ANDRÉS ROEMER
A usted que nunca ha visto a un humano, le voy a dar una información esencial y necesaria para que su primer contacto, aunque será sorpresivo, no resulte un choque alarmante.
Los humanos, como se hacen llamar a sí mismos, son una especie de animales que ellos creen especial y por lo tanto muy diferente a todos los demás. Se dicen animales racionales, aunque en realidad no entienden muy bien qué significa ser racional ni de dónde viene dicha racionalidad. No se sabe si es el cerebro, la tan famosa “alma”, nuestro físico lampiño lo que nos distingue.
En general, los humanos creen que “la” gran distinción entre ellos y los animales es la capacidad de lenguaje. Los humanos son los únicos seres que se pueden comunicar con un lenguaje propiamente dicho (esto es, como el de los humanos). Ellos tienen sonidos e interpretaciones convencionales y particulares para cada sonido, y de algunos años para acá incluso han descubierto mecanismos para expresar ese lenguaje físicamente. Ahora saben escribir, contar y documentar.
Poco a poco los humanos se extendieron por el mundo, migraron y comerciaron, y así se desarrollaron diferentemente. Desarrollaron diferentes culturas en los diferentes ambientes en los que estaban inmersos. Así fue como desarrollaron diferentes lenguas, diferente arte, y a veces, diferentes comportamientos. Aún más, dentro de las culturas inventaron diferentes religiones, y son tantas y tan diversas que ni siquiera están de acuerdo en cuántos dioses existen ni cuál es verdadero. Casi todas tienen una serie de ritos de adoración y ofrenda que son diferentes y que tienen diferentes objetivos.
Además, en los últimos 500 años, los humanos han estado obsesionados con el progreso y la verdad. Tienen razones para creer que hay algo mejor y algo peor y que a través del tiempo debemos aspirar a eso que ellos llaman “algo mejor”. Una de las maneras por la que creen que progresan es por medio del descubrimiento de la verdad o algo cercano a ella, la cual se alcanza a través de la acumulación y generación de conocimiento. En los últimos años y como la religión fuera en otro tiempo, se ha creído que el descubrimiento y el conocimiento científicos ayudan a descubrir la tan ansiada verdad. Además, a este conocimiento se llega a través de la gran cualidad del humano: la razón.
Y hablando de razón, cuando encuentre a los humanos y se de cuenta que de pronto no actúan tan racionalmente, no se sorprenda, pues en realidad en la maquinaria de su comportamiento, apenas un engrane es la razón, mientras que el 99% es un saco lleno de emociones, y son de hecho éstas las que echan a andar la máquina a funcionar.
Los humanos difícilmente reciben críticas de otros, comúnmente enojándose cuando sucede. Aunque en verdad la mayoría disfruta de criticar, la mayoría no la puede tomar.
El humano se auto engaña todo el tiempo. Ellos piensan optimistamente en aquellos temas que prefiere y balancea siempre las probabilidades a su favor. Hasta en la ciencia, una expresión de la razón, hay lugar para el autoengaño.
Debaten más para ganar que para llegar a acuerdos. De ahí que a veces los debates más civilizados se acaloren y alguno de los contrincantes termine con lágrimas de ira. Muy probablemente le digan que el debate busca la verdad, aunque no es raro que se pierda este objetivo en el mar de emociones que domina a la razón durante algunas discusiones.
Les preocupa profundamente lo que piensan los demás de su propia persona, aunque pocos lo aceptarán. Es una preocupación compleja y multidimensional que va desde las marcas de ropa, hasta la comida, y desde la educación hasta el dinero. En algunas sociedades dos kilitos de más pueden traumatizar a una persona.
Quizá sea por esa razón que lo humanos se rodean de gente similar a ellos. Se dicen lo que piensan y se aplauden mutuamente de pensar igual, siendo que se juntaron porque pensaban similar desde un principio. Por si no fuera poco el pensamiento, algunos humanos trascienden las similitudes a sus características físicas o culturales, y se rodean de personas únicamente de su misma religión o de su misma raza.
Si quiere entender a las sociedades, espere un tiempo y verás que las palabras cambio y esperanza, significando casi la misma cosa son una constante en el tiempo a pesar de no suceder ni uno ni otro. Aunque quizá más sorprendente le resulte el hecho de que las poblaciones esperen a ser guiadas por la figura de un líder, ya no a caballo, pero armado con estas dos poderosas palabras.
Los humanos son monógamos pero promiscuos. Buscan muchas parejas, pero no dejar ir ninguna. Los celos son sentimientos incontrolables, que cuando están en pareja todos experimentan.
Tienen relaciones sexuales en privado sin que nadie los vea y se avergüenzan de sus cuerpos desnudos especialmente cuando están impresos en fotografías y se hacen públicos.
Desde que descubrieron que el dinero facilitaba transacciones y acumulaba riqueza, lo han utilizado como muestra de poder y estatus. Acumularlo se ha vuelto el móvil de muchas personas. El estatus que brinda el propio dinero y todo lo que puede comprar es codiciado por muchos, aunque no para todos el estatus significa lo mismo. Para unos es dinero, para otros es educación, para otros es familia.
En fin, a algunos les vuelve loco el dinero, a otros el sexo, a otros el poder. Estoy seguro de que encontrarás a estos seres por demás raros, complejos; más aún si aterrizas durante la del Copa Mundo viendo a personas volviéndose locas al ver a otras personas persiguiendo un balón y desbordando emoción cuando lo meten en un arco.
No se sorprenda y cuando los vea sólo ha de saber una cosa: son humanos.
Fuente: La Crónica
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