ESTHER SHABOT
El fallecido presidente venezolano, Hugo Chávez, gozaba de amplias simpatías populares en el mundo árabe y entre los iraníes. En tales medios su retórica antiestadunidense y antiisraelí le bastaron para ser apreciado como un valeroso luchador opuesto a designios imperiales, obviándose por supuesto que Venezuela exporta diariamente a Estados Unidos una parte muy importante de su producción petrolera.
Pero más allá de la popularidad de Chávez entre la gente, destacó el fuerte nexo que en diversas áreas se estableció entre Chávez y tres gobiernos que no precisamente han constituido un baluarte de la justicia y la democracia: el de Gadhafi en Libia, el de Bashar al-Assad en Siria, y el de Ahmadinejad en Irán. Tres casos de regímenes altamente represivos, sanguinarios y autocráticos cuyo historial se muestra cada día más plagado de horrores sin fin contra sus propios pueblos.
Gadhafi está muerto y Bashar al-Assad se encuentra en medio de una atroz guerra civil desde hace dos años. Así que Ahmadinejad fue el único mandatario de aquella región que estuvo en posibilidad de asistir a las exequias del Presidente venezolano. En Irán se decretó un día de duelo nacional, al tiempo que Ahmadinejad expresó su pesar por el deceso de Chávez en términos muy propios de su perspectiva mesiánica: Chávez fue “un mártir… que sin duda resucitará junto con Jesús y el sagrado imán Mahdi para establecer la paz y la bondad en el mundo”. El Mahdi es el doceavo imán que desapareció en el siglo IX d.C. y cuyo regreso espera el Islam chiita a manera de mesías redentor. Se trata de una creencia muy arraigada en los círculos gobernantes iraníes que ha generado incluso estudios académicos financiados por el Estado para investigar las señales que podrían anunciar el retorno del Mahdi al mundo.
Pero más allá de la retórica, es un hecho que el arrastre que tuvo la carismática figura de Chávez tanto en su propio país como en el exterior tuvo que ver en buena medida con las relaciones clientelares que estableció y que en el caso de Siria e Irán conllevaban beneficios mutuos. Con Al-Assad la relación de colaboración data de años, con visitas de Estado e intercambios comerciales que incluyeron envíos venezolanos recientes de diesel a Damasco con objetivo de paliar los efectos de las sanciones internacionales vigentes contra el régimen de Al-Assad. Explicable así la manera como anunció la televisión oficial siria la muerte de Chávez: “el Presidente venezolano fue un defensor de los derechos árabes legítimos, lo que incluyó una honorable postura de cara a la fiera conspiración contra Siria de parte del imperialismo”.
En cuanto a la relación de Chávez con el Irán de los ayatolás, ésta fue eminentemente simbiótica. El cemento ideológico que los unía estaba integrado por un fuerte sentimiento antiestadunidense y antijudío. Compartían su odio hacia la potencia estadunidense y su hostilidad hacia Israel, amén de las posturas negacionistas iraníes del holocausto judío que en algunos momentos fueron avaladas por Chávez y que cesaron sólo cuando éste recibió una reprimenda al respecto de parte de Fidel Castro. El establecimiento de vuelos directos entre Caracas y Teherán fue un eficiente vehículo para que Chávez recibiera armamento iraní, y a su vez enviara materiales útiles a Teherán para paliar el efecto de las sanciones internacionales. Caracas se convirtió así, de hecho, en un importante punto de entrada para el acceso de intereses iraníes a Latinoamérica y el Caribe gracias a los nexos de Chávez con los gobiernos de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba. Es así como hoy, con la desaparición física del líder venezolano, aunada a la posible caída de Al-Assad en Siria, se complica el panorama para Irán —que además celebrará comicios generales a mediados de este año. Atenazado entre las sanciones internacionales cada vez más severas y los cambios derivados de la Primavera Árabe y ahora la muerte de Chávez, el régimen de los ayatolás enfrenta quizá los más duros desafíos de su historia reciente.
Fuente:excelsior.com.mx
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