ARNOLDO KRAUS
Quienes en la actualidad tengan 20 o menos años nacieron en la “era reciclar”. Aunque no soy experto en temas ecológicos a cualquier ciudadano le atañe el tema de la basura y el mundo de la parafernalia reciclable. Al igual que existe el término “nativos de Internet” para referirse a los jóvenes que nacieron en la “era Internet”, sería adecuado considerar el concepto “nativos de la era reciclar”. Así como deben ser pocos los jóvenes que cuestionen las caras negativas de Internet, no deben ser muchos los preocupados por el destino de los productos reciclables.
Reciclable no significa reciclar. Reciclar implica obligaciones éticas con la Tierra y compromiso de quienes utilizan o fabrican productos reciclables. Se recicla menos de lo que se dice. Son muchas las preguntas: ¿Cuántas de las miles y millones de toneladas que se generan anualmente de productos reciclables se reciclan? ¿Hay órganos gubernamentales y/o mundiales que conozcan las cifras exactas de productos etiquetados como reciclables que realmente se reciclen? ¿Hay sanciones económicas cuando la tasa, en caso de existir, de productos reciclables no sean reciclados? ¿Existe conciencia, sobre todo en países con disparidades económicas marcadas, como el nuestro, acerca de la obligación moral de la ciudadanía de reciclar?
Al caminar por las calles de nuestras ciudades, pasear por un parque, acercarse al lecho de un río, correr en algún bosque o jugar en la playa, es evidente que la idea, reciclable no significa reciclar, es correcta. En las ciudades los servicios de limpia son los encargados de recoger la basura de las calles, lo cual no necesariamente significa que el material reciclable siga el destino correcto y cumpla el logo “Elaborado con material reciclable”, y menos aún, con el ambicioso “Esta bolsa es oxibiodegrada en menos de cuatro años. El plástico común se degrada en 100”. En la naturaleza el problema es más complejo. Todo el material, desechable o biodegradable —término complejo y cuestionable—, produce daños incalculables. Un ejemplo cotidiano: aunque los expertos no se ponen de acuerdo, un pañal desechable se biodegrada en 20 o más años.
Infestado el ambiente citadino y la naturaleza por botellas de plástico cuyo contenido era agua o agua mineral —mexicana, francesa, italiana e incluso proveniente de las islas Fiji—, latas de cerveza, pañales importados —con excremento mexicano la mayoría de las veces—, corcholatas, bolsas de plástico y de papel, plumas desechables, vasos de polietileno, cubiertos de plástico, cuentas en papeles poco biogradables provenientes de super mercados o cafeterías, envoltorios plásticos con cinco mililitros de mostaza o salsa cátsup (casi nunca con chiles serranos) de las cadenas estadounidenses de hamburguesas, popotes de plástico envueltos en celofán —¿para qué sirven los popotes y para que su ridículo envoltorio?—, sobres individuales de azúcar o sacarosa y servilletas, es obvio que la mayor parte del material reciclable no sigue su destino. Invito al lector a incrementar el listado.
En un mundo de consumidores la idea de reciclar es necesaria. No porque el consumidor se detenga a pensar en la bolsa de tela que envuelve a los zapatos finos, en el papel lustre engalanado con la marca del almacén o de los zapatos, en la caja de cartón para los zapatos, en las cintas engomadas para cerrar la caja, en la cinta elegante y anudada para asegurar la caja, en la bolsa de plástico, de tela, o de papel para cubrir la caja, y en la madre bolsa de papel con asas de algún aditamento plástico o de mecate para transportar a su destino, libre de amenazas, un par de zapatos. Al desperdicio previo deben agregarse la cuenta y los incontables papeles de propaganda acompañados de figuras y letras de colores —¿reciclables?— dentro de la madre bolsa.
En la “era reciclar” todo, empezando por los consumidores, está calculado. Falta saber, para redondear las cifras, si quienes hacen los productos reciclables, por ejemplo, las bolsas de plástico para el supermercado, o los vasos para café y su anillo de cartón para impedir que se quemen las manos, son los mismos dueños de los supermercados y de las cafeterías. La respuesta es…
Reciclable no significa reciclar. La distancia entre uno y otro concepto se observa en las calles, en la naturaleza, en el (escaso) número de productos que portan el logo reciclado, y en las inmensas e incontables fábricas productoras de bolsas, botellas y latas de productos reciclables. Los responsables de poner coto al dispendio son los países, por medio de reglas que regulen el uso de esos productos y la sociedad, cuya obligación debería ser comprar menos envoltorios, botellas de plástico, etcétera. Confío más en la sociedad que en el Estado y en la posibilidad, aunque magra, de modificar la mentalidad de los consumidores. Atrapados en el binomio reciclable, consumidor, y con una población cada vez más numerosa, nacida en la “era reciclable”, es obligatorio modificar las políticas de reciclado para preservar el futuro de la casa-Tierra.
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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