¿Misión imposible?

ISABEL TURRENT

Ninguna gira internacional de un presidente norteamericano tiene un solo objetivo. Mucho menos si se trata de un viaje a Israel: el aliado más firme de Washington en el Medio Oriente desde la década de los sesenta; envuelto en un conflicto con los palestinos que ha costado muy caro a Estados Unidos; y gobernado ahora por una coalición de ultraderecha, encabezada por un primer ministro que hizo campaña activa en contra del presidente Obama desde 2008.

Los objetivos de Barack Obama van del ámbito doméstico a los rincones más recónditos del planeta. Obama hizo bien en subrayar la alianza “eterna” de Estados Unidos con Israel, porque necesita afianzar el apoyo del electorado judío, tradicionalmente demócrata, para su partido, y convencer a la opinión pública en Israel de que la imagen de un presidente estadounidense poco comprometido con su país es falsa. Requiere, además, del apoyo de una buena parte de los israelíes para echar a andar nuevas negociaciones de paz con los palestinos, y la cooperación israelí -y reparar la relación entre Israel y Turquía, otro aliado cercano de Washington en la región- para confrontar la violencia y anarquía en Siria, al voluble gobierno egipcio, y presentar un frente sólido frente a Teherán que detenga el programa nuclear iraní.

Ese fue su primer logro tangible. En el último día de la estancia de Obama en Israel, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, llamó a su contraparte turca y pidió a Turquía una disculpa formal que le debía desde 2010, cuando soldados israelíes atacaron un barco turco que pretendía romper el bloqueo sobre la Franja de Gaza, matando a nueve civiles. Israel pagará compensación y ambos países intercambiarán embajadores de nuevo.

El segundo fue el largo discurso que dio en Jerusalén frente a miles de jóvenes. Más allá de los gestos amistosos entre Netanyahu y Obama, las palabras del Presidente fueron una crítica velada pero clara a la política palestina del primer ministro. Netanyahu se ha escudado por años en el mantra falso de que no tiene un aliado palestino para negociar, ha congelado el proceso de paz y, peor aún, ha promovido la expansión de poblaciones en lo que debería ser el territorio de un futuro Estado palestino.

El acelerado crecimiento del número de pobladores israelíes en el Margen Occidental, no es un problema más entre los intratables desacuerdos de palestinos e israelíes. Estas poblaciones se han convertido en el obstáculo principal y cada vez más definitivo para que se consolide el viejo plan que desplegó Obama de nuevo en estos días: la creación de dos Estados como solución al conflicto palestino-israelí.

La visita del presidente a Ramallah, la capital palestina de facto en el Margen Occidental, y su entrevista con su contraparte Mahmoud Abbas, estuvieron acompañadas de protestas. Obama dejó caras largas a su paso. No es para menos. Aunque afirmó sin reservas que “así como los israelíes construyeron su hogar en su tierra, los palestinos tienen el derecho a establecer una nación propia en la suya”, y usó la palabra “ocupación”, vedada entre la ultraderecha israelí, Obama se negó a pedir el congelamiento de la construcción de nuevas poblaciones en el Margen Occidental como condición para la reanudación de negociaciones.

El avance de estos enclaves ha modificado a tal grado la realidad geopolítica que ha provocado un cambio de paradigma impensable hace apenas unos años. Pensadores y activistas palestinos como Sari Nusseibeh han coincidido, paradójicamente, con los pobladores y sus abogados. Dada la realidad en el terreno, el único futuro posible a corto plazo parece ser, en efecto, un solo Estado binacional.

Con una diferencia de enfoque fundamental: los palestinos que se han resignado por el momento a la existencia de un solo Estado demandan ser incorporados al “Gran Israel”, que incluiría el Margen Occidental, con todos los derechos de los ciudadanos israelíes. La ultraderecha israelí en el poder quiere mantenerlos como ciudadanos de segunda, sin derecho a votar y ser votados, y consolidar un régimen de ocupación represiva sobre el territorio palestino. Una política que es un peligro existencial para la supervivencia de Israel como un Estado democrático.

Probablemente Obama tenga razón y todavía sea “posible” el surgimiento de un Estado palestino junto a Israel. Pero la ventana de oportunidad es cada vez más pequeña. De acuerdo con el periódico Ha’aretz, en la nueva coalición de Netanyahu, los ministerios directamente relacionados con la expansión de las poblaciones -el de Defensa y el de vivienda y construcción- quedaron en manos de los que apoyan la multiplicación de los pobladores hasta alcanzar el millón. El número mágico que impediría definitivamente el establecimiento de un Estado palestino. Los muchos israelíes que desean la negociación y la paz han perdido peso político poniendo en las manos de Estados Unidos una responsabilidad creciente. Obama tiene una ardua tarea por delante.

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