*SHLOMO BEN AMI
Realmente nadie creía que la última ronda de negociaciones internacionales con Irán sobre su programa nuclear fuese a producir grandes avances. Así que nadie se ha sorprendido tampoco ante la falta de resultados, a pesar de las concesiones que hizo, en la reunión de Kazajistán, el grupo 5 +1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad —China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos— más Alemania). La creencia de Estados Unidos de que un régimen de sanciones duras podría persuadir a Irán de llegar a un acuerdo ha resultado ser —al menos hasta ahora— poco realista.
A pesar de estar aislado y condenado al ostracismo, Irán ha logrado ganar un respiro estratégico con la ayuda de países como China, Rusia, India, Siria y Venezuela, lo que le permite resistir la presión occidental. Más importante aún, a pesar de que el régimen de sanciones severas impulsado por Estados Unidos está destinado a ser imperfecto, dicho régimen solo endurece aún más la resistencia de Irán a los “designios estadounidenses”.
Sin duda, las alianzas de Irán son vulnerables a la erosión e incluso —en el caso de Siria y Venezuela, dos de sus socios más firmes— al derrumbe. El fin del chavismo amenazaría vastos intereses de Irán en Venezuela y su importante presencia en los Andes, mientras que la caída de la dinastía El Asad sería un golpe devastador a la estrategia regional de Irán.
A pesar de todo ello, Rusia y China siguen adoptando con Irán un enfoque mucho más indulgente que el asumido por Europa y Estados Unidos desde que el Organismo Internacional de Energía Atómica describiera con detalle, en noviembre de 2011, las actividades de Irán para adquirir la capacidad de fabricar armas nucleares. Mientras que las potencias occidentales han adoptado sanciones cada vez más severas, Rusia y China ven a Irán como una herramienta en su competencia global con Estados Unidos.
Los intereses que tiene China en Irán se circunscriben al ámbito de la economía. El comercio bilateral asciende a unos 40.000 millones de dólares al año, y China no solo es el mayor comprador del crudo iraní, sino también un inversor colosal en los sectores de energía y transporte, a los que destina una suma que oscila entre los 40.000 millones y los 100.000 millones de dólares. Es cierto que China no puede ignorar completamente la presión de Estados Unidos y la firme oposición de Arabia Saudí, su principal proveedor de petróleo, con respecto al programa nuclear de Irán. Sin embargo, y a pesar de que China ha apoyado las sanciones obligatorias establecidas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, también ha rechazado las medidas unilaterales impulsadas por Occidente.
Con un comercio bilateral por valor de unos 5.000 millones de dólares al año, los intereses económicos de Rusia en Irán son bastante modestos. Pero Rusia teme a la capacidad que tiene Irán para causar problemas, especialmente para espolear el malestar entre los ciudadanos musulmanes de Rusia. Además, Estados Unidos se ha negado a pagar el alto precio que exige el Kremlin —recorte de la legislación del Congreso sobre derechos humanos, derogación de las restricciones de la época de la guerra fría al comercio entre Rusia y Estados Unidos, y abandono de los planes de defensa con misiles balísticos en Europa— a cambio del apoyo de Rusia en Irán (o, si viene al caso, a cambio de dicho apoyo en cualquier otro lugar de conflicto, como por ejemplo Siria).
El problema de Estados Unidos a la hora de recabar el respaldo de aliados clave en su cruzada anti-Irán es que algunos de ellos viven en zonas donde Teherán es un factor importante. India es un ejemplo emblemático. Por supuesto que India está alarmada por la posibilidad de que Irán desarrolle armas nucleares, por no hablar de su preocupación por los efectos del fundamentalismo islamista entre los musulmanes de Cachemira. Pero los 14.000 millones de dólares en comercio bilateral anual, y la dependencia del petróleo iraní —muchas de las refinerías indias se han construido para funcionar únicamente con crudo iraní— son consideraciones estratégicas fundamentales.
Además, India necesita a Irán como un canal alternativo de comercio y transporte de energía hacia Asia Central, evitando así pasar por su rival Pakistán, y también como garantía de protección ante un futuro incierto en Afganistán, después de la retirada de Estados Unidos en 2014. Como resultado de todo ello, la política de India es idéntica a la de China: se ha alineado con las sanciones internacionales obligatorias, pero ha renunciado a las restricciones financieras voluntarias impuestas por Occidente. Lo mejor que se puede esperar es que India continúe actuando al margen, por ejemplo, reduciendo su dependencia del petróleo iraní mientras aumenta las importaciones procedentes de Arabia Saudí, que ya es su mayor proveedor de crudo.
La naturaleza equívoca de las alianzas de Irán puede ser, sin embargo, un arma de doble filo. Es cierto que un régimen de sanciones duras aún podría ganar nuevos adeptos, pero un Irán contra las cuerdas probablemente se obstinaría aún más en sus planes nucleares. Después de todo, Irak fue un blanco fácil en la primera guerra del Golfo precisamente porque había abandonado su programa nuclear y no poseía armas de destrucción masiva. Del mismo modo, el libio Muamar Gadafi se expuso a un ataque de la OTAN por renunciar a sus armas de destrucción masiva.
Por el contrario, Corea del Norte muestra que una actitud desafiante, en vez de una complaciente, es una estrategia que funciona. Esa es la razón por la que Siria, con la ayuda norcoreana, trató de desarrollar un programa nuclear (presumiblemente destruido en 2007 en la Operación Huerto, que Israel nunca ha reconocido oficialmente). Irán nunca renunciará a su póliza de seguro nuclear a menos que se acuerde una amplia agenda que aborde las preocupaciones que tiene Irán en su calidad de potencia regional y garantice la inmunidad de su régimen islamista frente a las acciones estadounidenses.
La definición que hizo Albert Einstein de la locura —“hacer la misma cosa una y otra vez y esperar resultados diferentes”— podría aplicarse a la estrategia de Estados Unidos con Irán. La diplomacia de las sanciones, el ostracismo y la política de riesgos calculados han fracasado estrepitosamente. Dado que Irán continúa con el enriquecimiento de uranio y con otras actividades para desarrollar armamento, Estados Unidos tiene que romper con las viejas reglas de enfrentamiento.
*Shlomo Ben Ami, exministro israelí de Asuntos Exteriores y actual vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz, es el autor de Cicatrices de guerra, heridas de paz. La tragedia árabe-israelí.
Fuente:elpais.com
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