Al llegar la semana a su fin, la capitán Sarah Schechter, el capellán judío del Ala 11 de la Base Andrews en conjunto, Maryland, invita periódicamente a la comunidad de la base para reunirse con su familia en una cena tradicional judía de Shabat, como una forma, no solo de compartir su cultura, sino también de ofrecer un espacio de encuentro comunal.
Su propósito es romper barreras, abrir puertas y ayudar a los judíos a entender su fe. También es su trabajo.
Después de 40 años de lograr que las mujeres sirvan como capellanes militares, Schechter es la primera, y hasta la fecha la única mujer en servir como rabino en la Fuerza Aérea.
“Francamente, yo podría hacer la centésima parte de mi trabajo”, dijo. “No me importa porque estoy haciendo mi mejor esfuerzo como cualquier otra persona. No sé si me veo como pionera. Soy un oficial, soy un rabino, y quiero lo mejor de mí para representar a las fuerzas armadas y al judaísmo en la mejor luz posible. Estoy agradecida a las mujeres de la capellanía que me han precedido, porque realmente estoy parada en los hombros de gigantes “.
Al crecer en Greenwich Village, Nueva York,la familia Schechter siempre fue profundamente enraizada en la fe judía y su cultura. Sin embargo, a pesar de que su padre era un rabino, ella nunca soñó con ser un “maestro de la Torá”, hasta que su madre le sugirió dicha posibilidad en 1999.
Hoy en día, las mujeres son aceptados como rabinas en varias denominaciones, excepto en el judaísmo ortodoxo, y su número va en aumento. Pero pocos se alistan en el ejército. La decisión de Schechter de unirse al ejército, sin embargo, fue fácil de tomar, dijo, cuando durante el cuarto año de la escuela rabínica, su mundo cambió dramáticamente.
“Me uní a los militares a raíz del 11 de septiembre”, dijo. “Segundos después del ataque a nuestro país, el ejército de pronto dejó de ser una cultura definida. Yo estaba vagamente familiarizada con su misión, la cual se volvió absolutamente clara: Protección de nuestro país, protección a nuestros seres queridos, protección a nuestras vidas”
Schechter no podía permanecer al margen. El sentido del deber como residente de Nueva York, y más importante, como norteamericana, no la dejaba descansar.
“Sentí un gran sentido de compasión hacia nuestros miembros del servicio castrense – aunque no conocía a ninguno”, dijo. “Sabía que llevaban una pesada carga sobre sus hombros, y yo quería, como judía y como futuro rabino, estar hombro con hombro con ellos. Al día siguiente, 12 de septiembre, fui reclutada y el resto es historia”.
Fuente: Military.com
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