La muerte de Chávez supone la desaparición de uno de los más infames y dañinos políticos que ha padecido Iberoamérica en las últimas décadas. Su final, por lo esperpéntico, ha sido acorde a su trayectoria, que si no fuese trágica para Venezuela y toda la región, podríamos decir que es de risa. Un payaso, siniestro, eso sí.
El estado de salud de Chávez era una incógnita desde la madrugada del pasado 18 de febrero, fecha en la que regresó por sorpresa de Cuba para supuestamente continuar en el Hospital Militar de Caracas el tratamiento contra el cáncer que le fue diagnosticado en junio de 2011. En un primer momento, los representantes del chavismo aseguraron que el exgolpista experimentaba una mejoría, cosa que avaló públicamente Fidel Castro al asegurar que el líder bolivariano estaba en proceso de recuperación.
Sin embargo, el exembajador de Panamá ante la OEA, D. Guillermo Cochez aseguró el pasado miércoles en una entrevista con la cadena de televisión NTN24 que Chávez había sido desconectado “hace cuatro días” de los aparatos que lo mantenían con vida “por orden de sus hijas ante el abuso que ha sufrido su cuerpo”.
Este miércoles, tan sólo unas horas antes de anunciar su muerte, el vicepresidente venezolano, Nicolás Maduro, volvía a negar la realidad y se limitaba a hablar de “una recaída”, por lo que hacía un llamamiento “a todos los partidarios de la revolución bolivariana a estar unidos al comandante Chávez en esta batalla, y a no dejarse llevar por rumores e intentos de desestabilización”.
En esa misma comparecencia, Maduro llegó a afirmar que la enfermedad de Chávez “fue inoculada por los enemigos históricos de la patria”. “No tenemos duda de que llegará el momento indicado de la historia en que se pueda conformar una comisión científica de que el comandante Chávez fue atacado”.
No sabemos si en próximos días los chavistas subirán aun más el listón del esperpento haciendo jurar el cargo de presidente a un Chávez ya cadáver. Lo que es seguro es que, sin ese juramento, Maduro no puede ejercer su cargo, pues supondría incurrir en un delito de usurpación de funciones públicas castigado con pena de cárcel.
La salida a esta situación debería ser la inmediata convocatoria de nuevas elecciones y que los chavistas eligieran un nuevo candidato a la presidencia. Pero está visto que el final del caudillo venezolano ha querido ser fiel reflejo a lo que ha sido su régimen: la concentración del poder en un solo hombre, el desprecio a las reglas más elementales de la democracia, la perpetuación en el poder como sea y el sistemático y hasta esperpéntico recurso a la mentira.
Fuente:libertad digital
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