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lunes 04 de noviembre de 2024

La Literatura Apocalíptica. Parte II

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Segunda parte: los textos clásicos de la Literatura Apocalíptica

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

En la nota anterior explicamos un poco sobre el ambiente en el que se generó la Literatura Apocalíptica, durante la época del Segundo Templo (siglos VI AEC a I EC). Antes de poder analizar datos que nos permitan reconstruir cómo se dio el proceso de gestación y consolidación de esta ideología y género literario, repasemos la situación que los especialistas enfrentaban hacia mediados del siglo XX: algunos libros apocalípticos por aquí y por allá, y muchas dudas.

Hasta antes del descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto, conocíamos varios libros Apocalípticos. Naturalmente, los mejor conocidos eran los que están en la Biblia Hebrea y en el Nuevo Testamento cristiano: Daniel y el Apocalipsis de Juan. Aparte, algunos otros fragmentos que, sin ser plenamente apocalípticos, están bastante emparentados con el estilo y la ideología. Por ejemplo, los capítulos 24-27 de Isaías, y a gusto de algunos especialistas, también los capítulos 33-35; algunos versículos de Ezequiel 2 y 3, además de los capítulos 37-39; los capítulos 12-14 de Zacarías, y el libro de Joel. En el Nuevo Testamento, el discurso apocalíptico de Jesús registrado en Mateo 24 y sus paralelos de Marcos 13 y Lucas 21, y los fragmentos que encontramos en I Tesalonicenses 4:13 al 5:11, y en II Tesalonicenses 2.

En realidad, es muy poco material Apocalíptico si tomamos en cuenta las dimensiones de la Biblia Hebrea y del Nuevo Testamento. Por eso, los otros libros que se conocían resultaban un gran enigma. Los más importantes son los siguientes:

a) Los libros de Enok (Janoj). Son varios los que se conocen con este título, aunque sólo el llamado I Enok puede ubicarse en la etapa de confección de la Apocalíptica clásica. Es muy probable que haya sido escrito hacia el siglo III AEC en su versión judía definitiva, y nos ofrece muchas secciones que nos ayudan a entender el estilo literario y la estructura ideológica del libro de Daniel. Pretendidamente, son las visiones que Enok recibió antes de ser “llevado al cielo”, aunque en realidad es una colección que integra siete libros diferentes: El Libro del Juicio, el Libro de los Vigilantes, el Libro de las Parábolas (también llamado El Mesías y el Reino), el Libro de las Luminarias, el Libro de los Sueños, el Apocalipsis de las Semanas, y concluye con diversos fragmentos que probablemente hayan sido parte de otro Libro, hoy perdido, al que algunos llaman El Libro de Noé. No se conoce la versión original de esta colección. Hasta antes de 1947, todas las versiones que se conocían eran de la versión definitiva cristiana, probablemente concluida en el siglo II.

b) El Libro de los Jubileos. Probablemente, tan antiguo como I Enok. Es una interesantísima reelaboración de todo el Génesis y los primeros capítulos de Éxodo, organizando los eventos allí narrados en períodos de 49 años (Jubileos, precisamente). El tema calendárico es esencial, y allí se habla de una estructura calendárica que no tiene semejanza con nada de lo que se sabía de la materia en el Judaísmo: un calendario exclusivamente solar y de 364 días, organizado en trimestres de 30, 30 y 31 días cada uno. Además, asume una postura muy radical según la cual no se debía tomar en cuenta a la luna para los cómputos calendáricos, idea sorprendente porque va en contra de instrucciones muy precisas que podemos encontrar en la Torá y otros libros de la Biblia Hebrea. Al igual que I Enok, sólo se le conocía en copias cristianas (con sus respectivos añadidos tardíos).

c) Los Testamentos de los Doce Patriarcas. Se elaboraron entre el siglo II y I AEC, seguramente en el medio Qumranita. Se supone que son las palabras que Yaacov dedicó a sus doce hijos antes de morir, y en ese sentido pretenden ser una expansión de Génesis 49:1-27. Igual que el resto de los libros Apocalípticos no bíblicos, sólo se conocía en versiones cristianas. Entre los Rollos del Mar Muerto se recuperaron fragmentos de los testamentos de Levi, Yehudá y Yosef.

d) Libro IV de Ezra (Esdras). Fue el texto Apocalíptico más difundido en el Cristianismo primitivo. Debió escribirse a finales del siglo I, ya que en sus reflexiones sobre el sufrimiento del pueblo de D-os, se trasluce el ambiente posterior a la derrota de Judea en la guerra contra Roma (años 66-70).

e) Libro Segundo de Baruj. Al igual que IV Ezra, es un texto tardío, elaborado después del año 75. También se enfoca en los sufrimientos de los judíos después de la derrota ante Roma.

