Para llegar a Birobidhzan desde Khabarovsk hay que tomar la N-68, una carretera que atraviesa la estepa siberiana de Oeste a Este, en paralelo al ferrocarril Transiberiano. El cielo se extiende por encima de nuestras cabezas como un tapiz azul, sin final. Las nubes proyectan sombras sobre el suelo llano y cada vez más árido, debido a la deforestación de los últimos años. El tren nos adelanta, a pesar de que Alexei conduce como un loco. Viajar por carretera por el lejano este implica tener subidones de adrenalina constantes, teniendo en cuenta que aquí todo el mundo maneja coches japoneses de segunda mano con el volante a la derecha, aunque se circule por el mismo lado que en España.
Aparcamos el Toyota frente a la estación de Birobidzhan, presidida por una escultura dorada de una menorá, el candelabro judío de siete brazos. La ciudad es una especie de parque temático en el que se mezclan la propaganda soviética y los símbolos judíos: desde bustos de Lenin y escudos con la hoz y el martillo hasta estrellas de David o figuras de violinistas hebreos.
Dos sinagogas
Cerca de 20.000 judíos llegaron a establecerse en Birobidzhan desde su fundación, en 1928. En la avenida Leninskaya aún se conservan dos sinagogas, restauradas con donaciones de comunidades hebreas en el extranjero, y lo que fue el antiguo teatro fundado en 1934 por los estudiantes del Teatro Estatal Judío de Moscú, de estilo Bauhaus. Actualmente la comunidad judía se reduce a un pequeño núcleo, la mayoría ancianos. A medida que se desmoronaba la URSS, la mayoría optó por abandonar esta región deprimida y aislada y emigrar a Estados Unidos o Israel.
Lidia Nicolaievka, la encargada del museo de historia, ha memorizado al detalle la vida y costumbres de la comunidad judía de Birobidzhan, a pesar de no pertenecer a ella. Lidia llegó a Birobidzhan en 1969 y desde entonces ha visto a muchos de sus amigos y vecinos emigrar a Israel. La exposición recuerda la voluntad de muchos judíos locales por convertirse en colonos soviéticos ejemplares. No obstante, se olvida de mencionar las purgas que sufrieron por parte del propio Stalin desde Moscú poco después de su fundación. Entre 1936 y 1937, numerosos miembros de la clase política judía y de los clubes de teatro y literatura yídishde Birobidzhan desparecieron en campos de trabajo forzado.
La ciudad volvió a recuperar cierta vitalidad poco después de la II Guerra Mundial, alojando a miles de judíos que emigraron al este. Birobidzhan llegó a convertirse en la única ciudad del mundo donde el yídish era un idioma vehicular y de producción cultural. Sin embargo, las nuevas purgas de Stalin no tardaron en llegar. Equiparando las actividades judías a conspiraciones criminales o nacionalistas, Moscú ordenó el cierre de revistas y la quema de libros y periódicos en yídish, el arresto de todos los escritores de la ciudad y la transformación del teatro hebreo en un club para las juventudes comunistas. Las escuelas en yídish fueron cerradas y transformadas en colegios rusos, se desmanteló el orfanato judío y los niños fueron enviados a otras regiones con los nombres cambiados. En 1959, la sinagoga original de Birobidzhan ardió en un incendio sospechoso.
Tras la emigración de miles de judíos a Israel en los noventa —Aeroflot llegó a establecer vuelos chárter a Tel Aviv—, la ciudad vive hoy ajena a su pasado y disfruta por primera vez de señales de prosperidad gracias al comercio con China. “La situación ha mejorado bastante, ahora los jóvenes tienen más posibilidades de encontrar empleo”, comenta Veronika, una cuarentona con el cabello teñido de rubio platino que espera el autobús en la avenida Leninskaya. En los últimos años, numerosas empresas chinas han invertido en la explotación de los recursos naturales de la región.
La vida de Birobdizhan gira en torno al mercado, un animado bazar al aire libre que en verano se impregna del aroma dulzón de las confituras y frutas del bosque recién recogidas de la dacha. Las vendedoras son campesinas de rostro curtido y mofletes sonrosados, muchas de ellas de origen chino o coreano, con el pelo cubierto con un pañuelo. Pavluska Zima, una anciana arrugada y de mirada cariñosa, se entretiene ordenando los montoncitos de patatas, zanahorias y cebollas que decoran su tenderete. También vende frascos de frambuesas y un combinado de orejones y ciruelas que sirve para preparar el kompott, una bebida rusa típica de verano. ¿Judíos en Birobdizhan? “Muy pocos, pero son muy buenos clientes”, asegura Pavluska.
Al atardecer, los jóvenes se reúnen para cenar en los chiringuitos del paseo junto al Bira. El más popular lo regenta una familia china de Harbin. Ofrecen platos típicos de su tierra, que aquí cuestan el doble. Pedimos jiaozi y un salteado de berenjenas con pimientos y patatas. Fuera, en la terraza, los adolescentes se emborrachan y bailan al ritmo del tecno ruso, indiferentes a los mosquitos.
Fuente: El País
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