismos: “Yo no sobreviví para que tú te portes mal”, “tienes que comer porque yo me moría de hambre”. Se apropian del hijo que acaba por sentirse muerto de sí mismo. “Tú serás mi No Yo, porque cargas mi historia”. La sensación de culpa les impidió hacer su propia vida, diferenciarse de los padres, sin dejar de quererlos.
Hay que aclarar que no todos los hijos son víctimas de la transmisión. Mucho dependió del grado en que sus padres pudieron elaborar el duelo y también de su propia fuerza estructural.
¿Quiénes lograron la elaboración?
Los que aceptaron hablarlo en procesos terapéuticos y permitieron “ser acompañados” y fortalecidos por la escucha. También los poetas, los novelistas, los artistas, quienes encontraron una forma de expresión única que los diferenció.
Las nuevas generaciones
Sanar no significa olvidar. Por el contrario, explica Grynberg, se debe recordar para afirmar la vida. Es un duelo que se elabora en relación a los otros, a todos los Otros. Todos los seres humanos hemos sido lastimados a partir del Holocausto.
“Lo que allí apareció no fue la violencia del hombre con el hombre: apareció lo impensable más allá del odio, apareció el Mal radical que tiene que ver con transformar al Otro en cosa”
A pesar de que la transmisión no puede detenerse, es importante la manera en como cada generación la aborda. Por eso es importante hablarlo, crear grupos de interacción y evitar que el modelo se repita: Evitar la repetición de Auschwitz tiene que significar darle palabras al sufrimiento y no volvernos indiferentes a él, menciona la Mta. Grynberg.
Por eso es invaluable la creación de un Grupo de Sobrevivientes como éste, cuyo deseo es elaborar a través del ritual colectivo, darle lugar a la palabra para preservar una memoria que construya hacia la vida y romper con este modelo de transmisión que llevaría nuevamente a la violencia y a la destrucción. Por eso debemos sentirnos parte de su historia porque, aunque no la hayamos vivido, nos corresponde también la obligación de preservar, nombrar, recordar. La memoria es el único monumento que podemos erigir a favor de las víctimas. Como dijo Ricardo Foster:
Reconocer la memoria de la maldad, es un modo de preservar la bondad que habita en el corazón humano
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[1] Grynberg Robinson Miriam Revista de Psicoanálisis de Guadalajara 2008, pag 93
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