Éstas son las palabras pronunciadas por Leonardo Hirsch al inicio del Seder de Pésaj, lunes 25 de marzo 2013, México D.F.
…Sentémonos pues a esta mesa, somos muchos esta noche, somos los que están y los que ya se fueron, somos los padres y los hijos y somos también nuestros antepasados. Somos un pueblo entero en torno a esta mesa, aquí estamos para celebrar, aquí estamos para dar testimonio.
A partir de la narración contada por los mayores al resto de los presentes, los judíos reconocemos un pasado común y nos identificamos con él, pero este relato no es un monólogo que una generación descubre a otra, en esta historia nos hacemos preguntas, nos cuestionamos, nos quedan dudas y año tras año nos re preguntamos, y de este modo vamos construyendo la tradición. Así la tradición adquiere su genuino valor, el de la traducción. Traducir de una cultura a otra, de una generación a otra, de un hombre a otro los valores universales.
La fiesta de Pesaj es una reunión familiar, distinta al resto de las festividades judías, en ellas se recuerda la liberación del pueblo judío de la esclavitud, luchando permanentemente desde entonces por la libertad a la que tenemos derechos como seres humanos.
Hoy nos reencontramos una vez más para recordar el pasado, para saber y entender el presente. El reunirnos en esta cena familiar para recordar que hoy comienza la Pascua Judía (Pesaj), de que en una época nuestro pueblo fue esclavo, y cuál fue el costo para poder librarse de la esclavitud y poder vivir en libertad, es el mensaje que debemos llevar y transmitir a las futuras generaciones, que no existe bien más preciado que la libertad, eso se transmite teniendo memoria.
Un famoso escritor, Eliahu Toker, escribió un pensamiento que me parece importante recordar: “Somos parte de un pueblo inquieto, en movimiento, dispersos entre las fronteras de cinco continentes desde hace muchos siglos, como tanto pueblo evaporado cuando perdió la memoria colectiva, pero extrañamente por encima de montañas y océanos, en dos milenios de exilio siempre hubo judíos que mantuvieron despiertas sus raíces y no entregaron sus entrañas al olvido”.
Antes de proseguir quiero explicar qué es la MATZÁ: cuando los judíos salieron de Egipto hacia su libertad, lo hicieron muy apresuradamente y sólo llevaron consigo harina y agua, haciendo una masa que tostaron al sol, sin ninguna levadura. Este es el pan de la pobreza que nuestros antepasados comieron en su éxodo de Egipto.
Quien tenga hambre, y son muchos los hambrientos en este mundo en que vivimos, que venga y coma. Quien esté necesitado, y son muchos los que sufren necesidad, que venga a celebrar con nosotros.
Es el legado ético de nuestro pueblo, es el mensaje contenido en este alimento sencillo, en este pan ázimo que los sustentó no sólo en el desierto sino a lo largo de generaciones.
El desierto que tenemos que atravesar hoy no es una extensión de arena estéril, calcinada por el sol implacable, es el desierto de la desconfianza, de la hostilidad, de la alienación de los seres humanos. Para emprender esta travesía tenemos que proveernos de las reservas morales que acumuló el judaísmo, de las pocas y simples verdades que constituyen la sabiduría del pueblo: ama al prójimo como a ti mismo.
¿En qué se diferencia esta noche de las demás noches? Esta noche recordamos a los que fueron esclavos en Egipto, recordamos a aquellos sobre cuyas espaldas restallaba el látigo del faraón, recordamos el hambre, el cansancio, el sudor, la sangre y las lágrimas.
Recordamos el desamparo de los oprimidos frente a la arrogancia de los poderosos. Todavía existen faraones. Aquí estamos en un marco de libertad donde podemos expresar lo que sentimos, nuestra tradición nos enseña que ningún hombre es totalmente libre mientras existe un hombre esclavo.
Este es nuestro deseo: que todos los hombres del mundo alcancen la libertad.
¿Qué tiene que ver esto que ocurrió hace más de cincuenta siglos hoy y aquí con nosotros? Quiero que conozcamos la profunda raíz de nuestra historia, una historia ardiente en la cual seguimos repitiendo de muchos modos el gesto de liberarnos.Deja salir a mi pueblo, era la primera vez que se escuchaba esta frase en el reducto del poder del faraón. En las mazmorras de los romanos, en las cárceles de la inquisición, en los guetos medievales, en aldeas amenazadas por persecuciones y matanzas, en la Alemania nazi, en todos lados se repetía “deja salir a mi pueblo”.
Hace solo 60 años, un régimen perverso y maldito quiso aniquilar al pueblo judío borrándolo de la faz de la tierra, logrando matar a 6 millones de niños, ancianos y mujeres, y cuando en el gueto de Varsovia quedaban solo cuarenta mil almas, en la noche de Pesaj del año 1943, el ejército nazi se dispuso a exterminarlos confiando en que iban a estar entregados a la plegaria.Ese pequeño grupo de hambrientos y mal armados jóvenes se enfrentó a la poderosa maquinaria de guerra nazi, resistiendo durante un mes y produciendo una de las epopeyas más grandes de la segunda guerra mundial.
El comandante del levantamiento era Mordejai Anielevich, de escasos treinta y tantos años y tanto él como sus compañeros murieron luchando en el cuartel general de la calle Mila 18.
La mayoría murió luchando, solo unos pocos sobrevivientes lograron huir a través de las cloacas del gueto donde estaban encerrados. Nadie se rindió.
La narración del éxodo puede ser parte historia y parte leyenda, lo importante es que en cada generación cada uno debe considerarse como si él mismo hubiera salido de Egipto.Durante miles de años hemos permanecido y fructificado para nosotros y para toda la humanidad. Cada generación tiene consigo la tarea de vivir y transmitir los valores de compromiso con el hombre, la libertad, la ley y la justicia.
¿En qué consiste la falta de libertad hoy?
Los faraones modernos no construyen pirámides, pero construyen estructuras de poder e imperios financieros. Ya no recurren al látigo, someten mediante técnicas sofisticadas, sus esclavos se cuentan por millones, negros privados de sus derechos en África, mexicanos que viven en forma clandestina en EEUU, refugiados discriminados en Europa, niños víctimas del hambre en toda América, el abandono, la violencia y la explotación y tantos otros para quienes no llegó todavía el día de la marcha hacia la libertad.
Nuestro ferviente deseo es que haya paz en Medio Oriente para que el pueblo judío y el pueblo palestino encuentren el camino hacia la convivencia, el respeto y el reconocimiento mutuo, hasta lograr la paz.
Levantemos nuestras copas para que no haya pueblos sojuzgados o aniquilados, discriminados por el color de su piel, por profesar distintas religiones, y perseguidos por su origen étnico, brindemos para que haya paz y libertad para todos los pueblos. Que reine la paz y la amistad entre todos los pueblos del mundo. El camino de la libertad es arduo y difícil, vale la pena recorrerlo.
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