Estos son apenas algunos ejemplos del complejo universo que es la Literatura Apocalíptica. Ahora bien: ¿qué es lo que tienen en común que hace que se llamen “apocalípticos”? Es obvio que el asunto no es el contenido profético, porque hay muchos libros proféticos que no son apocalípticos (de hecho, la mayoría de los que hay en la Biblia). Apocalipsis significa, en griego, “revelación”. La generalidad de estos libros apocalípticos judíos (y aquí hay que diferenciarlos de los apocalípticos cristianos) es que se presentan como la transcripción escrita de una revelación especial dada a un personaje célebre, generalmente por medio de un ángel (o varios).

Aquí es muy importante la idea del “personaje célebre”: toda la apocalíptica judía está atribuida a algún personaje bíblico, aunque dicha atribución es falaz. Es decir: Enok no escribió el Libro de Enok, ni Ezra escribió IV Ezra. Se trata de un recurso muy usado en la antigüedad -especialmente en la Apocalíptica- llamado pseudoepigrafía (y que tendremos que explicar más a detalle en una nota futura, porque no se trata de algo tan rudimentario como querer engañar al lector).

Dichas “revelaciones” tienen el mismo objetivo: explicar un nuevo sentido, más profundo o secreto, de algún pasaje del Texto Bíblico con lo cual se aclara el destino futuro de alguien en concreto (generalmente, del pueblo de Israel). Así, por ejemplo, Jubileos es una reinterpretación de Génesis y los primeros capítulos de Éxodo; los Testamentos de los Doce Patriarcas, de Génesis 49. No es un fenómeno exclusivo de la Apocalíptica extra bíblica: el capítulo 9 de Daniel es una reinterpretación de la profecía de Jeremías según la cual el exilio del pueblo judío habría de durar 70 años. Y sucede lo mismo en el Nuevo Testamento: los capítulos 13 al 15 son un reinterpretación de Daniel, y el capítulo 11 es una reinterpretación de Zacarías 3 y 4.

Todavía nos falta hablar de la Literatura Apocalíptica cristiana, pero eso merece una nota aparte, debido a que obedece a parámetros ideológicos y estilos literarios distintos. Pero, cuando analicemos en conjunto los textos apocalípticos bíblicos y extra bíblicos, hablaremos también del Apocalipsis de Juan, último libro del Nuevo Testamento, debido a una extraña peculiaridad: en realidad, está elaborado en un estilo literario más afín al de la Apocalíptica judía que al de la cristiana, si bien su teología es netamente cristiana. Justamente por eso, nos ayudará a explicar cómo fue el proceso mediante el cual se pasó de una apocalíptica a la otra.

Ahora regresemos con nuestro tema: ya vimos algunos ejemplos de lo complejo que fue el universo de la Literatura Apocalíptica, y ya vimos también que hasta 1947 conocíamos muy pocos textos de este tipo: uno en la Biblia Hebrea, uno en el Nuevo Testamento, y algunos más conservados en manuscritos cristianos, generalmente provenientes de iglesias orientales (especialmente de la Iglesia Copta, propia de Egipto y Etiopía).

Esta situación generó hasta la primera mitad del siglo XX dos grandes incógnitas entre los especialistas. La primera se podría resumir así: se sabía que la Apocalíptica era un género netamente judío, pero no se sabía qué tanta presencia había tenido en el Judaísmo antiguo. Más bien, parecía ser una ideología marginal, debido a que el Judaísmo posterior a la destrucción de Jerusalén (año 70), prácticamente no conservó nada de la Apocalíptica, salvo el libro de Daniel.

Entonces, la pregunta era simple: ¿qué tan importante había sido la apocalíptica para los judíos entre los siglos II AEC y I EC? Las pistas para contestar eran muy vagas. Por ejemplo, el Nuevo Testamento nos presenta a Jesús de Nazaret como un personaje sumamente relacionado con las ideas apocalípticas, al grado de que -como ya se mencionó- Mateo 24 y sus paralelos en Marcos y Lucas lo ponen dando un discurso netamente apocalíptico. Pero ¿estas ideas de Jesús eran comunes en el Judaísmo de su tiempo, o él suyo fue el caso de un disidente ideológico? Hipótesis a favor de una respuesta u otra hubo por decenas, pero el asunto seguía sin resolverse por una razón muy simple: salvo el libro de Daniel, todos los textos apocalípticos que se conocían habían sido conservados exclusivamente en los ambientes cristianos, no en los judíos. Resultaba claro, entonces, que el Judaísmo tuvo un rechazo hacia la Apocalíptica. El problema era datar ese rechazo: ¿fue sólo a partir del año 70, o vino desde antes?

