Saber dar, saber pedir

PROYECTO HORIZONTE EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

¿Has visto a tu hijo llorar de impotencia porque no sabe perder, o, peor aún, sin deseos de competir o de participar?

¿Te sorprende verlo con falta de interés y de respeto por el tiempo, los recursos y la dignidad de los demás?

¿Te preocupa que haya adoptado la ley del mínimo esfuerzo como actitud ante la vida?

Nosotros, los padres, sentimos que debemos dar todo a nuestros hijos porque no sabemos lo que les depara el futuro (“¡Por lo menos que tenga una juventud feliz!”). Sin embargo, ¿no será que con nuestra actitud estarán pagando caro su futuro éxito? ¿Qué tal si al tratar de darles lo mejor no estamos haciendo bien nuestro papel de educadores?

Educar: Criar hijos autosuficientes, responsables, respetuosos de la sociedad y de la autoridad, capaces de defender sus derechos. Conscientes de su realidad y capaces de cambiarla con recursos propios. Con posibilidad de tomar decisiones difíciles en condiciones adversas, sin afectar su dignidad e integridad.

Algo sabemos: todo lo que realmente deseamos se logra con mucho trabajo y mucho estudio. La ley del menor esfuerzo sólo conduce a la mediocridad. Además, hay que tener paciencia para lograr resultados. Hay que dejar la apatía y forjar planes para el futuro.

Muchos padres no exigen nada a sus hijos, ni siquiera limpieza y orden en sus cuartos o una costumbre de ahorro. Los jóvenes demandan lo que quieren, sin necesidad de luchar por ello. Chantajean a sus padres, quienes les entregan dinero en sustitución del tiempo que tienen que ocupar -a veces- para trabajar más. Se transforman en cajeros automáticos, incluso, incapaces de compartir sus emociones. Son “amigos de sus hijos”, amigos que solamente tienen obligaciones y que acuden a “salvarlos”, ahorrándoles el esfuerzo de resolver problemas.

Los hijos, a su vez, adquieren una niñez y juventud doradas, es cierto. Pero también tienen una intolerancia a la frustración, lo que significa que, en el transcurso de sus vidas, los obstáculos, en vez de hacerlos fuertes, los harán sentirse derrotados y desamparados por no saber definir lo que quieren y enfrentar los retos. No respetan las figuras de autoridad ni las reglas, porque la lasitud y debilidad caracterizó su educación; lasitud que también se aplica a su palabra, la cual no cumplen. El tiempo es también para ellos una noción carente de importancia y lleva a la impuntualidad y al ausentismo.

Educar a los hijos es nuestro deber. Lo demás dependerá de sus circunstancias y de la suerte.

Al pedirles más a los hijos, de hecho, les damos más.

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