A pesar de algunas decepciones, él hizo que las tensas relaciones entre judíos y cristianos estén un paso más cerca.
RAV. BENJAMÍN BLECH
Conocí al Papa Benedicto XVI en el infame campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.
Fue justo después de que él asumiera su cargo como jefe de la Iglesia Católica. Su primer viaje como Papa fue a Polonia. Después de una parada en Wadowice, ciudad natal de su predecesor, Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI continuó su viaje hacia el campo de exterminio ubicado a 60 kilómetros al oeste de Cracovia, que representaba lo peor de los planes genocidas de la Alemania Nazi.
Fue un momento histórico. El recién nombrado Papa, después de todo, era un alemán que a la edad de 14 años se había unido a las Juventudes Hitlerianas, como se requería de los jóvenes alemanes de la época. ¿Qué haríamos con su afiliación pasada? Era un pensamiento alarmante que preocupaba a los judíos de todo el mundo. Habiéndome involucrado casualmente con el Papa Juan Pablo II poco antes, en un esfuerzo para asegurar el retorno de los preciosos objetos judíos del Vaticano, me llené de temor.
El Papa anterior había demostrado ser más amistoso de lo que podríamos haber imaginado. Cuando hizo su famosa peregrinación a Jerusalem en marzo del año 2000, escribió una nota muy especial que luego insertó en el Kotel (el Muro de los Lamentos). Él reconoció el rol especial de los judíos como mensajeros de Dios y se disculpó por siglos de intolerancia y conducta atroz:
Estamos profundamente apenados por el comportamiento de aquellos que en el curso de la historia han causado sufrimiento a Tus hijos, y, pidiendo Tu perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo elegido.
El Papa Juan Pablo II había sido, como dice el refrán, “bueno para los judíos”. ¿Qué podríamos esperar de Joseph Aloisius Ratzinger, el noveno Papa alemán de la historia?
La decisión de organizar el primer gran evento de su papado en el sitio donde se llevó a cabo el acto más terrible de antisemitismo de la historia, era sin duda importante, y yo tuve la suerte de estar presente en aquella ocasión.
Un solemne Papa Benedicto, con las manos unidas en oración, entró caminando por las puertas del campamento, 20 metros por delante de sus cardenales, en medio de una tormenta de lluvia. Campanas de la iglesia sonaron en la ciudad sureña de Oswiecim, el nombre polaco para Auschwitz. Después de colocar un recipiente que contenía una vela encendida en la “pared de ejecuciones” del campamento, donde los Nazis asesinaron a miles de prisioneros, el Papa se trasladó a lo largo de una línea de 32 sobrevivientes que esperaban para reunirse con él. El Rabino Jefe de Polonia Michael Schudrich recitó Kadish, mientras los músicos interpretaban un inquietante lamento judío.
En el lugar donde los Nazis exterminaron a más de un millón de personas, en su mayoría judíos, el Papa comenzó su discurso diciéndole a los que estaban allí reunidos: “En un lugar como éste, las palabras no alcanzan. Hablar en este lugar de horror, en este lugar donde crímenes masivos sin precedentes fueron cometidos en contra de Dios y del hombre, es casi imposible – y es particularmente difícil para un cristiano, para un Papa de Alemania”.
“No podía dejar de venir aquí. Tenía que venir”, dijo. “Es un deber ante la verdad y la justicia, debido a todos los que sufrieron aquí, un deber ante Dios para mí venir aquí como sucesor del Papa Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán”.
A continuación, una cosa absolutamente increíble sucedió. No todos los que estaban allí presentes entendieron su significado bíblico. Pero para aquellos que lo hicieron, esto capturó magníficamente el significado espiritual del momento.
Hasta ese momento, estábamos todos parados en medio de la lluvia torrencial. Un asesor sostenía un paraguas sobre el Papa. Los afortunados entre nosotros habían encontrado algo de refugio. Pero precisamente cuando el Papa concluyó sus palabras, la lluvia cesó. Un arco iris magnífico apareció en el horizonte con su arco apuntando casi directamente a las 6 lápidas conmemorativas que simbolizaban a los 6 millones de judíos que fueron asesinados en el Holocausto.
Fue en la época de Noé, después del diluvio – el primer catastrófico decreto de destrucción – que Dios designó el arco iris como una señal eterna para la humanidad. Su mensaje fue la promesa de Dios de que una devastación similar no volvería a repetirse.¡¿Qué podría haber sido más relevante que un arco iris para aquellos de nosotros que lloraron en el lugar más atroz del siglo 20?! “Nunca más”, fue el mensaje divino que percibimos a partir de esa señal totalmente inesperada en el cielo.
Traspaso de Poder
Tras la ceremonia, las hordas de periodistas se reunieron en torno a mí para obtener una contestación rabínica ante los comentarios del Papa. Pronto se hizo evidente, sin embargo, que ellos no estaban interesados en saber cuán conmovido estaba yo de que un Papa alemán condenara las atrocidades de los Nazis. Ellos querían obtener un titular como “Líder judío consternado por el fracaso del Papa de lamentar suficientemente a las víctimas judías del Holocausto”.
“¿No está usted decepcionado de que el Papa no…?”, fue la pregunta planteada en diversas entrevistas incitándome para que yo dijera algo negativo. Pero este primer encuentro con el recién elegido Papa fue, para mí, muy tranquilizador.
Desde entonces he seguido con atención la relación del Papa Benedicto XVI con los judíos. Él se aseguró de visitar numerosas sinagogas, ha recibido numerosas delegaciones de la comunidad judía, y se comprometió a defender repetidamente las enseñanzas del II Concilio del Vaticano de 1965 acerca de los judíos y el judaísmo que abrieron la puerta a las relaciones positivas de hoy en día entre las dos comunidades.
A pesar de algunas decepciones, algunas ciertamente graves, estoy de acuerdo en general con el Gran Rabino de Israel Iona Metzger. Después de que el Papa anunció su renuncia, un portavoz citando a Metzger declaró: “Durante su período [como Papa] las relaciones entre la Iglesia y el Gran Rabinato fueron las mejores que han existido, y esperamos que esta tendencia continúe. Creo que él merece mucho crédito por el avance en los vínculos interreligiosos alrededor del mundo entre el judaísmo, el cristianismo y el Islam”.
No sé qué es lo que piensa el Papa en lo más profundo de su corazón. Hay quienes se niegan a considerar la posibilidad de que cualquier cristiano, especialmente su máximo líder espiritual, sinceramente podría albergar algo de buena voluntad para con nuestro pueblo. La historia de hecho justifica nuestra incertidumbre. Pero el Papa Juan Pablo II dio la esperanza de que, a medida que nos acercamos al final de los días, las heridas antiguas pueden encontrar al menos una medida de curación. Y creo que sería un error para nosotros no reconocer los esfuerzos positivos del Papa Benedicto XVI durante los años de su papado, aun cuando reconocemos plenamente las muchas diferencias entre nuestras religiones.
El Papa Benedicto XVI sorprendió al mundo con su inminente renuncia. Creo que su mensaje final al mundo es tan importante para nosotros como lo es para sus seguidores. Incapaz de desarrollar plenamente sus funciones debido a limitaciones físicas, él ha optado por ceder su posición de poder y honor a alguien más capaz. Eso es ciertamente un comportamiento digno de imitar.
En cuanto a la elección de un nuevo Papa, no está dentro del alcance del judaísmo involucrarnos en tal proceso. Pero esperamos que la Iglesia encuentre un líder papal que continúe su camino de expiación por los siglos de historia antisemita, y que haga su parte para ayudar a sanar al mundo.
Fuente:aishlatino.com
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