Con la cínica frase: “Arbeit macht frei'” (el trabajo hace libre) forjada en su puerta, el 22 de marzo de 1933 entra en funcionamiento el primer campo de concentración nazi. Durante doce años alrededor de 200.000 prisioneros pasaron por sus instalaciones, más de 32.000 murieron o fueron asesinados.
El primer campo de concentración nazi fue inaugurado el 22 de marzo de 1933, menos de dos meses después de que Adolf Hitler se convirtiera en canciller. Se construyó en lo que había sido una fábrica de municiones durante la Primera Guerra Mundial, en las afueras de la ciudad de Dachau, 16 kilómetros al norte de Munich.
Dachau se convirtió en el prototipo de los campos de concentración nazis y centro de formación para los miembros de la SS que controlarían el resto de campos de exterminio. Su primer comandante, Theodor Eicke, creó la estructura organizativa y diseño las sádicas reglas de funcionamiento. Cuando fue nombrado inspector general de todos los campos, el sistema de Dachau se generalizó.
El campo, tras sucesivas ampliaciones que finalizaron en 1938, contaba con 32 barracones, uno de los cuales se empleaba para llevar a cabo los crueles experimentos médicos, en los que perdieron la vida cientos de prisioneros. A partir de 1941 también contó con dos crematorios y una cámara de gas, que no fue utilizada.
Al menos 160.000 prisioneros pasaron por el campo principal, y 90.000 a través de otros centros en territorio alemán que dependían de Dachau. Los registros oficiales, incompletos, indican que 31.951 reclusos fallecieron o murieron asesinados, pero los investigadores creen que la cifra real se aproxima a los 40.000. La mayoría murió de enfermedades –miles de ellos, de tifus- desnutrición, malos tratos y ejecuciones, pero muchísimos más fueron reenviados a los campos de exterminio en Polonia.
Pocos días antes de su inauguración, el jefe de policía de Munich, Heinrich Himmler, anunciaba: “En Dachau se internará a todos los comunistas, y de ser necesario, a los socialdemócratas que representan un peligro para el estado”. Se quedó corto. Los primeros reclusos fueron socialdemócratas y comunistas, pero sin tardanza fueron internados otros presos políticos e incluso miembros de las Tropas de Asalto tras la noche de los cuchillos largos, en 1934. Con el tiempo sus barracones acogieron a otros colectivos que los nazis consideraban indeseables como gitanos, homosexuales, testigos de Jehová o sacerdotes católicos contrarios al nacionalsocialismo –muchos de ellos, polacos-. Aunque no fue el campo que albergó al mayor número de españoles -ese dudoso privilegio lo tuvo Mauthausen-, también hubo españoles en Dachau. Sólo 260 consiguieron sobrevivir.
Los primeros prisioneros judíos fueron llevados a Dachau en 1935, pero fue después de la noche de los cristales rotos, en noviembre de 1938, cuando los nazis enviaron a más de 11.000 judíos. Para muchos de ellos su estancia en el campo bávaro sería corta, pues un destino trágico les esperaba en otros campos de exterminio. Durante la retirada alemana del invierno de 1944-45, Dachau recibió de nuevo a judíos evacuados forzosamente de los campos polacos amenazados por el avance de los soviéticos.
Si Dachau no fue un campo de exterminio como Auschwitz si fue el primer campo en el que médicos y científicos alemanes utilizaron reclusos como conejillos de indias. Experimentaron como afectaban a los seres humanos los cambios bruscos de la presión atmosférica, la inmersión y la congelación en aguas frías o las secuelas de beber agua de mar. También infectaron a prisioneros con la malaria y otras enfermedades para probar diversos fármacos.
Cuando el 29 de abril de 1945, pocos días antes de que Alemania firmara la capitulación, el campo fue liberado por la 42 División de Infantería del ejército estadounidense, se encontraron alrededor de 7.400 cadáveres –la mayoría de los cuales nunca fueron identificados- y cerca de 32.000 reclusos hacinados en un lugar que tenía capacidad para 6.800 internos.
Después de la guerra, en paralelo a los juicios de Nuremberg, una cuarentena de científicos y médicos de Dachau fueron juzgados por crímenes de guerra. Más de una treintena fueron condenados a pena de muerte, entre ellos el doctor Klaus Karl Schilling, tristemente famoso por utilizar seres humanos en sus experimentos sobre el paludismo.
El periodista Carlos Sentís, colaborador de La Vanguardia durante 70 años, envió en los primeros días de mayo de 1945, desde Londres, una crónica, con el título: “Los horrores del campo de concentración de Dachau”, donde relataba su visita, acompañado de una decena de periodistas, al campo de exterminio alemán recién liberado por las fuerzas estadounidenses. El histórico texto de Sentís es también el hilo conductor de una serie de tres artículos de Plàcid Garcia-Planas, cuya mirada personal de los acontecimientos le sitúan en línea con los mejores corresponsales de guerra que han escrito en nuestras páginas.
Fuente: La Vanguardia
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