La otra gran incógnita está íntimamente relacionada: gracias a las copias cristianas de los libros apocalípticos, siempre se pudo tener una visión clara de qué significaba la Apocalíptica para el Cristianismo. Pero ¿qué había significado para el Judaísmo? O planteando el asunto de otro modo: ¿acaso el Cristianismo reelaboró por completo las creencias apocalípticas, o se dio una continuidad en estas creencias desde el Judaísmo hasta el Cristianismo?

El panorama vino a cambiar radicalmente con el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto, desenterrados entre 1947 y 1956 en once cuevas aledañas a las ruinas de Qumrán. Allí se recuperaron alrededor de 900 documentos diferentes, de los cuales unos 250 son copias de textos bíblicos, mientras que la mayoría de los otros 650 son libros totalmente desconocidos en ese momento.

Lo sorprendente fue que se empezaron a recuperar copias de los textos apocalípticos que, hasta entonces, sólo se conservaban en copias cristianas. Es decir: por primera vez se iban a estudiar textos apocalípticos judíos desde copias judías, y esto -sin duda- fue un gran estímulo para los investigadores, pese a que la mayoría se recuperó en estado fragmentario.

Y hubo más: pronto se empezaron a recuperar copias de otros textos apocalípticos que no se conocían, como el Rollo de la Guerra, un impresionante texto en donde se expone todo un plan de batalla para enfrentar la “guerra del Fin de los Tiempos”, misma que se dividiría en dos etapas: una inicial de “siete tiempos” (¿siete años?), y luego otra de “treinta y tres tiempos”.

El asunto no terminó allí: conforme se fueron traduciendo todo tipo de documentos (desde los apocalípticos hasta los meramente administrativos o legales), se pudo llegar a la conclusión de que los autores de estos textos habían sido, literalmente, una secta apocalíptica. Es decir: que cada una de sus creencias y prácticas religiosas estuvieron inmersas en una profunda convicción apocalíptica, según la cual el Fin de los Tiempos era inminente, y D-os ya había revelado los acontecimientos que tenían que suceder como preludio a la última guerra entre “los hijos de la Luz” y “los hijos de las Tinieblas”.

Poco a poco -fue una labor de casi medio siglo- la traducción de estos fascinantes textos permitió a los especialistas reconstruir gran parte de las creencias y hábitos de esta secta que se hacía llamar la “Nueva Alianza”, “el Verdadero Israel” o “los Pobres”.

No fue una labor sencilla. Muchos de los documentos están sumamente deteriorados, y en algunos casos se reducen a pequeños fragmentos que nos ofrecen apenas dos o tres palabras. Naturalmente, en el proceso se fueron generando todo tipo de teorías inverosímiles, generalmente estimuladas por el hecho de que, sin duda, estos textos datados entre los siglos II AEC y I EC podían traer sorprendentes revelaciones sobre el origen del Cristianismo. Muchos pseudo-especialistas no pudieron resistir la tentación, y empezaron a proponer hipótesis en las que el Nuevo Testamento o los relatos sobre Jesús de Nazaret resultaban un burdo plagio de la historia del fundador del movimiento Qumranita, o se dedicaron a hablar de conspiraciones dirigidas desde el Vaticano para esconder los Rollos más “peligrosos”.

Al final de cuentas, resulta que nada de eso es verdad. La realidad es, como de costumbre, más compleja y fascinante que las rudimentarias teorías de la conspiración. En este punto, lo que más llamó la atención es que ninguno de los Rollos del Mar Muerto habla de Jesús o de sus seguidores. Si acaso nos han aportado mucha información sobre el origen del Cristianismo, sólo es porque nos han permitido reconstruir mejor el universo del Judaísmo del siglo I, justamente porque nos aportaron la pieza del rompecabezas que nos faltaba: cómo fue, cómo se hizo y cómo se entendió la Literatura Apocalíptica en esos años convulsos.

Entonces, la secta de Qumrán y sus libros -los Rollos del Mar Muerto- vienen a ser la bisagra que nos conecta con la Apocalíptica antigua, esa de la que no nos queda prácticamente nada. Sin embargo, conjuntando lo que sabemos de historia del Judaísmo en las etapas persa (siglos VI-IV AEC) y griega (siglos III-II AEC), con lo que sabemos de la Apocalíptica clásica (siglos III AEC a I EC), y lo que aportaron los Rollos del Mar Muerto sobre las creencias y prácticas de los Qumranitas (que vivieron entre los años 150 AEC y 73 EC), podemos reconstruir los rasgos generales del panorama, especialmente cómo fue el proceso de evolución del Profetismo radical del que hablamos en la nota anterior.

En la próxima nota comenzaremos por reconstruir el origen de la secta Qumranita, para después reconstruir la evolución de la Literatura Apocalíptica desde sus más antiguos orígenes.

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