JULIÁN SCHVINDLERMAN
De esto se trató principalmente el tour 1º de Barack Obama por Israel, Jordania y Palestina: poner un smile político sobre la relación con Israel, reasegurar a la monarquía Hashemita y decirles a los palestinos que no están olvidados.
Esta ha sido su primera visita al Estado judío como presidente. Obama tomó nota de las críticas efectuadas sobre el hecho de que en su previo mandato había viajado a varias naciones árabes y musulmanas pero nunca a Israel, un aliado histórico, lo que, sumado a la frialdad exhibida hacia el premier Benjamín Netanyahu, resultó en que el mensaje equivocado estaba siendo enviado a un Medio Oriente transformado por las revueltas árabes y otros desarrollos. De ahí que sus discursos y gestos personales hayan estado cargados de simbolismo y cordialidad.
Ni bien aterrizó en Tel-Aviv, el presidente reafirmó solemnemente “los lazos indisolubles entre nuestras naciones” y “el compromiso inquebrantable de Estados Unidos con la seguridad de Israel”. En una cita dedicada a corregir una pasada afirmación suya, hecha en El Cairo en el 2009, en la cual sugirió que el Estado de Israel fue creado en respuesta al Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, recalcó que “hace más de tres mil años, el pueblo judío vivió aquí, tendió la tierra aquí, oró a su Dios aquí”, palabras que subrayan el vínculo milenario del pueblo judío con la Tierra de Israel y refutan la narrativa extremista que niega esa realidad.
Al visitar la tumba de Theodor Herzl, el padre del sionismo político, Obama pareció refutar sutilmente al Primer Ministro turco Recep Tayyip Erdogan, quién a fines de febrero dijo a una audiencia en Viena que “al igual que el sionismo, el antisemitismo y el fascismo, la islamofobia debe ser considerada como un crimen contra la humanidad”. Erdogan fue condenado por el gobierno de los Estados Unidos por ello, sin embargo, unas semanas más tarde elevó la apuesta: “Yo mantengo mis comentarios hechos en Viena”. Hoy él fue recompensado: a instancias de Obama, Netanyahu telefoneó a su par turco y se disculpó por la actuación israelí durante el incidente del buque turco Mavi Marmara; una disculpa que absurdamente Ankara venía reclamando luego de haber creado ese problema en primer lugar. La recompostura de las relaciones entre dos aliados cruciales de Washington será celebrada como uno de los logros más importantes del viaje de Obama.
Algo sumamente saludable de esta gira ha sido la impresión dejada por Obama de que el conflicto palestino-israelí, con todo lo importante que es, no constituye el máximo problema regional, como durante décadas la diplomacia palestina exitosamente ha postulado. La masacre de setenta mil ciudadanos en Siria, el ascenso de la Hermandad Musulmana al poder en Egipto, el progreso en la senda nuclear del régimen teocrático de Irán, la inestabilidad política en el Líbano y la caída de gobernantes en Túnez, Argelia y Libia son acontecimientos políticos enormes completamente desvinculados de las vicisitudes del proceso de paz entre Ramallah y Jerusalén.
Obama no pronunció esta verdad abiertamente pues la corrección política todavía es Reina en la diplomacia. Y de hecho aseguró que “la paz es posible”. Pero sus expresiones a favor de un renovado proceso de paz no fueron el centro de su gestión y estuvieron, en cualquier caso, acompañadas por otras manifestaciones relativas al comportamiento de Irán y preocupaciones sobre Siria, Hezbollah y otras cuestiones. Las andanadas usuales de Mahmoud Abbas contra “la violencia, la ocupación, los asentamientos, los arrestos, el asedio y la negación de los derechos de los refugiados” mostraron a un liderazgo palestino anclado en la queja y el reclamo y muy, muy alejado del espíritu de componenda necesario para que las negociaciones sean reanudadas. Las protestas callejeras en contra de Obama en Cisjordania y los cohetes lanzados desde Gaza en vísperas de su visita agregaron lo suyo al clima de enemistad imperante.
Pero las palabras son una cosa y los hechos son otra. El esfuerzo de Obama en resetear las relaciones con Israel es encomiable y a la vez es testimonio de cuan deteriorado estaba el vínculo Washington-Jerusalem. Obama ha designado como Secretario de Defensa a Chuck Hagel, un hombre con un historial de hostilidad hacia Israel y apaciguamiento hacia sus enemigos, y como Secretario de Estado a John Kerry, no cortado precisamente del palo de una Condoleezza Rice. Las diferencias entre las partes en torno a cómo evitar que Irán sea una potencia nuclear permanecen, así como también las diferentes lecturas acerca de la situación en Siria y el riesgo cierto de que armas químicas caigan en poder de Hezbollah.
La dinámica de la relación y las acciones futuras de Washington probarán si este tour de la armonía sentó las bases de una nueva gestión mesooriental, o si fue un maravilloso preludio hacia la más inconsecuente normalidad.
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