Venta por liquidación de la cultura occidental en Noruega

BRUCE BAWER

Si quieres proporcionar a un alma inocente una comprensión fácil y rápida acerca de cómo funcionan las cosas en la Europa de hoy, no podría tener un ejemplo mejor que conocer la carrera de un caballero que se llama Shoaib Sultan. En 2007, como secretario general del financiada por los contribuyentes noruegos, Consejo Islámico de Noruega, su nombre se hizo popular en los diarios cuando se negó a criticar públicamente la ejecución de los homosexuales en Irán, dos años más tarde también se negó a realizar comentarios críticos sobre la alabanza del erudito islámico Yusuf al-Qaradawi al Holocausto, un “regalo de Dios” según él. Como Mr. Sultan no pudo mantener su puesto de trabajo después de estos episodios, finalmente, el Centro Nacional contra el Racismo (también financiado por los contribuyentes) le dio un puesto de trabajo, proporcionando así la mejor prueba de que el objetivo principal de dicho organismo no es realmente luchar contra el odio racial, sino por el contrario, tratar de protegerlos de las críticas incluso a los aspectos más odiosos y violentos del Islam, y para ello no dudar en demonizar a sus críticos como racistas.

Tampoco falta de voluntad del Sultan a la hora de distanciarse de Qaradawi le impidió convertirse en el motor y agitador de una serie de instituciones noruegas: es un miembro destacado del Partido Verde, está sentado en los consejos de administración de grupos como Inmigrantes Globales por la Acción Climática y la Coalición de Oslo por la Libertad de Religión y Creencia. Asimismo, cuando la Universidad de Oslo decidió considerar el establecimiento de un Centro de Estudios Islámicos, fue nombrado miembro del comité. También fue director de un grupo de corta vida llamado Iniciativa de Paz, cuyo objetivo era sacar a Noruega de la OTAN y arrancarla así de las malas influencias de Estados Unidos. (Sultan, por cierto, tiene un título de licenciatura y MBA por el Estado de Colorado.). Ahora nos llega la noticia de que la Comisión de Cultura y Educación de la ciudad de Oslo ha depositado en manos de Mr. Sultan la celebración este año del Día Nacional de Noruega, el próximo 17 de mayo. No nos equivoquemos: esta no es sólo una tarea importante, es un gran honor. En efecto, lo es, implícitamente es una especie de unción – una declaración de que Mr. Sultan es un ciudadano modelo, que goza del respeto de las personas y del Estado y que incorpora los valores fundamentales de la cultura noruega.

¿Pero cuales son los valores noruegos? ¿Qué es la cultura noruega? En septiembre pasado, la dirigente del Partido Laborista, Hadia Tajik, de 29 años de edad, fue nombrada ministra noruega de Cultura, convirtiéndose así en la persona más joven y en la primera musulmana en servir en un gabinete noruego. No mucho tiempo después de su nombramiento, a Tajik, nacida en Noruega de padres inmigrantes de Pakistán, se le preguntó qué significaba para ella la cultura noruega. Su respuesta: el pinnekjøtt y puré de colinabo – ambos platos populares de Navidad y típicos del oeste de Noruega, donde Tajik creció -. Al oírla, uno se acordó de las famosas observaciones realizadas en el 2004 por la entonces ministra de Integración de Suecia Mona Sahlin, quien, al hablar en una mezquita, afirmó que muchos de sus compatriotas suecos envidiaban a los musulmanes porque el Islam era una cultura rica y unificada, mientras que la cultura sueca se componía sólo de tonterías como las noches de verano. Luego podemos recordar una rueda de prensa en 2005, en la cual la principal funcionaria de integración sueca, Lise Bergh, fue preguntado por al escritor Hege Storhaug si valía la pena preservar la cultura sueca. Bergh le respondió: “Bueno, ¿qué es la cultura sueca? Creo haber respondido a su pregunta”. Como Storhaug señaló posteriormente, Lise Bergh ni siquiera trató de ocultar su propio “autodesprecio por su cultura”.

Independientemente de la débil caracterización de la cultura noruega por parte de la principal funcionaria encargada de ella, la propia ministra, Hadia Tajik, amplificó su baja consideración al hacer la observación evidente de que se trata de una cultura en proceso de cambio, señalando con desparpajo que muchas de las palabras noruegas provienen de otros idiomas. Esta actitud desató un gran debate sobre el tema. En enero pasado, en un artículo de opinión titulado “Esa no es mi ministra de Cultura”, el periodista Jon Hustad la respondía breve pero efectivamente señalando como la Reforma protestante y la piedad luterana ayudaron a dar forma a una sociedad de personas trabajadoras y respetuosas con la ley, de personas que confiaron en sí mismas, y que se enfrentaron en el siglo XX a la llegada masiva de inmigrantes indigentes de una cultura muy diferente, respondiendo a ella con una ingenuidad absoluta (echando mano del sentimiento luterano de culpabilidad por su propia prosperidad frente a los recién llegados).

