Semana Santa en España: Los “judíos” en las cofradías cristianas

Son numerosas las tesis que han surgido para explicar el origen del “judío de Baena”, aunque no ha sido hasta los últimos descubrimientos a través de fuentes documentales cuando ha existido mayor unanimidad, aunque no certeza absoluta. Entre los estudios más profundos se encuentran los realizados por Juan Torrico Lomeña, Manuel Horcas, Juan Rabadán y Julio Fernández. Para Juan Torrico, “el judío es el alma y el motor de la Semana Santa de Baena, es el gran protagonista que le da vida, sonido y color, ya que sobre el mismo recae todo su protocolo (…)”.

La actual organización del judío, según las tesis más aceptadas, data del final de la primera mitad del siglo XIX, cuando cada cofradía tenía su propia turba o cuadrilla de judíos, sin que hubiese diferencia de color, ni rivalidad.

No obstante, existen dos versiones que pueden profundizar en el origen del mismo. Luis Roldán Doncel defiende en su obra ‘La Semana Santa de Baena’, que el judío puede ser “el resultado de la asimilación por parte de las cofradías de una figura espontánea y popular que se incorpora a las procesiones con la finalidad de hacer penitencia y dar gracias por los favores dispensados, datando en este sentido de la segunda mitad del siglo XIX; esa figura es el soldado que venía de luchar contra los franceses. Terminada la guerra es muy probable que, o bien a petición de las cofradías para lograr una mayor vistosidad, o por devoción de los interesados, estos continuasen participando en los desfiles procesionales, organizándose al estilo castrense, con un tambor delante de la procesión que servía de indicativo del desfile”. Esta hipótesis ha sido desechada en la actualidad. Manuel Horcas Gálvez recurre para explicar su origen a los voluntarios realistas existentes en Baena, que participaban en las procesiones. Julio Fernández García amplía esta hipótesis al analizar un cuadro de Manuel Cabral y Aguado Bejarano, titulado ‘El Corpus en Sevilla’ , en el que se observa un escuadrón de lanceros reales que llevan el mismo uniforme que los primitivos judíos de Baena: casaca roja, pantalón azul con franja roja y casco de metal con cerda negra.

El antes y el después: año de 1819

Tanto Manuel Horcas, como Juan Aranda Doncel destacan el año de 1819 como clave para clarificar el origen del “judío” moderno. Ese año, “45 hermanos de los que se titulan judíos con la cara cubierta con carátula” protagonizan un incidente al oponerse a las disposiciones en las que el obispo Pedro Antonio de Trevilla intentó acabar con tradiciones que consideraba poco acordes con el espíritu religioso y por las que prohibía las representaciones escénicas y las muestras de religiosidad popular. La anterior cita demuestra dos hechos fundamentales y que hasta hace pocos años eran oscuros: en primer lugar, se desconocía cuándo surgió la imagen actual del “judío” y en segundo lugar se desmitifica la procedencia francesa de la vestimenta del judío.

Hasta el citado año de 1819, las turbas de “judíos” “estaban integradas por personas disfrazadas de forma totalmente anárquica, con una túnica ridícula y una careta horrible, y cubiertos de una melena desgreñada. Eran auténticas máscaras, que convertían las procesiones en verdaderas profanaciones de lo religioso”. Un origen remoto de esta imagen era el desaparecido judío errante, que fue recuperado por la hermandad de Figuras Bíblicas de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno en los años ochenta de la presente centuria, pero que ha dejado de procesionar.

Como se describe en el capítulo destinado a los Pasos, la función del “judío” era participar en el prendimiento, por lo que a raíz de la prohibición de 1808 en la que se suprimían las figuras, su lugar lo ocuparon los romanos, según existe constancia ya desde 1799 en la cofradía del Dulce Nombre. Después se extendió esta hermandad a las demás cofradías.

La importancia de la cita recogida anteriormente desmitifica la tesis que afirmaba que el origen del uniforme de los “judíos” procedía de coraceros franceses derrotados en la batalla de Bailén. Julio Fernández aclara además que la vestimenta de los coraceros napoleónicos presenta diferencias con relación al traje del “judío”, puesto que los soldados franceses vestían casaca azul, y no roja, y el diseño del casco también era diferente.

La tesis más acertada es la que define el traje del “judío” como una evolución a lo largo de las décadas que ha ido completándose hasta afianzar su situación actual en nuestro siglo. El origen lo tendría en la vestimenta utilizada por distintos cuerpos del ejército español. El parecido es muy cercano con el uniforme de los coraceros y otros regimientos del Arma de Caballería que se utilizaba en 1822. Su traje se componía de coraza de hierro, casco del mismo color con cola negra y plumero blanco, casaca larga encarnada con divisa celeste, calzón blanco y bota.

Con posterioridad, en 1835, la caballería asume las lanzas, conserva el casco, del que se desprende una cola de caballo negra. Sin duda, la vestimenta más semejante a la del “judío” es la que aparece en un cuadro expuesto en el Museo del Prado en el que figura un cuerpo de caballería en el que sus miembros visten casco dorado, cola negra, pantalón negro y casaca roja.

Con el paso de las décadas, el “judío” fue incorporando plumeros más vistosos, cascos con mayor cantidad de cola, pañuelos de seda. La generalización del tambor comienza a producirse en la última década del siglo pasado, cuando se sustituyen las lanzas por cajas. En el libro ‘La Semana Santa de Baena’, de Luis Roldán Doncel, el autor rechaza una hipótesis que se había extendido según la cual la sustitución de las lanzas por el tambor se produjo a raíz del motín celebrado en 1861. Sin embargo, Roldán Doncel afirma que de haber sido así hubiera quedado constancia en los libros de actas de las cofradías. Por el contrario, en aquella época las actas recogen la existencia de un tambor por cuadrilla, mientras que el resto de los “judíos” lanzas, paraguas o rosarios, según un testimonio recogido en el libro. Roldán Doncel justifica el cambio de la lanza por el tambor en motivos de carácter psicológico. Según él, el deseo de distinguirse hizo que los que iban con lanzas presionasen para que aumentase el número de tambores, pasando de uno en toda la turba a uno por cuadrilla, pasos que se van a ir generalizando hasta desaparecer las lanzas.

Fuente:telefonica.net

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