Los Papas y los judíos

ANDRE MOUSSALI PARA ENLACE JUDÍO

Cuando era niño vivía con mi familia en Beirut, Líbano. El verano era muy caluroso, por lo que la mayoría de los judíos pasaba las vacaciones en las montañas libanesas de Bjamdun. La comunidad había construido ahí un templo para las fiestas mayores. Los habitantes de Bjamdum eran cristianos maronitas.

Es una gran mentira decir que los judíos éramos aceptados por dicha comunidad y que vivíamos en paz con todos los demás grupos. Yo tendría alrededor de 12 años cuando fuimos atacados por jóvenes cristianos que nos acusaban de habar insultado a Jesús, el Mesías.

Corrían los primeros años de los 50’s. Me imagino que esos jóvenes habían estado expuestos a las enseñanzas de ciertos curas que predicaban el antisemitismo e influyeron en ellos desde niños.

Pero incluso personas adultas gritaban que habíamos insultado a Jesús. Nosotros, siendo niños, no teníamos ni idea ni respuesta ante esos ataques estúpidos. Hasta que un día un niño le contó a su padre lo que le había sucedido. El señor se fue a quejar a la policía y advirtió que si no cesaban esos ataques, toda la comunidad judía de Bjamdum iba a boicotear el lugar. El señor era Abraham Metta, quien formaba parte del Comité de la Comunidad. Estos incidentes eran frecuentes en un país en el que convivían cristianos, musulmanes y judíos. Pero algo que los dos primeros grupos tenían en común, era el odio hacia los judíos; y yo todavía les concedo más simpatía hacía nosotros a los musulmanes que a los cristianos.

Recuerdo que al llegar a México conocí al Dr. Alfredo Jalife Rahme, un cristiano maronita muy apegado a la Comunidad Judía y a quien se veía con mucha frecuencia en el Instituto México-Israel de Relaciones Culturales. Su presencia en la Embajada de Israel era casi diaria durante la primera guerra del Líbano, en la que para proteger a la comunidad cristiana libanesa el ejército israelí perdió a 700 jóvenes soldados. Este episodio culminó con la matanza de cientos de refugiados palestinos en los campamentos de Sabra y Chatila. Israel, que controlaba militarmente la zona, fue acusado de la masacre ejecutada por las Falanges Cristianas, que vengaron así el asesinato de su líder, Bashir Gemayel, a manos de un cristiano pro sirio.
Años después este singular personaje (Jalife Rahme) se convirtió en un archienemigo del pueblo de Israel y mostró un antisemitismo puro y duro. En aquella época yo advertí al entonces primer secretario de la Embajada de Israel, David Dadón, que no se debía confiar en esa gente que era traicionera y que en cualquier momento podía cambiar de bandera. Le advertí que esa clase de individuos inclusive nos podía acuchillar por la espalda.

El antisemitismo y el anti judaísmo, que luego se transformaron también en anti israelismo, fueron propagados por la Iglesia Católica y los Papas en turno. En la Edad Media el judaísmo era calificado como una religión arcaica que no comulgaba con las ideas del Cristianismo. En esos tiempos, el judío era segregado de la sociedad. A partir del siglo XVIII el judío, que había sido calificado con frecuencia como “errante” y expulsado de muchos países o, en su defecto, tolerado por los intereses de algunos gobernantes, cambió de pronto su imagen a la de un ente “malévolo”, como infamemente se describió en la difamatoria obra “Los Protocolos de los Sabios de Sión”.

En un viaje que realizamos mi esposa y yo a Roma, visitamos la Gran Sinagoga que sobrevivió al fascismo y a la II Guerra Mundial. Muy cerca de ahí visitamos el gueto judío, donde vivían hacinados miles de nuestros correligionarios, encerrados en un diminuto espacio, que luego se convirtió en una reliquia. Nos percatamos de que por todas partes había iglesias y en la fachada de éstas letreros en hebreo. Le comenté a mi esposa que esos templos seguramente eran sinagogas, pero ella me corrigió y me dijo que eran iglesias cristianas, y que las inscripciones estaban dirigidas a los judíos que entonces vivían ahí y a quienes se invitaba a abandonar el judaísmo y unirse al cristianismo.

No hace falta leer la obra de David I. Kurtzer, The Pope Against The Jews, para conocer las atrocidades y los mensajes de odio que la mayoría de los jerarcas de la Iglesia Católica propaló en contra de los judíos. Pero después de la II Guerra Mundial, los Papas se dieron cuenta de que sus prédicas antisemitas tuvieron un efecto tremendo en la historia. A través de los siglos, los judíos fueron perseguidos, masacrados y sobajados, sin justificación alguna, lo que a la postre permitió que se consumara el Holocausto.

A partir del Papa Juan XXIII cambió la política del Vaticano hacia los judíos. Juan Pablo II dio luego un gran paso hacia la reconciliación, al declarar a los judíos como “Nuestros Hermanos Mayores en la Fe”, además de ser un gran amigo del Rabino Toaf y del gran rabino Askenazi de Israel, Rab Lau.

A pesar de estos cambios, hay sectores cristianos que persisten en su antisemitismo. La Iglesia Cristiana Ortodoxa sigue siendo terriblemente antisemita. Ahí está, por ejemplo, Monseñor Georges Saliba, de la Iglesia Ortodoxa Cristiana de Líbano, quien basa sus conocimientos sobre los judíos precisamente en “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Otra figura religiosa de tendencia antisemita la tenemos en el ex papable Cardenal Rodríguez Madariaga, de Honduras, quien afirmó que los judíos eran quienes propagaban las noticias relacionadas con la pederastia en la Iglesia Católica. También Monseñor Antonio Chedraui, arzobispo de la Iglesia Cristiana Ortodoxa de México, quien emigró de Líbano, compartió esta ideología durante mucho tiempo, aunque la moderó posteriormente.

La política también ha sido un campo fértil para el flagelo del antisemitismo. El primer ministro de Turquía, Tayyip Erdogan, declaró que el sionismo, el nazismo y el fascismo son doctrinas de lesa humanidad. Asimismo Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, ex líder del sindicato de PEMEX, expresó en alguna ocasión que al igual que los españoles los judíos se habían adueñado de México.

Pero a pesar de todo, seguiremos existiendo. O, como diría Don Quijote: “Ladran Sancho, señal de que cabalgamos”.

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