2 de marzo 2013
ALEJANDRO GOLDSTEIN PARA ENLACE JUDÍO
Mis hermanos y yo crecimos en un barrio que carecía de judíos y convivimos desde muy temprana edad con el estigma de ser “los judíos del barrio”. Tanto ellos como yo vivimos varios momentos de tensión a causa de nuestro origen y de nuestra fe. En cierta ocasión, un joven vecino enfervorizado comenzó a golpear la puerta de mi casa con un objeto contundente porque yo lo había abofeteado para salir en defensa de mi hermano menor. Su rostro experimentaba un color carmín debido a su sed de venganza mientras se desgañitaba: “sal, judío”.
Pero la indignación por antonomasia era propiedad de mi señora madre, Frusa (¡La Baba Sonia la mató con el nombre!, pero por lo menos ostenta ese raro privilegio de tener la exclusividad de llevar ese apelativo “pintoresco”). A mamá había una situación que le crispaba los nervios que trataré de resumir en dos frases: “tú no pareces judía” y “tú eres una judía buena”. La rápida conclusión que yo saco es que si ella es buena, todos los demás somos una mierda.
Pese a ser una de las frases más repetidas a través de la historia, “judío de mierda” está mal aplicada porque la gente que le dice a un judío esa tan mentada forma de ofender, no lo hace respecto de su judeidad, sino a los valores que el agresor considera que ese judío carece para hacer de él una persona de bien. No es lo mismo decirle a una persona “eres una mierda” que decirle “eres un judío de mierda”. Utilizando el último de estos dos improperios, se llega a una ofensa globalizada, que abarca mucho más y trata de echarle sal a la herida.
Los judíos tuvimos que salir con lo puesto de Europa porque corríamos riesgo de vida. De esa manera nací yo. Un judío de madre uruguaya, padre español y abuelos de Rusia, Polonia y Alemania. Si mis abuelos no se hubiesen sentido amenazados, mis padres no se hubiesen conocido en América y yo no hubiese nacido. Es fácil de entender por los judíos, pero a los gentiles -legos en la materia- les cuesta entender esa vida de trotamundos que llevamos, siempre a los sobresaltos y revolcones. Un ciudadano estadounidense, negro como una pantera, en forma tragicómica definió mis orígenes- indefinibles para su cosmovisión-: “eres judío y sudamericano, te falta ser negro y tienes todas las pestes…” Como fue dicho de buen talante, todos los participantes en la escena nos desternillamos de la risa.
Yo considero que un judío, armenio, musulmán, o ciudadano de la etnia racial que fuere es una mierda cuando atenta contra su gente. Los judíos estamos vistos desde fuera como un pueblo solidario, en donde nos hacemos responsable por la suerte de nuestros paisanos: “Kol Israel arevim ze la ze”. Como pasa en todas las comunidades del mundo, esto es así, pero siempre hay “honrosas” excepciones.
Tarde reaccionó la judería europea cuando los alemanes en un santiamén los despojaron de su autoestima, bienestar y salud. En pocos años fueron avasallados con las Leyes de Nuremberg, la Kristallnacht, los ghettos y por último los campos de exterminio. Cuando la “Solución Final” se encontró, confinaron a mi pueblo en barrios en donde convivieron hacinados con piojos, ratas, hambre y falta de esperanza. En esos ghettos, los alemanes -para no ensuciarse sus blancas y caucásicas manos- buscaron colaboración con algunos judíos para que les organizaran el ghetto y cumplieran a rajatabla los mandatos de la dirigencia nazi. De esa manera mantuvieron el orden, inventariaron los bienes de los judíos, persiguieron a aquellos que intentaron evadirse y seleccionaron quién y cuándo debía morir en las cámaras de gas. Ese “judenrat” fue implacable con su pueblo, pero mientras lo aterrorizaba se veía beneficiado por placeres efímeros, una especie de hueso que el amo alemán le tiraba a los perros judíos obsecuentes. Pero inexorablemente fueron los que a la hora de apagar la luz, tuvieron el último privilegio de bajar los interruptores, para emprender el último viaje en en tren para morir en las mismas cámaras de gas como aquellos hermanos que ellos mismos habían enviado anteriormente. Esos fueron unos verdaderos judíos de mierda.
Otros son los Naturei Karta. Estos judíos fanáticos tienen como postulado que no puede haber un Estado Judío hasta que no llegue el Mesías. Combaten a ultranza el sionismo y hacen ingentes esfuerzos para que el Estado de Israel desaparezca. Con solo ver las fotos que se sacan -con total desparpajo, sin ningún atisbo de arrepentimiento y en un cúmulo de sonrisas- con estadistas que lo único que hacen es pregonar la desaparición del Estado de Israel, dan ganas de vomitar. Estos también son unos judíos de mierda.
El tercero es Héctor Timerman, Canciller de la República Argentina, que le da la espalda a su pueblo y se sienta a negociar con gente que dice que el Holocausto no existió y que también clama a viva voz por la desaparición del Estado de Israel. Ese acto perverso e indigno que atenta contra las víctimas de la Amia y el Holocausto para servirle a una presidente identificada con el siniestro personaje que albergó a los nazis y les impidió la entrada a los judíos, me llena de vergüenza, así como a toda la judería mundial.
Siempre escucho casos de “pintele yid”, es decir esa chispa judía que aflora en algún momento de la vida, casi siempre en situaciones dramáticas, cuando una persona en el ocaso de su vida recuerda que pese a no haber prácticado la religión, reconoce su pertenencia al pueblo judío. Cuando Timerman supo que tenía que debía sentarse a conversar con aquellos que niegan el sufrimiento de sus padres, sus abuelos, sus amigos, sus compañeros de colegio y su pueblo todo, debió haber dado un paso al costado. Todos lo hubiésemos aplaudido y hasta el antisemita pueblo argentino lo hubiese entendido. Pero optó por el otro camino, el de la ofensa a su propio pueblo, el de la confrontación dialéctica con el Estado de Israel. La manzana no cae lejos del árbol y esa soberbia y descaro ya lo vimos con su padre Jacobo, el cual rescatado por Israel, después no hizo otra cosa que difamarlo a diestra y siniestra, cumpliendo con aquel enunciado que el humano es el único animal que le muerde la mano de quien le da de comer.
En resumidas cuentas, Héctor Timerman, eres un verdadero miserable y un auténtico judío de mierda, como los son los seguidores de Naturei karta y como lo fueron las lacras que dirigieron los Judenrat. La historia será implacable contigo, pero también me hace recordar que todavía tienes una esperanza, a traves de un añejo afiche que colgaba en la Agencia judía para aquellos judíos que querían emigrar a Israel. A pesar de que “no te prometemos un jardín de rosas, tienes un lugar en Israel”, para cuando te saquen a patadas en el culo de ese país que no hizo otra cosa que maltratar desde siempre a tus hermanos judíos.
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