*MAURICIO MESCHOULAM
Por lo pronto, hasta el momento de este escrito, no hay aún una guerra material pero sí hay una guerra psicológica. Y por muchas razones, incluidas las históricas, hoy esa guerra psicológica está teniendo un gran impacto dentro y fuera de la región. Cuando se entra en la lógica de acción-reacción las posibilidades de un enfrentamiento armado se incrementan. Sin embargo, el caso norcoreano es muy particular y hay que considerar un número de factores que teóricamente deberían limitar un potencial conflicto en la zona. Esto por supuesto, si el régimen norcoreano actúa de manera racional, y la influencia de Beijing prevalece. ¿Cuáles son los riesgos?
La meta última del régimen de Pyongyang es su supervivencia. El régimen busca mantener el poder y el control, y para lograrlo intentará siempre neutralizar las amenazas internas o externas, reales o percibidas. Su programa nuclear obedece a esa lógica. Después de varios años entre colaboración y negociaciones fallidas, Bush en 2002 decide incluir a Corea del Norte dentro del Eje del Mal. Como resultado, Pyongyang refuerza su proyecto nuclear y logra sus primeras explosiones en 2006 y 2009. La tercera fue este último febrero. Paralelamente, Norcorea ha ido progresando en su capacidad de misiles y no se ha dilatado en demostrarlo. Recordemos que hace poco más de un año, tras el fallecimiento de Kim Jong-il, surgieron dudas acerca de la capacidad de liderazgo de su joven hijo, Kim Jong-un. De forma que los despliegues de fuerza tienen componentes externos e internos. El novel líder busca afirmarse, demostrar que tiene el poder en las manos y que no pretende modificar las estrategias disuasivas de su padre.
Sin embargo, de acuerdo con un sinnúmero de analistas, Pyongyang no tiene aún bombas atómicas armadas, enviables y detonables, sino únicamente “aparatos” o “dispositivos” nucleares de baja intensidad que aún no serían operables en un potencial conflicto. Eso significaría que un ataque nuclear no es, de entrada, viable.
Pero eso no es todo. Corea del Norte forma parte de la esfera de influencia china, su máximo aliado y sostén. Estados Unidos en principio no puede simplemente “invadir” a ese país ya que ello implicaría romper equilibrios entre las superpotencias y enfrentarse a Beijing. Esto, salvo en el caso en el que China no pudiera controlar a su aliado y Pyongyang cruzara determinadas líneas. Es decir, en el supuesto de que los analistas estuviesen equivocados y Norcorea si contase con capacidad de montar una bomba atómica en un misil y decidiese lanzarlo sobre objetivos estadounidenses o de sus aliados, o bien, si Norcorea decidiese atacar de manera convencional pero a gran escala esos objetivos, Kim Jong-Un habría cruzado la línea de equilibrio y Estados Unidos tendría la justificación para responder también a gran escala. Ese escenario supondría muy probablemente el final del régimen de Pyongyang. La lógica, por tanto, indicaría que debido a que justamente eso es lo que Norcorea quiere evitar, ese escenario es poco probable.
China, como vemos, juega un papel crucial en toda esta situación. Este gigante se encuentra en una fase histórica de expansión y le es indispensable que la otra superpotencia, la que se encuentra en fase de repliegue -Estados Unidos- se mantenga así, lejos. Mientras más lejos de sus zonas de influencia, mejor. Las acciones de Norcorea, no obstante, logran exactamente lo contrario. Debido a las pruebas militares de Pyongyang, Washington sostiene e incrementa su presencia en esa región, además de permitir que Corea del Sur y sobre todo Japón estén cada vez más armados en el momento preciso en el que China está entrando en colisión con Tokio.
Por lo tanto, Beijing se encuentra ante un complicado dilema. Tolerar las acciones de Pyongyang opera en contra de sus propios intereses como potencia regional y global. Pero por otro lado, retirar su respaldo a Corea del Norte podría implicar el fin del régimen. Por ello Beijing ha elegido enviar un claro mensaje a Pyongyang votando a favor de las sanciones que la ONU resolvió aplicarle a raíz de la prueba nuclear de febrero.
Sin embargo, ello no ha sido suficiente para detener la escalada. En esta ocasión, Norcorea se ha topado con la nueva presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, quien de manera inusual, ha respondido con retórica altamente beligerante, incluso profiriendo amenazas personales a los líderes en Pyongyang. Eso a la vez, ha ocasionado nuevas amenazas y acciones de Corea del Norte, lo que ha generado también respuestas y despliegues de Washington y más respuestas de Norcorea como la última “declaratoria” de estado de guerra.
Como conclusión se dibujan algunas posibilidades. Los escenarios de un ataque nuclear o un ataque convencional de gran escala por parte de Pyongyang, como expliqué arriba, son poco probables ya que operarían en contra de la supervivencia misma del régimen. Restarían teóricamente entonces dos posibilidades: (a) Un conflicto militar de carácter limitado, es decir, enfrentamientos y grescas fronterizas o ataques menores hacia el Sur; o bien, (b) Que nada ocurra más allá de las amenazas, las pruebas y los ejercicios militares.
El gran riesgo es que cuando se entra de lleno en la lógica de acción-reacción, siempre puede suceder que la situación se les salga de las manos a todas las partes. Por ejemplo, hoy sabemos que lo racional no siempre prevalece en la toma de decisiones de los seres humanos y que la emocionalidad o el agotamiento, entre otros factores, pueden orillarnos a seleccionar alternativas no necesariamente prudentes. Por otra parte, cuando se emite tal cantidad de amenazas, llega un momento en que se les necesita otorgar cierto sustento para que sigan siendo creíbles, o esas amenazas pierden todo sentido disuasivo. Y es así como lo que debería ser una improbable guerra en la península coreana se podría ir convirtiendo en algo cada vez más factible si no detienen la espiral en la que se están involucrando.
@maurimm
*Internacionalista
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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