IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO
El tema de los Benei Anusim está de moda. Por aquí y por allá, surgen espontáneamente grupos que se identifican como Benei Anusim, u organizaciones que ofrecen ayuda a quienes estén interesados en el tema, ya sea para saber si tienen ancestros judíos y son Benei Anusim o incluso para “reencontrarse con sus raíces judías”.
Ahora, el punto es dejar bien en claro qué ofertas son legítimas, qué propuestas son verosímiles, y -sobre todo- a qué pueden aspirar los interesados en el asunto (sobre todo, en relación a qué posibilidades reales tienen de poder considerarse Benei Anusim).
Empecemos por las ofertas. ¿Qué es legítimo y qué no? Lo primero que hay que entender es que el asunto de los Benei Anusim es un asunto judío. Es decir, tanto el concepto como toda la reflexión histórica que se ha hecho al respecto, proviene de un grupo con una identidad histórica bien definida, y que es el Judaísmo Rabínico. Por lo tanto, los únicos grupos u organizaciones que pueden hacer una oferta legítima a los descendientes de Judeo-Conversos son aquellos que pertenecen al Judaísmo Rabínico, y trabajan bajo sus criterios legales (halájicos).
Este es un primer punto que no le gusta a mucha gente. Hay muchos grupos de origen cristiano (los llamados Judíos Mesiánicos y sus derivaciones, como los Nazarenos o Netzaritas) que se anuncian para “ayudar” a los descendientes de Judeo-Conversos a “reencontrarse con sus raíces judías”. Cualquier persona que opte por esa alternativa, deberá estar consciente de que todo lo que haga, lo hará bajo los parámetros de un grupo de origen cristiano, y que lo más que se le puede ofrecer en términos reales, es un poco de información sobre la historia de los Judeo-Conversos. Pero, en términos concretos, no se puede hablar de una recuperación de la identidad judía. Eso sólo es posible en el contexto del Judaísmo Rabínico.
Naturalmente, muchos de estos grupos pseudo-judaicos se han dedicado a denostar y rechazar la autoridad del Judaísmo Rabínico. Sin embargo, se trata de una grave incoherencia en su postura, porque -tal y como ya se ha señalado- el puro concepto de “Ben Anusim” surgió dentro del Judaísmo Rabínico, y fue el Judaísmo Rabínico quien le dio forma y contenido al tema. Por lo tanto, rechazar la autoridad del Judaísmo Rabínico implica, en automático, tirar al bote de la basura cualquier idea sobre los Benei Anusim.
De esto se deriva el segundo punto: ¿a qué pueden aspirar los interesados en el tema? Las opciones son muy variadas: lo mismo puede haber alguien que piense en una recuperación completa de una verdadera espiritualidad judía, que alguien que sólo se interese por el tema como fenómeno cultural o emocional, surgido de un legítimo aprecio por el Judaísmo, pero sin el deseo de integrarse a lo que implica como práctica religiosa.
Para este segundo caso, hay muchas organizaciones no religiosas que abordan el tema, y en las que conviven judíos y no judíos (como Tarbut Shorashim, por ejemplo). En este tipo de espacios, cualquiera puede tener un buen acercamiento con los contenidos históricos o los aspectos filosóficos y políticos implícitos en el asunto de los Bene Anusim. O, si hablamos de un interés religioso, quienes quieren conservar sus creencias cristianas pero con un acercamiento emocional más estrecho hacia el universo judaico pueden hacerlo desde las alternativas que ofrecen grupos como los ya mencionados Judíos Mesiánicos.
En cambio, quienes tengan el definido interés en integrarse a una religiosidad y espiritualidad verdaderamente judía, tendrán que buscar las alternativas en el contexto del Judaísmo Rabínico, única y exclusivamente. Lo más seguro es que esto vaya a implicar un proceso de conversión, y el objetivo específico será integrarse a la práctica religiosa del Judaísmo.
Vale la pena aclarar un punto más, indispensable para que los interesados decidan a qué pueden aspirar y a qué no: la creencia en Jesús de Nazaret (Yehoshúa, Yeshúa, o como lo gusten escribir) resulta incompatible con la opción verdaderamente judía. De hecho, resulta un absurdo si se trata del tema de los Bene Anusim, porque justamente llegaron a esta condición por haber sido forzados a creer en Jesús. Luego entonces, la plena recuperación o adquisición de una identidad espiritual verdaderamente judía, pasa por la aceptación de lo que el Judaísmo enseña respecto a todo, dentro de lo cual no cabe de ningún modo la creencia en Jesús. Una persona que desea permanecer como seguidor de Jesús -algo perfectamente legítimo- puede buscar las alternativas culturales o incluso emocionales, pero debe estar consciente de que no podrá acceder a la verdadera práctica del Judaísmo. Más aún: debe estar consciente de que quien le diga lo contrario, le está mintiendo.
