JACOBO ZABLUDOVSKY
Los hechos son como los versos: Pablo Neruda será exhumado la primera semana de abril para averiguar las verdaderas causas de su muerte.
Uno de los más grandes poetas de nuestra lengua murió en la clínica privada Santa María, en Santiago, el 23 de septiembre de 1973 a los 69 años, 12 días después del golpe militar de Augusto Pinochet, uno antes de abordar el avión que jamás lo exilió a México, donde salvaría la vida amenazada por el traidor. La versión oficial, avalada por su viuda Matilde Urrutia y amigos cercanos, atribuye la defunción a cáncer de próstata y a la tristeza por la muerte de su amigo Salvador Allende. 40 años después, ante la duda creciente provocada por versiones de suicidio o envenenamiento ordenado por Pinochet, se investigará de qué murió Neruda.
Manuel Araya, chofer y ayudante personal, ha insistido durante cuatro décadas en que el escritor fue envenenado con una inyección supuestamente de analgésico aplicada por un médico distinto a los de cabecera. El certificado de defunción atribuía la muerte a caquexia, es decir, desnutrición extrema por una rápida baja de peso que lo debilitó hasta impedirle moverse. Sin embargo, Gonzalo Martínez Corbalá, embajador de México en Chile, quien lo visitó y estuvo con él la víspera de su muerte, asegura que Neruda pesaba 100 kilos al morir.
Muchos más de los que aparentaba esa mañana de domingo ¿1950? en que nos leyó sus versos en el Trans Lux, el pequeño cine del Hotel del Prado, en la avenida Juárez de México. Lo vi por última vez en 1971, dos años antes de su muerte, al anunciarse su premio Nobel de Literatura, el segundo a un chileno después de Gabriela Mistral. Recogí la conversación en mi libro En el aire y estos son algunos jirones: “Neruda me recibe en el suntuoso palacio de la Embajada de Chile en el número 2 de la calle de Lamot Piquet, frente a la tumba de Napoleón en Los Inválidos.
—¿Por qué ha elegido usted la carrera diplomática por encima de la de escritor?
—Yo no he elegido este camino. Al principio de mi vida era un pobre cónsul en un país muy lejano donde pasé 15 años solitario y decidí retirarme de esa carrera. Ahora es solamente por cumplir un deber para con mi país.
—¿Alguna influencia?
—Siempre me he sentido influido por Whitman. Admiro enormemente mi continente americano y he vivido en Montevideo. Esa influencia ha tenido una presencia constante tanto en mi vida como en mi poesía, pero especialmente en mi vida. Esto lo puedo asegurar ciento por ciento y me siento muy orgulloso de ello.
—¿Qué opina usted de ese resurgimiento de la literatura latinoamericana con este grupo de jóvenes escritores nuevos?
—Esta noche llega a cenar conmigo solamente Gabriel García Márquez, a quien considero el más grande novelista vivo del mundo. Creo que no hay un libro tan hermoso como Cien años de soledad. Un libro grandioso; en cientos de años no hemos tenido una obra tan profunda y tan soñadora, llena de vidas, de realidad y de sueños.
—¿Cual es el papel del escritor latino-americano frente a los gobiernos?
—Los escritores tienen que escoger en cada sitio si están con su gobierno o contra su gobierno. Esto es una cuestión de conciencia personal, de conciencia de una época y corresponde a cada uno de ellos decidir.
—Después de la poesía, ¿qué es lo que más le gusta?
—Me gusta todo lo demás, esto es lo grave conmigo, me gusta la vida en general, me gusta el amor, me gustan las calles, me gusta la gente, me gusta la lucha política, me gustan los libros antiguos, me gustan las botellitas con barquitos adentro, me gustan los muebles ingleses, me gusta el vino, tomo de cuando en cuando alguna cantidad de whisky perdonable; me gusta la comida francesa, me gusta la poesía clásica española de una manera fanática, yo soy un fanático de Quevedo, de Góngora, de los grandes poetas del Siglo de Oro; en fin, yo no sé qué es lo que no me gusta en realidad.
—Usted fue un gran admirador de José Stalin, ¿ha habido alguna rectificación?
—Él rectificó por sí mismo, yo no tengo necesidad de rectificarlo. Hay dos o tres Stalin, ve usted, nosotros, en el mundo, todos los hombres progresistas de la humanidad miramos a un hombre que condujo la guerra de manera fantástica, y cuando Stalingrado la admiración del mundo se dirigía hacía él. Después las cosas cambiaron y se hicieron negativas para la figura de Stalin, lo que deploramos, naturalmente. Así es que yo he sido como todos: un hombre que ha creído en Stalin. Después hemos visto las graves faltas y las terribles cosas de su época.
—¿Qué otra cosa espera de la vida Pablo Neruda?
—Yo espero todo de la vida, no me ha pasado nada”.
Dentro de unos días veremos si algo le pasó antes de darse cuenta.
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