Posteriormente, en febrero, la escritora Lily Bandehy, que un cuarto de siglo atrás huyó de su país natal, Irán, con su hijo de un año, escribió su propio artículo titulado “Esa no es mi Noruega”, en el que confesaba que “también disfrutaba del pinnekjøtt en Navidad, pero que esa no era la razón por la que había huido a Noruega”. Ella lo hizo porque un gradualmente modernizado Irán, donde las mujeres habían alcanzado la igualdad real, había sido reducido a la mínima expresión por as fuerzas de la sharia, que obligaron a las mujeres a ser despojadas de sus derechos y las obligó de nuevo a llevar el hijab. Como no quería vivir en un país dedicado a “la lapidación de mujeres, la quema de homosexuales, el asesinato de los conversos [del Islam], la esclavitud y el velo obligatorio para mujeres y niñas”, tuvo que escapar a Noruega “para vivir a plena luz”, en una sociedad basada en las “ideas de la Ilustración acerca de la libertad y la tradición humanista occidental. He leído la literatura noruega y sus periódicos, he ido al teatro, he escuchado música noruega y he estudiado su cultura. Mi sueño se había cumplido. Un país sin hijab, sin hombres barbudos, y con plena libertad para ser tú mismo, mujeres y hombres”.

Inicialmente. Bandehy quiso suponer que los otros musulmanes que llegaron a Europa se integrarían y secularizarían. Pero sucedió lo contrario: muchos de ellos, demasiados, exigieron que los europeos les permitieran vivir dentro de sus fronteras bajo una subcultura jerárquica y opresiva musulmana. Y ganaron. Los políticos noruegos, se lamentaba Bandehy, ya han vendido gran parte de la constitución noruega. En las escuelas se resta importancia a la Navidad, los comedores escolares sólo sirven comida halal, los taxistas musulmanes rechazan a las personas invidentes con perros guía (un animal maldito para el Islam), “incluso los lindos dibujitos rosas de cerdos han desaparecido de las salas para niños en los hospitales”. Mientras, el número de mezquitas, escuelas coránicas y sitios web islámicos crecen constantemente. Lo mismo ocurre con el número de mujeres que usan el hijab. Mientras tanto, el grupo de estudiantes pro-sharia la reclaman con vehemencia.

“Tenemos una responsabilidad colectiva a la hora de proteger nuestra cultura noruega”, afirma Bandehy. Ella cita al miembro del gabinete actual, Jonas Gahr Støre, quien dijo en noviembre pasado que “hay que vivir con el hecho de que algunas personas se niegan a dar la mano a los miembros del sexo opuesto”. “¿Es que acaso no entiende”, se preguntaba, “que al decir esto está aceptando la opresión de la mujer? ¿Es que no se da cuenta que está poniendo a la venta un elemento fundamental de la cultura noruega? ¿Jonas Gahr Støre no entiende que una mujer que no puede estrechar la mano de un hombre no podrá ser tratada por un médico varón? ¿Y dónde puede trabajar? ¿Es que acaso ella no está viendo al resto de las mujeres como ‘sucias’? ¿Y que pasará luego con los gays y los ‘infieles’? ¿Es que acaso Noruega piensa construir escuelas especiales, hospitales, y centros de fitness solo para mujeres? ¿Habrá segregación de género o autobuses y tranvías solo para mujeres? ¿A dónde podré huir dentro de diez o veinte años, cuando la democracia y los derechos iguales para todos hayan sido enterrados en Noruega?”.

Así están las cosas, y cada vez más en los últimos años. Los gobiernos europeos, las organizaciones no gubernamentales, las universidades y los medios de comunicación se han dedicado a entregar puestos de poder a los inmigrantes musulmanes y a sus hijos, dándoles la bienvenida, por así decirlo, entre las filas de la élite. Sin embargo, y con muy pocas excepciones, las personas que se aprovecharon de esta moda tienen poco que ver con la rara y valiente Lily Bandehys, que ha abrazado con ardor y elocuencia la cultura y los valores occidentales (Bandehy, aunque ampliamente conocida por sus comentarios periodísticos, se gana la vida como enfermera de psiquiatría). Por el contrario, son los Shoaib Sultan, cuya negativa a criticar incluso los aspectos más monstruosos del Islam nos obliga a concluir que es un acérrimo partidario de la sharia, y las Hadia Tajik, de generosa e ingenua visión sobre lo que no tiene ni idea, con rostro apaciguador y acomodaticio y presa del relativismo moral, el tipo de personas que han sido designados por dicha elite como los guardianes de la cultura noruega, una cultura que, en el mejor de los casos, simplemente no entienden o aprecian, y en el peor, desprecian de forma activa y buscan destruir.

Fuente:FrontPage Magazine

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