Y con esto podemos empezar a hablar del tercer punto: quiénes pueden y quiénes no considerarse Bene Anusim. Lamentablemente, muchos misioneros cristianos disfrazados de judíos buscan incrementar la feligresía de sus congregaciones convenciendo a cualquiera que se deje de que “es judío sefardita Bene Anusim” (así, dicho en plural pese a que debería decirse en singular), para entonces integrarlo a una “sinagoga” con todas las consecuencias que eso tiene (especialmente, a la hora de venderle un manto de rezo (Talit), un libro de oraciones (Sidur) o una Mezuzá.
Para ello, se basan en las larguísimas, casi interminables listas de “apellidos sefarditas” que se pueden encontrar en Internet. Ya me he topado con gente convencidísima diciendo que “todos los apellidos que terminan en EZ son judíos…”, algo tan falso como una moneda de tres pesos checoslovacos.
En las primeras notas hablamos un poco sobre el asunto de los apellidos, y ahora vamos a ser un poco más específicos en relación al tema que nos importa.
¿Existen “apellidos judíos”? En realidad, si acaso existen apellidos verdaderamente judíos, son los que están en hebreo, y que pueden considerarse en dos grupos: aquellos que se derivan del uso tradicional del nombre religioso, conformado por el nombre personal más el nombre del padre y la palabra “ben” (literalmente, hijo) en medio. Por ejemplo, el segundo rey de Israel: Shelomo ben David (Salomón, el hijo de David). Eso, propiamente, no es un apellido, porque -siguiendo con este ejemplo- los hijos de Salomón no se “apellidaron” ben David, sino ben Shelomo. Sin embargo, muchas familias judías de hoy conservaron alguna de estas combinaciones como apellido. De ese modo, tenemos familias como Bensusán (junto o separado), Bendayán, Benabib, etc. En el otro extremo, a partir de la refundación de Israel en 1948, se puso la moda de hebraizar apellidos europeos, de tal forma que con el paso de tres décadas se gestó una nueva generación de “apellidos judíos”.
Ahora bien, hay apellidos tradicionalmente relacionados con judíos. Por ejemplo, casi nadie dudaría de la identidad judía de alguien que se apellide Goldberg o Slomiansky, pero estrictamente hablando, Goldberg es un apellido germánico, y Slomiansky es un apellido eslavo. Ciertamente, son apellidos que desde hace unos dos o tres siglos (en realidad, no más) están muy vinculados a familias judías, pero técnicamente no son “apellidos judíos”.
La realidad histórica es que los judíos, en el momento en que tuvieron que adoptar apellidos, lo tuvieron que hacer en oficinas públicas de registro civil, y por ello adoptaron mayoritariamente apellidos en el idioma del lugar en donde estaban. Si después nos topamos con apellidos germánicos entre judíos rusos, sólo fue consecuencia de las múltiples migraciones que hubo.
¿Qué hay de los apellidos terminados en EZ, como Rodríguez, Ramírez, Martínez, López, etc? Decir que son “apellidos judíos” es una absoluta mentira. No sirve apelar a que los judíos usamos como apellido el nombre de nuestro padre, y la EZ significa precisamente eso (Ramírez, por ejemplo, como “hijo de Ramiro”). La realidad es que esa práctica la han tenido casi todos los pueblos europeos. En Irlanda y Escocia, por ejemplo, se hace usando una O como prefijo con apóstrofe. Así, O’Brian es la contracción de “of Brian”, que significa literalmente “de Brian”, y que implica que es “hijo de Brian”. En Inglaterra también: Jackson es “hijo de Jack”, Johnson es “hijo de John”, etc. En Alemania sólo varía la ortografía, ya que “son” se puede escribir “sonn” o incluso “ssohn”, pero el significado es el mismo. En España se usó la terminación “ez”, y en Portugal la terminación “es”. En el contexto eslavo, también se usan terminaciones: “ovsky” para hombres, “ovska” para mujeres; o “ovich” para hombres, “evna” para mujeres. En el mundo árabe, se hace de un modo muy similar al hebreo, usando la palabra “ibn” en vez de “ben”; en arameo, se usa “bar”.
Entonces, la realidad de que esta no fue una práctica exclusivamente judía, y apellidos como López, Pérez, Ramírez y demás, SON APELLIDOS HISPÁNICOS (ya sea españoles o portugueses). Es cierto: muchos judíos, al convertirse, tomaron esos apellidos, pero eso sólo significa que hubo familias judías de apellido Pérez (por ejemplo), y no que el apellido Pérez sea un apellido judío.
