BECKY RUBINSTEIN F.
No acaba uno de sorprenderse: contrariamente a lo que diría el gran rey Salomón, a quien pido mil disculpas por mi osadía, siempre hay algo nuevo bajo el sol. Seré clara: hace unos días tuve la suerte de presenciar un programa televisivo sobre judíos y gitanos del Viejo Continente.
Para precisar, da comienzo en Munkatch, Hungría, donde judíos y gitanos -descendientes de aquellos desaparecidos en tiempos del nazismo: los que cosieron a sus ropas una estrella de David o, los que mostraban sobre sus ropas un triángulo marrón- se enorgullecen de sus lazos tramados a través de la música.
Por supuesto, son pocos los que decidieron quedarse en el interior –sobre todo en caso de los judíos- y volaron con su música a otra parte: a la capital de Hungría, a Estados Unidos de Norteamérica, a Australia o bien a la Tierra de los judíos, Israel. Y los que se quedaron –gitanos o judíos- se declaran amigos unidos por un destino común. Hay quien recuerda que los gitanos, antes de la “Gran Hecatombe”, por llamarla de algún modo, cantaban y bailaban y festejaban lo bueno de la vida en las fiestas judías, sobre todo en las bodas.
Difícilmente se les podría detectar por sus rasgos o por su indumentaria. Tampoco por sus voces o por su instrumento. Y para recordar, las voces fehacientes de los músicos de ambos bandos. Por ejemplo, un judío de edad madura, quien cuenta que, cuando vio la luz primera, un tío suyo acompañó a la parturienta y a la comadrona durante el alumbramiento. Por cosas del destino, o por la feliz bienvenida al mundo con música klezmer, el susodicho lleva la música en la sangre. Igualmente compone, que repite las melodías antiguas.
Por decirlo de algún modo, es la memoria musical de su pueblo del cual no piensa separarse en vida. Otro caso digno de contar es la historia de un sobreviviente judío, quien tras perder esposa e hijos, casa a finales de la guerra con una gitana. O bien, llama la atención el anciano gitano quien toca música judía con su viejo violín y como testigo, su mujer, quien sonríe satisfecha de las proezas musicales de su compañero de vida. Finalmente, aparece en escena la Sinagoga de Pest donde se lleva a cabo un magno concierto de música klezmer, supuestamente mixta, de judíos y gitanos, quienes entregan su arte a un público en su mayoría no judío.
Diré que en un viaje a Praga, hace algunos años, un español, falto de cultura judía, criticó al judío quejumbroso –quien no pierde la oportunidad de restregar sus heridas al mundo- mientras que nadie en el mundo defiende la causa gitana. Quién iba imaginar que en Hungría, hallaría la respuesta al comentario de aquel hombre de quien desconozco nombre y domicilio. En un templo de Hungría de la calle de Pawa, encontramos un memorial sobre los gitanos maltratados y aniquilados. Hallamos “The memory of Pharrajimos” donde se menciona la triste historia de los gitanos a través de palabras, a través de fotografías capaces de conmover al más frío de corazón.
Leemos:
“En los cuarentas, la persecución de los Romas húngaros refuerza una amarga tradición: en 1916 se decretó que los “errabundos” entre los gitanos, fueran registrados de manera física y pública. Los que se opusieran serían enviados a campos de trabajo. En 1934 Lazlo Endre (quien luego organizó el envío de los judíos a campos de concentración) decretó que los gitanos nómadas fueran llevados a campos de concentración donde los varones serían esterilizados…
Nos sorprende, entonces, que tanto los judíos como los gitanos, tras tanto dolor y sufrimiento, regalen hoy día al mundo lo mejor de sus canciones.
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