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viernes 22 de noviembre de 2024

Historia de un niño judío que fue llevado completamente solo a Auschwitz

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La tristeza de esta historia, la del niño judío Richard Frenkel, de poco más de dos años, que fue deportado a Auschwitz completamente solo, no tiene fin. Su breve existencia es un pequeño ejemplo, uno entre millones, de la represión nazi. ABC publicaba ayer los resultados del estudio más amplio hecho sobre el Holocausto, que multiplica por tres las consecuencias de la represión nazi, que provocó entre 15 y 20 millones de víctimas. Los campos, guetos y lugares de detención, tortura y represión sumaron más de 42.000, según las nuevas estadísticas documentadas por el Museo Memorial del Holocausto de Washington.

Quien ha rescatado la historia de este niño y su familia del olvido es el Yad Vashem, el lugar de los Nombres, el museo con una de las más difíciles misiones del mundo: mantener viva la memoria y los nombres de aquellos que el huracán de odio nazi trató de borrar. Richard Frenkel era un niño hermoso, que había nacido en un mundo en guerra, en 1940, de una pareja formada por Nissan Frenkel y Ester Horonczyk. En sus ojos brillaba una esperanza. En la página web de Yad Vashem hay una exposición online que ha reunido todas las pistas y fragmentos que su pequeña y valiosa vida dejó, siguiendo el destino de sus padres.


Vida nueva y truncada en París

A la muerte de la madre de Esther, los Horonczyk decidieron probar una nueva vida en París, donde fundaron una floreciente sastrería y ampliaron la familia. Sin embargo, allí la guerra los atropelló. La represión los destrozó más allá de lo que nadie hubiera podido imaginar.

En medio del torbellino de detenciones y deportaciones casi toda la familia acabó recluida en centros de detención y de tránsito como los de Drancy y Pithiviers. Centros que son solo dos de los 42.500 documentados ahora por el nuevo estudio de Washington y desde donde tantos fueron conducidos a la muerte. Allí, en suelo francés, con mayor o menor rapidez, el destino fue cebándose con miles de vidas. De toda la amplia familia de los Horonczyk, apenas se terminó salvando una de las tías del niño: Leah, la hermana de Esther, su hijo Raphael y su marido Solomon.

Nissan Frankel, el esposo de Esther, no tuvo la suerte de su cuñado Solomon, que pudo escapar de Pithiviers, ponerse a salvo en un pequeño pueblo junto a su esposa e hijo y tener, después de la guerra otros dos hijos gemelos. No, Nissan Frankel vio interrumpida su feliz vida junto a su esposa y su hijo Richard. Fue deportado a Beaune-la-Rolande y de allí, en junio de 1942 a Auschwitz, donde fue asesinado, junto a dos de sus cuñados que viajaban en el mismo transporte.

La detención de Esther y Richard

El día que detuvieron a Esther y a su hijo Richard, el 17 de julio de 1942, toda la familia lo supo por Fanny Korman, una prima de Richard, de 6 años de edad, que fue corriendo a decirlo a casa de los Horonczyk. El abuelo, Shimon, bajó a la calle, nada más conocer la noticia y suplicó a los policías franceses que le detuviesen a él en lugar de a su nieto. Los agentes le espetaron que esperase unos días, que vendrían a por él. Y así fue. Trasladado a Pithiviers, y luego a Drancy, fue deportado a Sobibor, uno de los campos de la muerte, donde fue asesinado.

Esther y su hijo estuvieron poco tiempo juntos en Pithiviers. El 7 de agosto, ella fue obligada a subir a un infame vagón con destino al infierno de Auschwitz. No es difícil imaginar su angustia al ser forzada a abandonar a su hijo, con poco más de dos años. Completamente desamparado, Richard compartía su penoso destino con otros 1.800 niños cuyos padres habían salido ya amontonados como ganado en los trenes hacia las cámaras de gas. Asomarnos a la angustia de ese niño y multiplicarlo por los otros 1.800 infantes hace que nuestra imaginación pise cristales.
Última carta, arrojada desde el tren

El Yad Vashem conserva un trozo de papel que Esther Frenkel alcanzó a arrojar desde el interior del vagón. Una cuartilla amarillenta escrita con lapiz y palabras caóticas, las más angustiosas palabras que una madre haya escrito jamás. Dice así:

“Queridos míos: ayer en el último minuto me llamaron para el traslado. Me han subido al tren. Y no sé que ha sido de mi Richard. Él está todavía en Pithiviers. ¡¡¡Salvad a mi niño, a mi bebé inocente!!! Cómo estará llorando. Nuestro sufrimiento no es nada. Salvad a mi Richard, a mi pequeño querido. Yo no puedo escribir. Mi corazón, mi Richard, mi vida, está lejos, y nadie le está protegiendo, a mi pequeño de dos años. ¡Morir, deprisa, oh niño mío! Devolvedme a mi Richard. Esther”

Deprisa, tal vez sea la palabra. Pero el tiempo debió pasar demasiado lento para el niño, los días velados por las lágrimas, entre desconocidos, perdido en el mundo en guerra. Hasta que llegó el 15 de agosto y Richard sufrió otra mudanza. De Pithiviers a Drancy. Allí otra vez la espera, sintiéndose de nuevo perdido, quien sabe si a lo mejor ajeno a su triste destino.

Deprisa el tiempo, demasiado deprisa consumía su pequeña vida, ahogada en aquel mar violento. El 10 septiembre, unas pocas semanas nada más desde su llegada a Drancy, y sin que hubiera podido encontrar a nadie conocido, Richard Frenkel subió completamente solo al tren que le llevaba a término.

Aquel transporte 31 llevaba a Auschwitz a mil personas. Amontonados en vagones de ganado después de mil penurias.

Entre ellos, todos extraños, viajaban 171 niños. Entre ellos, perdido, el pequeño Richard Frankel. Ya no tuvo ni una oportunidad. De todo el transporte solo 380 personas pasaron la selección que les concedería un epílogo mísero de esclavos. El resto fueron directamente a la cámara de gas.

Presa del terror, desnudo, desorientado, girando en la oscuridad de un odio incomprensible, buscando tal vez calor entre los famélicos cuerpos de cientos de extraños, en el sitio exacto en el que habían caído asesinados su padre, primero, y su madre, después; llegó allí, presa de la misma angustia, una angustia de plomo para un niño tan pequeño, cuando las duchas exhalaron su veneno y se llevaron su vida.


Fuente:.abc.es

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