Entonces, el hecho de encontrar uno de estos apellidos en una lista de “apellidos sefarditas”, no significa que alguien que lo lleve en estas épocas pueda considerarse, automáticamente, judío o Ben Anusim. En ese punto, acaso existe cierta posibilidad de que se tenga algún origen judío. Nada más.
Ahora bien: hay apellidos que se pueden relacionar más fácilmente con familias judías. Por ejemplo, costumbre propias de judíos que no estuvieron tan presentes en otros grupos, fue tomar apellidos relacionados con árboles. De allí vienen familias como Olivera (Oliveira) o Carvalho (Carballo). En el contexto germánico se dio otro fenómeno: los apellidos costaban dinero. Si querías un buen apellido, tenías que pagar. Muchos judíos pobres que no pudieron pagarse algo normal, recibieron sus apellidos gracias al humor de los burócratas que hacían los trámites. Por eso aparecieron apellidos despectivos como Geyer (cuervo), o basados en un rasgo físico como Klein (pequeño) o Schwartz (negro).
En el caso concreto de los Benei Anusim en México, existen apellidos que se sabe perfectamente que llegaron al país exclusivamente con familias judías. Por ejemplo, Maldonado, Fonseca, Cano, Machorro, Luria, Tinoco, Treviño, Carvajal, Cardoso o Vieyra, son apellidos traídos por familias de origen judío. Entonces, alguien que tenga uno de estos apellidos, o un apellido relacionado con árboles, casi puede estar seguro de que algún ancestro suyo fue judío. Pero recalco: algún ancestro. Como ya se explicó en la primera nota de esta serie, eso no significa que cinco siglos después la persona se pueda declarar inmediatamente como “judío” (ni siquiera como Ben Anusim, porque la identidad de los Bene Anusim se define exactamente en los mismos términos que la de cualquier otro judío).
La pregunta obligada es cómo puede alguien saber si, efectivamente, es descendiente de Judeo-Conversos. En definitiva, el apellido no es la única respuesta. En realidad, ni siquiera la más importante, porque también se dio el caso de familias que cambiaron sus apellidos en muchas ocasiones. O, incluso, de mujeres de origen judío que se casaron con varones sin ningún vínculo con el Judaísmo, pero que educaron a sus hijos como judíos, de tal modo que “apellidos cristianos” vinieron a ser netamente judíos.
Pero de que existen pistas, las existen. La principal sigue siendo la cuestión endogámica. Las familias descendientes de Judeo-Conversos desarrollaron el hábito de sólo emparentar entre ellos, y es un hábito que sigue muy arraigado en muchos lugares. ¿Vienes de una familia en la que la costumbre es casarse entre primos? Bien, en ese caso, prácticamente sin importar cómo te apellides, es bastante probable que seas descendiente de judíos.
Y están una serie de costumbres relacionadas con el fenómeno: encender velas los viernes en las tardes, nombrar a los hijos con nombres bíblicos y no con los nombres del Santoral Católico, poner un vaso de agua junto a una persona recién fallecida, quitarle toda la grasa a la carne antes de cocinarla, no mezclar lácteos y cárnicos, o incluso otros que parecieran banales, pero que tienen un origen cultural netamente judío, como reunir a la familia a jugar baraja en las tardes.
Al final, cuando llegamos al fondo del asunto y nos topamos con los núcleos duros de descendientes de Judeo-Conversos que no se han mezclado, el asunto es bastante simple: los que son verdaderamente judíos lo saben. Es en los sectores periféricos -en los que sí hubo mezclas- donde se han generado las dudas o cierta pérdida de identidad.
Una cosa es innegable: en toda América Latina, pero particularmente en México por razones muy concretas, hay miles y miles de descendientes de Judeo-Conversos que, en mayor o menor grado, han heredado algo de la identidad judía. Tal vez el tema les interese, tal vez no. Pero si les interesa, lo mejor es que llegue el punto en el que estén bien seguros de qué es lo que quieren hacer con ese antecedente judío.
Si el objetivo va a ser la plena recuperación de la identidad y espiritualidad judía, entonces no hay mucho que discutir: el lugar correcto es una sinagoga, y la supervisión legítima es la de un Rabinato perfectamente integrado al Judaísmo Rabínico. Otras ofertas u otras alternativas religiosas suelen ser falaces, e incluso un riesgo económico, porque estafadores no faltan en estos asuntos.
Mi muy particular percepción del asunto es que, dado el creciente interés en este tema, poco a poco iremos viendo cómo los rabinatos tradicionales, anteriormente ajenos al fenómeno, irán delineando políticas más precisas para resolver estos casos, lo cual facilitará el acercamiento de muchas personas que en algún lugar saben, intuyen, que tienen algo que ver con la milenaria historia del Pueblo de Israel.
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