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viernes 01 de noviembre de 2024

De Lenin a Chávez

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JACOBO ZABLUDOVSKY

El 21 de enero de 1924 muere Lenin sin saber que seis de los 11 miembros del Politburó ya habían decidido el destino de su cadáver.

Stalin, Trotsky, Bukharin, Kamenev, Kalinin y Raykov, alrededor de la cama de la agonía votaron entre incinerarlo o embalsamarlo. Decidieron, por un voto a favor y cinco en contra, embalsamarlo. El voto por embalsamarlo fue de Stalin. Tres lustros después Lenin disfrutaba la compañía de los cinco disidentes en el otro mundo. La dictadura del proletariado empezaba a dar sus frutos.

El 29 de enero la viuda de Lenin, Nadezhda Krupskaya, publica en Pravda una carta conmovedora: “Camaradas, obreros y campesinos, hombres y mujeres, tengo una importante petición que hacerles: no dejen que la tristeza se transforme en adoración por la personalidad de Vladimir Ilitch. No construyan edificios ni monumentos en su nombre. En vida él dio poca importancia a esas cosas; de hecho se oponía a ellas. Ustedes saben la pobreza y desorden que aflige a nuestro país. Si ustedes desean honrar su memoria construyan jardines de niños, asilos, casas, escuelas y hospitales. Mejor aún: vivan de acuerdo con sus enseñanzas”.

Nada cambió la voluntad de Stalin; comenzó el culto a Lenin y su cuerpo sería como el de esos santos incorruptos por los siglos de los siglos. El pequeño problema era sustituir la intervención divina por métodos más terrestres basados en la ciencia moderna. Se sabía qué, pero no se sabía cómo. ¿Qué? Conservar a Lenin dormido en la época de su madurez, no deforme, esquelético y deshidratado según la técnica egipcia. ¿Cómo? Ese era el problema, porque no había antecedentes. El 23 de enero, ante los organizadores del funeral, el señor Dzerzhinsky, jefe de la policía política planteó el asunto y al día siguiente Pravda afirmó que “atendiendo los deseos de los obreros” se conservaría para siempre el cadáver del prócer.

El domingo 27, Lenin fue llevado a su improvisado mausoleo en la Plaza Roja cuando mostraba los primeros signos de descomposición y se inició una carrera contra la naturaleza nombrándose una previsible comisión de tres bolcheviques: Molotov, Yekunidze y Krazin. Este último, ingeniero no se sabe en qué, propuso una solución: refrigerar. Al enterarse el doctor Vorobiov, director del departamento de anatomía de la Universidad de Kharkov, en Ucrania, dijo que eso era peor que imposible: una barbaridad. Se llamó también, urgentemente, al doctor Abrokosov, patólogo que practicó la autopsia a Lenin. Un profesor Saviliev, jefe del laboratorio del Ejército Rojo, recetó que el cuerpo se conservara en nitrógeno. Vorobiov no tenía duda de que el único procedimiento viable era sumergir el cadáver en una mezcla de glicerina y acetato de potasio. En eso llamaron al químico Boris Ilich Zbarsky, egresado de la Universidad de Ginebra. Muchos años después, su hijo, Ilya Zbarsky y Samuel Huytchinson, escribieron un libro: Lenin’s embalmers, fuente de este Bucareli y de otro hace años.

La historia real supera, como siempre, a la imaginación. Vorobiov y Zbarsky encabezaron el grupo de científicos encargados de embalsamar a Lenin y conservarlo con la apariencia de dormido, caso único hasta entonces. Los embalsamadores vivieron como reyes en Ucrania durante la guerra cuidando el cadáver a salvo de caer en poder de los nazis que rodeaban Moscú. Zbarsky fue víctima de las purgas de Stalin, quien, embalsamado según receta de su víctima, reposó temporalmente al lado de Lenin. El tratamiento permanente a Lenin obligó a construir un laboratorio bajo los adoquines de la plaza Roja, donde el cadáver es movido cada mes y medio en elevador. Los especialistas ampliaron los servicios de su clínica, solicitados por gobiernos comunistas para perpetuar los despojos mundanos de sus redentores y sentir, gracias a esa presencia, que no serán huérfanos mientras una momia los proteja.

Al desaparecer la URSS, Rusia decidió conservar a Lenin en su mausoleo y a los técnicos en su taller subterráneo, siempre que se rascaran con sus propias uñas. Surgió entonces una compañía capitalista llamada Ritual Services, con enorme éxito económico gracias a la demanda entre mafiosos rusos y otros nuevos ricos menos violentos que desean honrar a sus muertos, maquillados los agujeros antiestéticos alrededor del ombligo.

Esa compañía fue contactada la semana pasada (“se consultó a expertos rusos”, dicen los cables) pero habían transcurrido más de 10 días sin tratamiento. “Maduro reconoce que el cuerpo de Chávez no podrá ser embalsamado. El presidente encargado asegura que el proceso tendría que haberse iniciado mucho antes”, destacan los encabezados.

Hugo Chávez será incinerado, pero su recuerdo, etc.

Así es la vida.

Y la muerte.

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