Un campo de concentración, la visión de un reportero

 

FOTOGALERÍA: EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE SACHSENHAUSEN

 

SACHSENHAUSEN, Alemania.- Como parte de nuestro recorrido por Europa, reconstruyendo la historia del cónsul mexicano Gilberto Bosques, quien salvó la vida de miles perseguidos de los nazis, nos dirigimos al Campo de concentración de Sachsenhausen, muy cerca de Berlín.

Iba acompañado de mi amigo y compañero camarógrafo, Constantino Arizmendi.

Desde que llegamos a Berlín, con frío, nieve y temperaturas bajo cero, me preguntaba cómo sobrevivían los prisioneros del campo de concentración que funcionó durante el régimen deAdolfo Hitler para apresar, torturar y matar a miles de opositores de Alemania y de muchos otros países.

Nos abrigamos más de lo normal para este recorrido de dos semanas por lugares de Alemania y Francia. Ropa interior térmica, bufanda, gabardina, gorro y guantes. Sabíamos que sentiríamos mucho frío por el sufrimiento que entraña el lugar y por estar en un lugar abierto durante muchas horas.

El campo de concentración de Saschsenhausen es actualmente un memorial, cementerio y museo. Está a corta distancia de la ciudad de Berlín, lo que nos permitió llegar en un taxi.

Se localiza junto a un pueblo y conserva buena parte de su arquitectura original. Desde la noche anterior, en el hotel de Berlín, sentí temor y ansiedad por conocer este lugar donde pasaron 200 mil prisioneros, muchos de los cuales, no sobrevivieron.

Afuera no hay una sola tienda de recuerdos o algo que te indique que el lugar es visitado por casi medio millón de personas cada año.

La cita la hice un par de meses antes y los responsables me respondieron que podíamos visitarlos, pero con la condición de transmitir por televisión un segmento largo y sustancioso de la actividad actual de enseñanza del campo de concentración, lo que nos comprometimos a hacer en el programa especial de una hora sobre el cónsul Gilberto Bosques, que se transmitirá en el Canal de las Estrellas el próximo miércoles 3 de abril por la noche.

Después de ver la maqueta de la entrada supe que este lugar fue cuartel de las SS, fuerzas militares de élite nazis que operaban desde aquí todos los campos y subcampos de concentración en Alemania y Europa.

Cruzamos una reja con la leyenda “Arbeit Match Frei” que significa “El Trabajo libera”.

Martín Schellenberg, el director pedagógico del lugar, nos explicó que era una frase cínica en muchos campos de concentración, porque los prisioneros no eran liberados, sino encerrados en condiciones alejadas de la dignidad humana.

Me impresionó observar el tamaño del campo de concentración, un terreno interminable, rodeado por torres de vigilancia, donde no más de cinco prisioneros lograron escapar en casi 10 años de funcionamiento.

Aquí se diseñó la estructura de control y violencia, que se llevaría a cientos de campos y subcampos de concentración de toda Europa.

Entramos a la única barraca que sobrevive con material original, básicamente madera, con literas, donde se hacinaban los prisioneros. Y muestra de que el racismo, la segregación y el odio persisten es que hace poco aquí vinieron unos jóvenes neonazis a quemar las barracas. Yo no lo podía creer: venir a quemar el lugar donde miles sufrieron el encierro.

Me comentaron que había un hospital en el campo de concentración, que se usaba, según las necesidades de los nazis, para experimentar contagios de enfermedades o para curar a los prisioneros y utilizarlos en trabajos forzados.

Después de cruzar la gigantesca explanada del campo de concentración, llegamos a una entrada, de lo que los nazis llamaban “estación Z” en donde de inmediato sentí una vibra de miedo y desolación. Mi guía me dijo que en esa sección, no podía entrevistarlo, por respeto a los prisioneros que fueron asesinados aquí.

Apareció ante mis ojos una trinchera de fusilamiento, un largo agujero abierto en la superficie, rodeado de troncos de árboles, que funcionan como silenciadores de disparos.

Hay grandes fotografías de algunos de los más de 10 mil soldados rusos que fueron asesinados en este lugar. Todos ellos capturados por los alemanes, en la Segunda Guerra Mundial.

Me acerqué a un área techada y entonces se me revolvió el estómago. Trabajando con tanto frío normalmente me da mucha sed y hambre. El cuerpo demanda mucha energía y la mente también. Pero se me revolvió el estómago y algo me alejó, prácticamente me rebotó del sitio. Me tuve que retirar varios metros. Llegó una vibra muy fuerte y una sensación de repulsión que no he sentido en años de trabajo como reportero.

Frente a mí estaban las ruinas de una cámara de gas y de una serie de habitaciones donde se practicaron diversas formas de asesinato.

Se ponía al prisionero frente a un hoyo, donde estaba el arma asesina.

Se disparaba sin que el victimario viera a su víctima.  A unos metros estaba ¡un crematorio portátil!  Yo no sabía que existían los crematorios portátiles. Aquí los desarrollaron, porque antes llevaban a los ejecutados a cremar a Berlín y un día se accidentó el vehículo y los cadáveres quedaron tirados en las calles. Entonces decidieron instalar estos crematorios para deshacerse de los ejecutados, ahí mismo donde los mataban.

Salí de la llamada “estación Z” sobrecogido, valorando más lo que hizo el cónsul mexicano Gilberto Bosques, quien salvó miles de vidas de perseguidos de más de 30 países durante  la Segunda Guerra Mundial.

Regresé a la explanada, para volver a encontrar a mi compañero Constantino Arizmendi. En un largo muro vimos fotografías e historias de muchas familias que murieron en Saschsenhausen.

Me faltaba ver más horrores. Por ejemplo, una imagen de la primera camioneta que se usó para probar la muerte de prisioneros con monóxido de carbono y la historia de prisioneros homosexuales que fueron castrados.

Me sorprendió que Martín Schellenberg, el director pedagógico de este museo y memorial, mostrara mucha sensibilidad e indignación con las atrocidades que ocurrieron en el campo de concentración. Se impresionaba y se conmovía al igual  que nosotros, como si fuera su primera vez que hacías estos recorridos.

Después de varias horas, salí agotado, con mucho frío y sin entender la magnitud del horror del holocausto y cómo un grupo de personas, políticos y militares se organizó para aplicar la violencia y llevar al sufrimiento a tantas personas.

Cuando salimos no había nadie en la entrada del campo de concentración.

Gracias y pronto les contaré sobre algunos lugares claves en la vida de Hitler, que también pudimos visitar.

Fuente: Noticieros Televisa

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